La
primera y larga noche
-Hemos hecho el amor
más que muchas veces. Dónde nos encontrábamos el deseo era imposible de parar.
Según nuestros sus criterios hicimos todo el Kamasutra, o mejor dicho se
corrige el hombre ante su psicoanalista, eso nos creímos.
Pero,
usted lo sabe, nunca dormimos juntos. Nunca un noche completa apretados y
formando una cucharita. Razones había de sobra: hijos pequeños,
miedos inexplicables, en fin ya lo sabe de sobra, lo tengo aburrido con esos
obstáculos reiterados. Pues bien, lo hicimos. El jueves
pasado ocurrió sin preparación alguna. Como si le hubiéramos arrebatado a las
prohibiciones un día, un momento, un round.
Fue una rica cena y a la cama. Ahí empezó lo que no
conocíamos y quizás temíamos: pies fríos que no se rendían, toses repetidas,
muchas visitas al baño, frazadas que no se terminaban de repartir
equitativamente. En fin pequeñas cosas mezcladas con abrazos interminables, cada uno hacia silencio
para inducir el dormir del otro. Giros hacia un lado o hacia el otro en tándem.
Sin soltarnos.
Ahí me enteré de que ella no puede dormir con la
luz prendida, también de la aguda percepción que tiene para capturar mis
movimientos. Ella comprendió lo difícil que se me hace dormir.
A la mañana ambos nos reíamos de lo agotados que
estábamos. Y no precisamente por los habituales juegos sexuales. Era esa nuestra
primera y larga noche del amor que excede las pasiones.
Temí que las dificultades la alejaran de mí. Al
despedirse me besó con todo su cuerpo y me dijo tomando mi cara con sus dos
manos: -te quiero más que nunca. La vi irse hacia la parada de colectivos
apoyado en la puerta y lloré. Comprendí los enormes riesgos de una primera y larga
noche de amor. También la felicidad que produce y le aseguro que no está en los
genitales.
C.H.