los sapos de Ada

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César Hazaki

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Dec 23, 2018, 9:10:11 AM12/23/18
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Los Sapos de Hada

Ada quería ser solamente hada, y estaba convencida de que podría lograrlo. No hubo padre, tutor o encargado, que no tratara de disuadirla del vano intento, pero ella no cedía, era tozuda como un alquimista del siglo XV. No respondía a esas advertencias, al contrario las mismas lograban hacerle redoblar los esfuerzos, en silencio y quitándole horas al sueño probaba conjuros y pociones. Su madre se reprochaba el nombre que le había elegido. Ada  estaba convencida que combinaban muy bien su nombre y su particular  belleza, componentes imprescindibles según su lógica de magia blanca,  para cumplir su empecinado sueño de ser un hada como la de los cuentos.  

Sus rasgos faciales la hacían de aquí y de allá, por lo tanto eso le permitía ejercer su vocación en cualquier país o lugar del mundo donde las hadas vivieran. Le habían repetido tantas veces que parecía una descendiente del Lejano Oriente en América o una descendiente de los pueblos originarios de la Patagonia en Japón, todos indicaban que era su delicada tez cetrina la que daban esa universalidad a su figura. Sus ojos achinados intrigaban a todos, su cuerpo bello pero no exuberante impactaba por sus delicadas formas. Ada desde chica supo que  era bella en más de medio mundo, que en el lugar donde sus pies se posaran llamaría la atención. Bella y distinta se ponía distante,  a sabiendas del efecto de su esbeltez transitaba normalmente callada y con una mirada que buscaba más los secretos de árboles y pájaros que los ojos de las personas.

Solo se ponía pasional  cuando en soledad trataba de lograr trasmutaciones entre sus peluches, libros o juguetes. Su padre la había iniciado con cuentos relatados en las noches de lluvia, en ellos estaban las recetas y los minerales con los que experimentar para modificar las esencia de la naturaleza. Oyendo esas historias su obsesión por la alquimia aumentaba a medida que crecía. De todos esos juegos salió convencida de que se podían transmutar almas, animar lo inanimado y congelar lo vivo, diciendo las palabras apropiadas o mezclando esencias y minerales. Ese juego de piedra, papel o tijera le demostraba cómo la naturaleza se podía transformar. Era posible razonaba volver débil al tirano y poderoso al indefenso.  Por todos estos sueños Ada, se dedicó desde pequeña a besar, sapos, ranas y alguna que otra culebra. Nadie podía acusarla en su intento, estaba dedicada casi a tiempo completo al proceso de lograr un príncipe por la conversión de un sapo o de una reina por un suspiro que envolviese a una palabra mágica, que sólo ella conocía dado que la había inventado y mantenía en secreto, y se introdujera dentro de la boca de una lagartija.

En el último congreso de hadas, reunión anual que venía de tiempos inmemoriales, hubo un enorme desasosiego que dejó boquiabiertas a las participantes cuando ella expuso. El hada Ada fue trajo una mala nueva. No se trató de un brujo durmiendo a una doncella o de la pérdida de poder de las habichuelas para reproducirse en forma exponencial en pocos minutos. No, la gravedad, la acechanza venía, lo dijo mirando fijamente al auditorio desde los compañeros de siempre de las hadas: Los sapos.

Hay una rebelión de sapos. Se niegan a ser transformados en príncipes. Quieren seguir ayudando a la humanidad comiendo mosquitos. Afirman que así ayudan a los niños a salvarse del dengue. Como príncipes, vociferan, se sienten parásitos sociales que viven a costillas de los demás.

El alboroto que se armó luego de su exposición hizo que algunas hadas se fueran volando del salón, otras desintegraran con su pensamiento bancos y utensilios, otras lloraran desoladamente. Fue un clamor el pedir la expulsión del hada Ada del congreso, ella impertérrita y más bella aún de lo habitual se retiró con la frente alta y sin hacer comentario. Al atravesar la puerta miles de sapos se fueron alineando a su paso. Marcharon renunciando a su futuro papel de príncipes y se dedicaron al científico papel de salvar a la humanidad del dengue.

C.H.

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