Llamar la aención

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César Hazaki

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Aug 17, 2018, 6:34:33 AM8/17/18
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Llamar la atención

La consulta era con la cardióloga más respetada de la prepaga. Había conseguido una recomendación de su clínico dado que la doctora no tomaba pacientes nuevos, se dedicaba a los casos raros. Tenía muchas investigaciones en curso con organismos nacionales e internacionales por eso sus turnos no se abrían nunca a casos como el suyo: ecostress, presurometría, ergometría y las recomendaciones de una dieta equilibrada era la respuesta habitual. Su corazón de 75 años funcionaba bien. Pero quería tratarse con la mejor de la plantilla. Algo que ya había logrado con su clínico, su otorrinolaringólogo, la dermatóloga, por eso hacía un año que buscaba la manera de franquear esa puerta del consultorio del corazón.

Lo atendió en hora, algo raro para los especialistas de renombre. En general solía esperar más de dos horas cada vez que lo recibían. No fue este el caso. La pareció una mujer de pocas palabras que iba directo al grano. –De acuerdo a sus estudios anteriores que veo en la computadora usted no debería estar acá. No tiene ninguna anomalía para que lo siga o lo ponga en algún protocolo de investigación. Lo veré hoy y después lo sigue cualquier doctor del equipo de cardiología.

Como veterano curtido en la relación con las mujeres Pedro pensaba estrategias para quedar dentro del grupo de pacientes de la doctora. Se dio cuenta que era una batalla perdida, estaba demasiado sano para sus años. La dejó hablar, o mejor dicho se quedó sin palabras mientras ella lo auscultaba, le tomaba la presión y le hacía las órdenes para los estudios de rutina con bastante fastidio. La doctora pensaba en que habían fallado los controles en el pedido de consulta,  puteaba a Marini que la había pedido que lo atendiera a Pedro. –Es un caso interesante, me parece que lo tendrías que ver, le había dicho el colega. Marini se había vuelto pelotudo, o la había jugado una broma que no alcanzaba a entender.

Ya con la  camisa puesta y con las órdenes en la mano, Pedro jugó su última baraja. – ¿Doctora que cantidad de viagra puedo tomar, hasta qué dosis?

La médica se sorprendió un poco pero no perdió la compostura: -¿De cuánto toma?

Pedro se dio cuenta que la tanza se tensaba, que el pez había picado y que tenía unos minutos para jugar la última bola. –De cincuenta. Tengo entendido que también ayuda para el funcionamiento del corazón.

-¿Cuántas veces por semana lo toma? Dijo la facultativa que había cambiado completamente su postura. Hasta lo miraba a los ojos.

-Seis veces por semana, seis veces por semana. Marini no vio contradicción alguna pero me dijo que su opinión sería la acertada.

La doctora pensó en su viudez prolongada, en las amigas que le insistían en que no trabajara tanto, en las noches que pasaba revisando protocolos porque el sueño no llegaba y disimuladamente lo miró al hombre de arriba a abajo.

Pedro esperó tratando de disimular su ansiedad, acomodó sus anteojos hasta que sus ojos se encontraron con  los de la especialista. Había logrado desacomodarla, llamarle la atención en el último minuto. Cuando ya estaba todo perdido.

La mujer con curiosidad y tratando de disimular su asombro preguntó: -¿Es decir que usted mantiene relaciones sexuales seis veces por semana?

Pedro clavó la caña, sintió el tirón del pez  que casi había perdido. –Sí. Sin esperar nada más extendió su mano para que le entregara las órdenes. Ya sabía con absoluta certeza que había logrado quebrar el orden lógico de la relación médico paciente. Estaba al comando de la situación.

La médica murmuró para sí algo que Pedro no entendió, volvió sobre su recetario y escribió. Con la compostura perdida le dijo al hombre. –Agregamos este estudio que es de última generación, tal vez sería mejor que lo siga yo durante un tiempo. No pida turno cuando haya realizado todos los exámenes, le dejo mi teléfono celular y me avisa cuando va a venir a verme. Le hago un lugarcito.

C.H.


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