Los últimos

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César Hazaki

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Sep 8, 2018, 8:25:28 AM9/8/18
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Los últimos

-Hay que aguantar, decía Juancho. Se dirigía a su cuñado Manuel, hincha de San Lorenzo como él. -Quedamos nosotros dos y éstas vienen por todos. No afloje Manuel. Es un partido feo y, lamentablemente, pro ahora de final anunciado. Excepto que usted y yo aguantemos.

Eran tiempos en que los hombres no se tuteaban pese a los años que llevaban como cuñados. Tenían ese modo distante de hablarse, algo solemne en las formas pero no en los contenidos. Esos cada vez Juancho le repetía apenas lo cruzaba en la avenida Pellegrini. De ninguna manera quería que su único aliado se olvidara del peligro que corrían.

-Mire Manual hice una ampliación de la foto que nos sentenció antes de que nos conociéramos. La que marcó nuestro destino y al que me opongo con uñas y dientes. Para no olvidarme de la lucha en que estamos. Usted y yo somos los últimos mohicanos, bueno mejor digamos los tehuelches que se salvaron de la Guerra del Desierto. Estamos solos. Se nos fue Lega que también estaba al tanto de cómo las juramentadas pusieron fecha y precio a nuestras cabezas.

-Mire lo lindas que eran, son las siete hermanas más bellas de todo Bragado. Pero, como ya sabe, la foto es de la época en que vivían en Los Toldos. Nada sabían de su futuro, pero al ser blancas, descendientes del norte de Italia e hijas del jefe de estación de ferrocarril tenían el futuro en sus manos.

Juancho le sirvió un aperitivo a Manuel y lo llevo para la sala para mostrarle, una vez más, la foto.  -Le puse este marco hecho en una madera venida de Eslavonia y pintado en oro.   Lo mejor, de lo mejor. Hay que respetar al enemigo, conocerlo. Eso fue lo que Coco y Raúl no querían saber, por eso fueron los primeros en caer. Eran los más jóvenes pero no estaban advertidos, creían en que sus  mujeres eran dominables. Dóciles. ¡Ja! Así les fue, minga de suerte. Cayeron casi sin darse cuenta de lo poderosa que es la leyenda y de la efectividad que tiene. No había más que escuchar  los comentarios que ellas mismas hacían. De lo gracioso que les resultaba el asunto. De la promesa que se hicieron cuando se sacaron la foto.

Las siete solteras, las sietes alegres, las siete seguras que aparecería más de un pretendiente. Eran las princesas de Los Toldos, otra que Evita, estas se juramentaron que volverían a sacarse la misma foto cuando las siete enviudaran. Claro, estas siete plagas de Egipto nos contaron todo cuando ya estaban todas casadas. Entienda Manuel estamos condenados a irnos antes de ellas, de acuerdo a lo que se juramentaron.

-Pero Manuel usted y yo no podemos irnos de este mundo sin llevarnos por lo menos una antes. Dos ya sería como si San Lorenzo saliera campeón invicto. Si enterramos a tres ya nos podríamos permitir suicidarnos. Pero no soñemos con peces de colores, eso no va a pasa. Es que para el  conjuro que llevan adelante no hay antídoto. Salvo mi tozudez y la suya.

-Vea los que escribieron detrás de la foto, ya sé que lo vio mil veces, pero vuelva a ver el escrito: “Nos sacamos la misma foto cuando todas seamos viudas”, observe sus firmas debajo. Juancho temblaba al repetir el peligro en que estaban. No terminó de colgar el cuadro derecho cuando comenzó a deslizarse hacia el piso.

Manuel no tuvo dudas: el cuñado estaba muerto. Pasó por encima del cadáver y tapó el cuadro con una frazada. Después llamó s su cuñada y salió disparado hacia el bar.

C.H.


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