LOS MILAGROS EN EL NUEVO TESTAMENTO

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9 февр. 2009 г., 08:57:2809.02.2009
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LOS  MILAGROS EN EL NUEVO TESTAMENTO

 

 Los milagros que aparecen en el NT se relatan como realizados por Jesús (en los Evangelios) o por algunos de sus discípulos (Hechos). En todos ellos, el prodigio que se narra consiste, sustancialmente, en la existencia de un pro­blema (los expertos le llaman Adversidad) que es resuelto por Jesús (o sus discípulos) por medio de un supuesto poder sobrehumano. Ese problema se divide en dos grupos:

1) enfermos (incluyendo los que terminan en muerte), enfermedades asociadas a posesiones demoníacas, enfermedades no asociadas a posesiones

2) y sucesos relacionados con circunstancias naturales.

 

Como en cualquier narración de este tipo, se descubre una secuencia de circunstancias, aunque no todas se dan en todos los casos. Seguimos, con cier­ta libertad, a J.Paláez en su libro Milagros de Jesús en los evangelios sinóp­ticos. Morfología e interpretación.

a) generalmente comienzan situando el lugar en donde se realiza el prodi­gio, aunque no siempre de forma clara y concreta,

b) sigue el encuentro con el enfermo (si no se trata de enfermedad, se narran las circunstancias en que se desarrollará el milagro),

c) a continuación se explica en qué consiste el problema que Jesús (o sus discípulos) debe resolver (exorcismo acompañado o no de enfermedad, lepra, parálisis, flujo de sangre, sordera, ceguera, mudez, hidropesía, muerte, tem­pestad, pesca inútil, falta de vino, falta de comida...),

d) viene luego la intervención del taumaturgo, que supera la Adversidad de diversas maneras, como veremos ahora,

e) y la constatación del milagro realizado

               

A veces aparecen otras circunstancias:

1) las personas que suplican a Jesús que intervenga (presentadas la mayoría de las veces de forma anónima)

2) la presencia de fariseos, legistas, doctores, que son enemigos de Jesús, y con los que hay un enfrentamiento

3) la admiración de la gente, que provoca que se extienda la fama del tau­maturgo

4) la prohibición, a veces, por parte de Jesús, de que se hable de ello (aunque en la mayoría de los casos, nadie hace caso de esta advertencia).

 

    Hubo muchos más milagros de los que vamos a exponer, según se deduce de los resúmenes que aparecen (los veremos en el apartado de curaciones mul­titudinarias)

 

 No todos los evangelistas cuentan los mismos milagros.

 

     Es interesante, para el mejor análisis de los milagros, detenerse en el hecho de que Jesús no siempre los realiza de la misma manera.

Formas que usa Jesús para resolver el problema-Adversidad.

a) Sólo con sus palabras dirigidas a un hombre, a los espíritus inmundos o al mar. A veces lo hace dando un fuerte grito.

b) Sólo con el tacto (en el caso de un ciego usa su propia saliva, y con otro, barro hecho con saliva).

c) Con el tacto y la palabra (en un caso, mete los dedos en los oídos de un sordo y "gime": ¡ábrete!)

d) En un caso, el paciente toca a Jesús y queda curado (hemorroisa).

e) Por medio de una acción (reparto de panes).

f) La mayoría de las veces el enfermo está presente.

g) En dos casos, cura a distancia.

 

Al final de la exposición, nos haremos algunas preguntas ineludibles respec­to a estas formas tan dispares de curar.

 



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Jeshua Jeshua

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9 февр. 2009 г., 08:58:1309.02.2009
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EXORCISMOS PUROS

 

El endemoniado de Cafarnaúm (Marcos 1,23; Lucas 4,31)     ,

"Llegan a Cafarnaúm. El sábado entró en la sinagoga y se puso a enseñar. Y quedaron asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas". (Contrasta con el fracaso, también, en Ca­farnaúm, según Jn 6,60).

Tras esta introducción preparatoria, aparece de pronto, entre los presentes, un endemoniado que grita a Jesús:

"¿Qué tienes tú que ver con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios".           

 

Primero habla en plural y luego en singular. La destrucción de que habla, según algunos exegetas, podría referirse a la institución religiosa judía, que los cristianos acabaron rechazando. Pero choca con la admiración y el entusiasmo de la gente, los judíos piadosos que asistían a la sinagoga. Jesús "le conmina" a que se calle y salga de él, lo que el demonio hace tras agitar al enfermo vio­lentamente y lanzar un grito (Lucas dice que salió de él sin hacerle ningún daño). Los presentes quedan pasmados, y entonces, el autor vuelve al principio del relato:

"Se preguntaban unos a otros: "¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, ex­puesta con autoridad! Manda a los espíritu inmundos y le obedecen" Bien pronto su fama se extendió por todas partes, por toda la región de Galilea"

.

Es un relato conciso, preparado expresamente por la introducción acerca de la autoridad con que hablaba. Lo que se hace evidente con el milagro que sigue. Termina la historia recalcando la autoridad con que Jesús exponía "su doc­trina", a la que no se hace ninguna referencia concreta. Así, pues, nunca sabremos qué decía a la gente en aquella ocasión que despertaba su admiración y sorpresa. Está claro que lo único que se pretende es resaltar la sabiduría del Maestro.

No se hace referencia a ninguna circunstancia acerca de la enfermedad del endemoniado. Por ello lo consideramos un puro exorcismo. Lucas es el único que sigue a Marcos en este caso, y su narración es básicamente la misma.

 

La hija de una mujer pagana (Marcos 7,24; Mateo 15,21)

El siguiente exorcismo es totalmente diferente al anterior. Jesús va con sus discípulos a la región de Tiro, en Fenicia, fuera del territorio hebreo. "Quiso pasar inadvertido, pero no lo consiguió". El caso es que una mujer, cuya hija estaba poseída por el demonio, según dice ella misma, se postró a los pies del Maestro rogándole que la curase. Según Mateo, Jesús no le hace ningún caso, y los discípulos se ven obligados a insistirle para que la atienda, pues no paraba de gritar. Siempre según Mateo, Jesús dice a sus discípulos:

"No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel".

Pero la mujer insiste y él sigue resistiéndose. Siguen Marcos y Mateo:

"Espera que primero se sacien los hijos, pues no está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perrillos".

 La mujer responde humilde e inteligente­mente:

"Sí, Señor; que también los perrillos comen bajo la mesa migajas de los niños".

Jesús queda admirado de la fe de la mujer:

"Por lo que has dicho (grande es tu fe, dice Mateo) vete; el demonio ha salido de tu hija".

Cuando ella vuelve a casa, se encuentra a su hija curada.

La endemoniada no está presente, por tanto, el exorcismo se realiza a dis­tancia y con reticencia, por pura compasión hacia aquella mujer angustiada. Lo que parece que intenta decimos el autor del relato es que Jesús no ha venido al mundo a ocuparse de los paganos, sino del pueblo hebreo, "las ovejas perdidas de Israel".

La mujer le grita, dándole a Jesús un título honorífico, como hacían los demonios: "¡Ten piedad de mí, Señor, hijo de David!". ¿Acaso lo conocía?

El demonio no interviene en esta escena, lo que nos hace suponer que el exorcismo no es más que una excusa para destacar las verdaderas intenciones de Jesús: los paganos tendrán que esperar; se les dará las migajas. La historia nos dice que todo sucedió exactamente al revés: los paganos extendieron el cristianismo por todo el Imperio Romano (aUnque tal vez ya no era exacta­mente el cristianismo de Jesús).

Falta la admiración de la gente y la extensión de su fama. Pero según Mar­cos 3,8 la fama de Jesús ya había llegado hasta tan lejos. Una clara exageración de Mc, pues dice que "le siguió" todo el país, de norte a sur, y regiones limí­trofes. .

 




From: predicador_...@hotmail.com
To: estudiando-la-biblia-s...@googlegroups.com
Subject: LOS MILAGROS EN EL NUEVO TESTAMENTO
Date: Mon, 9 Feb 2009 14:57:28 +0100

Jeshua Jeshua

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9 февр. 2009 г., 08:59:0309.02.2009
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EXORCISMOS ACOMPAÑADOS DE CURACIONES

 

El endemoniado múltiple de Gerasa (Marcos 5,1; Mateo 8,28; Lucas 8,26)

El exorcismo siguiente de Marcos, que se desarrolla en el país de los ge­rasenos, al otro lado del mar de Galilea, es más explícito. Frente a la con­cisión del primero, aquí se describen minuciosamente las consecuencias de la "enfermedad", que más bien parecen los síntomas de una posesión: "Nadie podía ya tenerle atado ni con cadenas ni grillos, pues los destrozaba, y nadie podía dominarle. Noche y día andaba entre los sepulcros y por los montes, dando gritos e hiriéndose con piedras". A continuación se sugiere un diálogo sin orden lógico.  .

Jesús: Espíritu inmundo, sal de este hombre (pero el espíritu, sorprenden­temente, no obedece, sino que se enfrenta a Jesús).

Demonio: ¿Qué tengo yo que ver contigo, Jesús, Hijo del Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes.

Jesús: ¿Cuál es tu nombre?

Demonio: Mi nombre es Legión, porque somos muchos. (Y le suplicaba con insistencia que no los echara de la región). Envíanos a los puercos para que entremos en ellos.

 

Sólo cuando Jesús accede tiene lugar la curación. Un diálogo extraño y una extraña forma de exorcismo: enviando a los demonios a dos mil cerdos que mueren ahogados en el mar.

¿Qué relación puede haber entre demonios y animales?

 

Esta historia es distinta a la anterior por otro motivo: no aparece aquí el concepto de "autoridad" de Jesús como predicador. El endemoniado sencilla­mente se le acerca para decirle que lo deje en paz. Pero se repite el hecho de que el demonio reconoce a Jesús. La fama de Jesús, que con el exorcismo de Cafarnaúm se había extendido por toda Galilea, ahora se extiende por toda la Decápolis, la región de las diez ciudades, al sur y al este del mar de Galilea.

 

Lo cuentan también Mateo y Lucas. Mateo tiene una peculiaridad: no se re­fiere a un endemoniado, sino a dos, que lógicamente hablan en plural, no en singular, como en Marcos. Todo el relato de Mateo, más conciso, resulta más perfecto desde el punto de vista literario. Lucas, aunque con algunas diferen­cias, sigue a Marcos con más precisión.

Este milagro tiene lugar en una región de paganos, lo que se ha interpretado en el sentido de que Jesús estaba interesado en ellos, no sólo en los judíos. Pero pueden ponerse algunas objeciones a esta teoría: 1) El hecho de que en esta ocasión falta la predicación del Maestro. Si Marcos quería resaltar el in­terés de Jesús por los paganos, ¿por qué le hace ir hasta ellos sólo para en­contrarse casualmente con un endemoniado? 2) El hombre sanado es rechazado cuando desea seguir a Jesús. Más bien da Marcos la impresión de que el Maes­tro no quería discípulos o seguidores paganos. 3) La reacción de los paganos es de rechazo a Jesús: "Entonces le rogaron que se marchara de su término". Jesús encarga al ex-endemoniado que vaya a su casa y cuente a su familia lo que Dios ha hecho con él, lo que se ha interpretado como un deseo de que se convirtiera en una especie de misionero de su mensaje entre los paganos, pero el hecho de que estos lo rechacen invalida tal suposición.

 

El endemoniado lunático (Marcos 9,14; Mateo 17,14; Lucas 9,37)

Marcos es el más extenso. Introduce la narración con una escena al parecer inútil, y que no transcriben ni Mateo ni Lucas: Jesús, después de la transfi­guración, se acerca donde están sus discípulos rodeados de gente, que, al ver­le, se sorprenden (no se explica por qué razón). Jesús pregunta a sus discípu­los de qué discuten, y entonces aparece el padre de un muchacho endemoniado contándole los pormenores de su enfermedad:  

"Mi hijo tiene un espíritu mudo y, donde quiera que se apodera de él, le derriba, le hace echar espumarajos, rechinar los dientes, y le deja rígido (los síntomas de un ataque de epilepsia). He dicho a tus discípulos que lo expulsaran, pero no han podido". Jesús se disgusta, no se sabe si con el padre o con sus seguidores:

"¡Oh, generación incrédula! ¿Hasta cuándo habré de soportaros? ¡Traédmelo!".

Luego viene un diálogo con el padre (que no está tampoco en Mateo ni en Lucas) acerca del tiempo que lleva así el muchacho y de que todo es posible si se tiene fe. El padre grita: "Creo, ayuda a mi poca fe", y Jesús expulsa al demonio ordenán­dole que salga de él. "Y el espíritu salió dando gritos y agitándole con vio­lencia".

Luego entra en casa con sus discípulos y estos le preguntan por qué razón ellos no han podido curarle: "Esta clase, con nada puede ser arrojada sino con la oración".          

Mateo y Lucas son más escuetos en la narración. Mateo acaba con la res­puesta final de Jesús cambiada ("Por vuestra poca fe"), aunque ya en Marcos se había hablado de la necesidad de la fe para que se curase el muchacho (Lucas no habla de esta conversación, pero acaba constatando que todos quedaron atónitos ante la grandeza de Dios, lo que no dicen ni Marcos ni Mateo).

 

El endemoniado mudo (Mateo 9,32; Lucas 11,14)

Mateo nos cuenta un exorcismo muy resumido (que no encontramos en Marcos, pero sí en Lucas), y que es el último de una serie de diez. Jesús aca­ba de salir de la casa de Jairo, donde ha resucitado a su hija:

"Le presentaron un mudo endemoniado, y expulsado el demonio, rompió a hablar el mudo. Y la gente, maravillada, decía: "Jamás se vio cosa igual en Israel". Pero los fariseos decían: "Con el poder del Príncipe de los demonios ex­pulsa a los demonios".

La narración acaba aquí. Lo curioso del caso es que Mateo vuelve a contar este milagro poco más adelante, con algunos cambios (el endemoniado es ciego además de mudo), y añadiendo un discurso de Jesús:

"Entonces le fue presentado un endemoniado ciego y mudo. Y le curó, de suerte que el mudo hablaba y veía. Y toda la gente decía atónita: ¿No será este el Hijo de David? Mas los fariseos, al oírlo, decían: Este no expulsa los demo­nios mas que por Beelzebul, Príncipe de los demonios". (Mt 12, 22-24)

 

Veamos la narración de Lucas.

"Estaba expulsando un demonio que era mudo, cuando salió el demonio, rompió a hablar el mudo, y las gentes se admiraron. Pero algunos de ellos di­jeron: "Por Beelzebul, Príncipe de los demonios, expulsa los demonios".

Parece claro que el exorcismo, en ambos casos, apenas tiene relevancia. Se cuenta como de pasada. El endemoniado no se postra ante Jesús. La enferme­dad es una escueta mudez. El demonio no habla. Sólo se dice que el mudo re­cobró la palabra. Pero el resultado del milagro es lo que importa: los enemi­gos del Maestro le acusan de estar aliado con el Príncipe de los demonios. Y esto da pie para que Jesús exponga un pequeño discurso que se encuentra en los tres evangelistas (Marcos cuenta la acusación de los escribas y el discurso, pero no el milagro). Este discurso es lo más importante:

"Si Satanás expulsa a Satanás, contra sí mismo está dividido: ¿cómo va a subsistir su reino? Y si yo expulso los demonios por Beelzebul, ¿por quién los expulsan vuestros hijos (vuestros secuaces)? Por eso, ellos serán vuestros jueces. Pero si por el Espíritu de Dios .expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios. Por eso os digo: Todo pecado y blasfemia se perdonará a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu no será per­donada. Y al que diga una palabra contra mí, se le perdonará; pero al que la diga contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este mundo ni en el otro".

Jesús entiende que él expulsa los demonios por el poder del Espíritu, por lo tanto es una blasfemia confundir a ese Espíritu con Satanás.

Este exorcismo podría incluirse entre los milagros acompañados de polémi­ca, que se verán más adelante. Parece que Jesús usa sólo la palabra.

 

Nadie cree hoy que aquellas personas estaban realmente poseídas. Tales po­sesiones se describen claramente como distintos grados de epilepsia, de histe­ria o de doble personalidad. Los exorcismos constituyen una excusa para dar a entender que Jesús tenía poder sobre los espíritus del mal, de cuya existencia no cabía duda en aquellos tiempos. Los demonios le reconocen y hablan, pero sólo para dar fe de la superioridad de Jesús. Un buen recurso literario. Resulta instructivo que Juan no los mencione y el hecho de que cuando el Bautista en­vía mensajeros a Jesús a preguntarle si él es el que había de venir, el Maestro enumera sus milagros, pero no incluye los exorcismos. Así lo cuentan tanto Mateo (11, 4-6) como Lucas (7, 22).

 




From: predicador_...@hotmail.com
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Subject: LOS MILAGROS EN EL NUEVO TESTAMENTO
Date: Mon, 9 Feb 2009 14:57:28 +0100

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9 февр. 2009 г., 08:59:5009.02.2009
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CURACION DE ENFERMEDADES

 

La suegra de Pedro (Marcos 1,29; Mateo 8,14; Lucas 4,38)

La suegra de Pedro estaba en cama con fiebre. Le hablan de ella (le rogaron por ella, dice Lucas) y Jesús simplemente la toma de la mano y con ese sólo gesto "la fiebre la dejó". Lucas añade que "conminó a la fiebre". Ambas expresiones nos recuerdan los exorcismos que acabamos de ver. Esta curación se realiza por contacto. Mateo suprime a los intermediarios (nadie le habla de ella), dando más importancia a la iniciativa del Maestro.

 

El leproso (Marcos 1,40; Mateo 8,1; Lucas 5,12)

Se le acerca un leproso (no sabemos dónde; Mt dice "al bajar del monte"; Lc escribe "en una ciudad") diciéndole que, si quiere, puede curarle. Jesús le tocó con su mano y quedó limpio. Marcos y Lucas añaden que su fama se extendió considerablemente a raíz de aquello. De nuevo aparece otra sanación por con­tacto. No se habla de intermediarios. El leproso va a Jesús directamente, como si ya le conociera a él y sus poderes curativos. Parece que es la fama de Jesús, nuevamente, lo que aquí se pretende.

 

La hemorroisa (Marcos 5,21; Mateo 9,20; Lucas 8,40)

La historia de la mujer que padecía un flujo de sangre está intercalada en otra perícopa en la que se cuenta una resurrección (la de la hija de Jairo, un jefe de la sinagoga). Esta segunda historia la dejaremos para incluirla en las resurrecciones, que trataremos aparte.

Jesús iba de camino a casa de Jairo para curar a su hija enferma cuando una mujer, que había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todos sus bienes sin lograr curarse, al contrario, yendo a peor, se acercó a Jesús sin que nadie lo advirtiera y le tocó el vestido. Inmediatamente cesó el flujo de sangre, pero Jesús se dio cuenta de que una tuerza había salido de él. Ignorante, a pesar de su sabiduría humana y divina, de qué había ocurrido, preguntó: "¿Quién me ha tocado los vestidos?". Sus discípulos, lógicos y lúcidos, le res­ponden: "¿Todos te apretujan y tú preguntas quién te ha tocado?". Pero él mi­raba a su alrededor buscando a quien le había tocado. Sólo entonces, por pro­pia iniciativa, y algo asustada por su atrevimiento, la mujer se le acerca y le cuenta lo que había sucedido. El le dijo: "Hija, tu fe te ha sanado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad".

Este es el relato de Marcos. Lucas añade otra frase de Jesús cuando Pedro le arguye que habiendo tanta gente era imposible saber quién le había tocado: "Alguien me ha tocado -insiste Jesús ignorante- pues he sentido que una fuer­za ha salido de mí". Entonces se acerca la mujer y la historia sigue.

Mateo es más conciso, como otras veces. Y más avispado. Se dio cuenta de que la narración de Marcos dejaba en mal lugar a Jesús, de manera que pre­sentó la escena de otro modo: La mujer le toca, Jesús se vuelve para mirarla y le dice: "¡Ánimo!, hija, tu fe te ha sanado".      

En Mateo es un milagro que no trasciende a nadie, queda entre el Maestro y la enferma. No sirve para aumentar la fama de Jesús. De Marcos se deduce que al menos sus discípulos se enteraron. Lucas no quiere perder la ocasión: "La mujer contó, delante de todo el pueblo, lo que había sucedido". Cumple así la función de extensión de su fama. Incluso cuando él impone silencio al sanado, este no hace caso y pregona el prodigio por todas partes.

 

El tartamudo sordo (Marcos 7,31)

Tras el viaje a la región de Tiro, que por cierto no tuvo ningún motivo justificado, se marcha al mar de Galilea. Allí le presentaron (no se dice quiénes) a un sordo tartamudo, rogándole que imponga la mano sobre él.

Jesús, apartándole de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. Luego, levantando los ojos al cielo, lanzó un gemido y le dijo: "Effata', que quiere decir: ¡Ábrete!, y se abrieron sus oídos y al ins­tante se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente. Aunque estaban solos Jesús y el enfermo, Marcos lo cuenta en plural: "Les mandó que a nadie lo contaran. Pero cuanto más se lo prohibía, tanto más ellos lo publicaban. Y se maravillaban sobremanera y decían: "Todo lo ha hecho bien; también hace oír a los sordos y hablar a los mudos". '

Este milagro lo cuenta sólo Marcos. Parece que Mateo y Lucas, que tu­vieron delante el evangelio de Marcos, no creyeron conveniente transcribirlo debido a sus características especiales: al contrario que otras veces, cuando Je­sús realizaba un milagro con sólo su palabra o con la fuerza que salía de él, incluso a distancia, en esta ocasión manipula en el enfermo con sus dedos y su saliva. Y emplea una palabra y da un gemido, todo lo cual tenía connotaciones mágicas, o al menos sugería que Jesús tuvo que hacer un esfuerzo especial. Todo ello estaba en contradicción con la idea de un ser divino con poderes ex­traordinarios. Pero ¿por qué lo contó Marcos, si tenía el mismo interés en presentar a Jesús como un ser divino? La única respuesta posible es qué el relato sea verdadero (en cuanto al hecho de utilizar las manos y la saliva), y que Marcos no encontrara motivo para suprimirlo. Mateo y Lucas fueron más perspicaces (y escribieron veinte años más tarde aproximadamente). Posible­mente oyeron acusaciones de magia de los enemigos de Jesús que los pusieron en guardia. Otro caso de contacto. Aquí y en el siguiente no es sólo el toque de su mano.

 

El ciego de Betsaida (Marcos 8,22)

Nos encontramos con un caso parecido al anterior. En Betsaida (ciudad fronteriza, mixta de judíos y paganos) le presentan un ciego. De nuevo, el evangelista da a entender que allí era conocido, aunque era la primera vez que iba. Los intermediarios son de nuevo anónimos. Jesús, tomando al ciego de la mano, le sacó fuera del pueblo (lo aparta de la gente, igual que hizo con el tartamudo sordo), le puso saliva en los ojos, le impuso las manos y le pre­guntó: "¿Ves algo?". Pero el ciego no estaba curado del todo, a pesar de la saliva y la imposición de manos: "Veo a los hombres, pero como si fueran ár­boles que andan". Jesús le vuelve a poner las manos sobre los ojos, y sólo entonces "comenzó a ver perfectamente"'. Y le envió a su casa diciéndole: "Ni siquiera entres en el pueblo".

El secretismo de que se rodea Jesús, y las manipulaciones extrañas que hace sobre el enfermo, indujeron a Mateo y Lucas a suprimir también este milagro de sus respectivos evangelios. En realidad son los dos únicos prodigios de Je­sús que faltan en Mateo y Lucas. No hay reacción popular de admiración.

 

El ciego de Jericó (Marcos 10,46; Mateo 20,29; Lucas 18,35)

Al salir de Jericó (Jesús va camino de Jerusalén), acompañado de sus discí­pulos y de una gran muchedumbre, pasan junto a un mendigo ciego que estaba sentado junto al camino. Al oír que Jesús se acercaba, se puso a gritar: "¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!". Muchos le increpaban para que callase, pero él seguía llamándole. Entonces, el Maestro pide que se lo traigan. Llamaron al ciego diciéndole: "¡Animo, levántate! Te llama", y él, arrojando su man­to, dio un brinco y vino donde Jesús (no parecía tan ciego, pues), que le pre­guntó ingenuamente: "¿Qué quieres que te haga?". El ciego, por supuesto, respondió: "Rabbuni (mi maestro), que vea".

Jesús responde: "Vete, tu fe te ha salvado". Al instante recobró la vista y le seguía por el camino.

A Jesús le basta con dar una orden, como otras veces. Mateo repite. la escena casi palabra por palabra, pero vuelve a duplicar el milagro: ahora los cie­gos son dos, como en el caso del endemoniado de Gerasa. También es Mateo el único que dice que Jesús "le tocó los ojos", en contra de Marcos, en el que no hay contacto. En ningún evangelista hay reacción de la gente.

 

El criado del centurión (Mateo 8,5; Lucas 7,1; Juan 4,46)

Al entrar en Cafarnaúm (en Galilea) un centurión romano se acerca al Maestro para decirle que tiene a su criado enfermo de parálisis. Cuando Jesús se ofrece para ir a curarle, el militar se explaya en un discurso lleno de hu­mildad y de fe: "Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa; basta con que lo mandes de palabra y mi criado sanará. Porque también yo, que tengo soldados a mis órdenes, digo a este: Vete, y va; y a otro: ven, y viene; y a mi siervo: haz esto, y lo hace" (parece como si el centurión supiese que Jesús po­día curar a distancia). Jesús "quedó admirado"(una expresión muy humana por cierto, pero nada divina) y, volviéndose a la gente, dijo: "Nunca he encontrado en Israel a nadie con una fe tan grande". A continuación, aprovechando la circunstancia de que se trata de un pagano, pronuncia él también un discurso sobre el futuro, cuan­do "vendrán muchos de oriente y de occidente a. ponerse a la mesa con. Abra­ham, Isaac y Jacob en el Reino de los Cielos, mientras que los hijos del Reino (los judíos) serán echados a las tinieblas de fuera, donde habrá llanto y rechinar de dientes". Son palabras que expresan exactamente lo que ya había ocurrido cuando Mateo las escribía: los judíos habían rechazado a Jesús y mu­chos paganos, gracias a la predicación de los hebreos helenistas cristianos, se convirtieron en seguidores del Maestro. Nada tiene de extraño que ese discurso lo haya introducido Mateo por su cuenta. Lo que sigue empalma perfectamente con la admiración de Jesús; "Y dijo Jesús al centurión: Anda, que te suceda como has creído". Y acaba Mateo: "Y en aquella hora se curó el criado". El discurso de Jesús, como puede verse, contradice sus propias palabras en la re­gión de Tiro, cuando decía que sólo había sido enviado a las ovejas perdidas de Israel. Ahora, estas ovejas están realmente perdidas.        

 

Resulta sorprendente cómo lo cuenta Lucas. El centurión y Jesús no se en­cuentran frente a frente. El militar envía unos emisarios a decirle que venga a su casa a curar a su criado, pero cuando Jesús se está acercando, vuelve a enviarle a unos amigos para decirle que no hace falta que llegue, que con su palabra será suficiente para curado, etc.; todo el discurso del centurión en Ma­teo. Jesús se admira, efectivamente, y dice que no había encontrado en Israel una fe tan grande. Y no hay más. Los enviados vuelven a casa del centurión, que no se había movido de ella, y encuentran al criado sano y salvo. Lucas no dice que estuviese paralítico, sino simplemente enfermo, y no cuenta el discurso de Jesús sobre los paganos que entrarán en el Reino.

            .

La narración de Juan es más extensa y diferente. Ya no se trata de un mili­tar, sino de un alto funcionario real. Tampoco el enfermo (no se dice de qué mal) es un criado, sino su propio hijo. El funcionario va personalmente a rogar a Jesús que vaya a su casa (no sabe que puede curar a distancia), y por tanto no pronuncia ningún discurso de humildad y confianza. Jesús se siente molesto por la petición: "Si no veis señales y prodigios, no creéis", y ante la insistencia del funcionario de que vaya a su casa, le concede la curación desde lejos. El funcionario llega a casa, pregunta a qué hora sanó su hijo y comprueba que era la misma en que Jesús había pronunciado sus palabras: "Vete, que tu hijo vive". Y creyó él y toda su familia, termina Juan. Lucas y Mateo no dicen si hubo alabanzas de la gente.

 

Las discrepancias entre los evangelistas, que encontramos en éste y otros relatos, obligan a los expertos intentando averiguar qué hay de verdad en los textos del NT. En este caso concreto, ¿cuál de las tres versiones es la ver­dadera, si es que alguna lo es? Sea como fuere, queda en pie una pregunta (que se hace Montserrat Torrents en La sinagoga cristiana): ¿qué hacía un centurión pagano en el territorio autónomo de Galilea?

 

Los diez leprosos (Lucas 17,11)

Camino de Jerusalén, al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez leprosos gritando: "¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!". El sólo les dijo: "Id y presentaos a los sacerdotes", y mientras iban de camino quedaron curados. Uno de ellos, al verse sano, volvió sobre sus pasos dando gloria a Dios y postrándose ante Jesús para darle las gracias. Era un samaritano. Los samaritanos eran odiados por los judíos y considerados extranjeros debido a su origen: procedían de la inmigración de grupos paganos en tiempos de los asi­rios, aunque reverenciaban a Yahvé a una con sus propios dioses.

Entonces dijo Jesús: "¿No ha habido, entre los diez, quien vuelva a dar glo­ria a Dios sino este extranjero? Levántate y vete; tu fe te ha salvado".

Tenemos la impresión de que este milagro está urdido para dar a entender que los judíos son unos desagradecidos y los paganos les aventajan en piedad. Como en el caso anterior, resalta la indiferencia o rechazo de los israelitas.              

Los otros tres evangelistas ignoran este milagro.

 




From: predicador_...@hotmail.com
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Subject: LOS MILAGROS EN EL NUEVO TESTAMENTO
Date: Mon, 9 Feb 2009 14:57:28 +0100

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9 февр. 2009 г., 09:00:3909.02.2009
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CURACIONES SEGUIDAS DE POLÉMICA

 

El paralítico (Marcos 2,1; Mateo 9,1; Lucas 5,17)

El Maestro está en una casa predicando, y hay tanta gente que ya se agolpa hasta en la calle. Le traen un paralítico y se ven obligados a abrir un agujero en el techo para que llegue hasta Jesús (uno se pregunta si no había una solu­ción menos drástica, o tal vez el evangelista quiso destacar, una vez más, en qué forma le acosaba la gente, tan famoso era ya). Jesús no toca al enfermo, sólo le dice que se levante, coja la camilla y se marche a su casa.      

Pero este milagro es interesante porque introduce una novedad que se re­petirá en otros: una conversación con los escribas (y fariseos, según Lucas). Jesús recibe al paralítico, pero antes de curarle le dice, sin que se explique por qué (aunque ahora lo descubriremos): "Hijo, tus pecados te son perdonados" Por supuesto que el paralítico no había sido llevado allí para que se le perdo­naran los pecados, sino para que le curasen. Pero Jesús está provocando deli­beradamente a los escribas que estaban presentes, que, efectivamente, se es­candalizan, puesto que sólo Dios puede perdonar los pecados. Jesús les res­ponde que él tiene poder para hacerlo, del mismo modo que tiene poder para curarle. Y entonces lo cura. El milagro ha servido de pretexto para constatar el poder divino de Jesús ante sus "enemigos" (aunque nada se dice aquí de si ese poder lo tenía Jesús por ser Dios o lo había recibido de Dios; desde luego está claro que no le dice "yo te perdono tus pecados"). En los tres relatos, la gente queda admirada.

 

El hombre de la mano paralizada (Marcos 3,1; Mateo 12,9; Lucas 6,6)

Nuevamente tenemos otro milagro unido a una controversia con los opo­nentes de Jesús. En la sinagoga había un hombre que tenía una mano paraliza­da. Ni el enfermo ni nadie le pide que lo cure, pero aquellos estaban al acecho para acusarle si curaba en sábado. Jesús vuelve a provocarles: le dice al hom­bre que se ponga en medio de la reunión y pregunta a todos los presentes:

¿Es lícito en sábado hacer el bien en lugar del mal, salvar una vida en lugar de destruirla?

Los fariseos callan, y Jesús, enfadado ("mirándoles con ira"), lo sanó sólo con indicarle que extendiera la mano, sin tocarle. Los fariseos se confabulan para eliminarle. Una reacción extraña ante un milagro.

Mateo añade algo que dijo Jesús:

¿Quién de vosotros que tenga una sola oveja, si ésta cae en un hoyo en día de sábado, no la agarra y la saca?

No hay reacción de los presentes.

 

La mujer encorvada (Lucas 13,10)

Un sábado, Jesús enseñaba en una sinagoga, donde había una mujer que llevaba dieciocho años sin poder levantar la cabeza por culpa de un espíritu. No se dice que fuese un espíritu inmundo, aunque a Jesús sí se lo parece, como veremos. Sin embargo, aunque resulte sorprendente, aquí no se trata de un exorcismo, pues faltan todas las características de tales curaciones. El Maestro la llama y le dice: "Mujer, quedas libre de tu enfermedad", le impuso las manos y ella se enderezó al instante.

Pero el jefe de la sinagoga se indignó con la gente:

-Hay seis días en que se puede trabajar; venid esos días a curaros y no en día de sábado.

Entonces es Jesús quien se indigna con el jefe de la sinagoga:

¡Hipócrita! -le dice- ¿No desatáis del pesebre todos vosotros en sábado a vuestro buey o vuestro asno para llevarlos a abrevar? Y a ésta, a la que ató Satanás hace ya dieciocho años, ¿no estaba bien desatarla de esta cadena en día de sábado?

Sus adversarios quedaron confundidos y la gente sencilla se maravillaba.

 

El hidrópico (Lucas 14,1)

Jesús fue a comer a casa de un personaje importante de la secta de los far­iseos. Se supone que había sido invitado, pero se trataba de una especie de encerrona, pues estaba presente un hombre enfermo de hidropesía, y dice el evangelista que los fariseos le observaban. Para ver qué hacía, se deduce, pues era día de sábado, cuando todo trabajo estaba prohibido. Resulta sumamente improbable que un miembro de los fariseos, a los que Jesús trató siempre con dureza, le invitara a comer: Sea como fuere, Jesús pregunta a los legistas y a los fariseos que estaban presentes:

¿Es lícito curar en sábado, o no?

Ellos guardaron silencio: Entonces le tomó, le curó y le despidió. Y a ellos les dijo:

¿A quién de vosotros se le cae un hijo o un buey a un pozo en sábado y no lo saca al momento?'.

Ellos "no pudieron" replicarle.

Lucas no dice nada acerca de la reacción de los enemigos de Jesús. No hay polémica en sentido estricto, ni reacción favorable de los presentes.

 

Recordemos que en el milagro de la mujer encorvada dijo también algo re­ferente a los animales: "¿No desatáis vosotros a vuestro buey en sábado para llevarlo a beber agua?". Se trata de actos que, efectivamente, estaban permiti­dos por las costumbres judías. Jesús piensa que las personas valen más que los animales, y así lo dice expresamente. Pero en aquellos tiempos, incluso el curar en sábado estaba permitido (el rabí Hillel es un ejemplo entre otros), razón por la que estos debates resultan falsos: los escribas y fariseos no podían acusarle de sanar a un enfermo en sábado. Más bien parece que están escritos para ex­plicar el rechazo de las clases dirigentes hacia Jesús, y acusarlas así de ser los autores de su muerte.

 

El enfermo en la piscina de Bezatá (Juan 5,1)  

En Jerusalén, junto a la Puerta de las Ovejas, había una piscina con cinco pórticos, en los que yacían multitud de enfermos, ciegos, cojos, paralíticos, "esperando la agitación del agua, porque el Ángel del Señor bajaba de tiempo en tiempo a la piscina y agitaba el agua; y el primero que se metía después de la agitación del agua, quedaba curado de cualquier mal que tuviera".

Nada más leemos este comienzo, comprendemos que nos encontramos, una vez más, ante lo que algunos estudiosos llaman "novelas", es decir, narraciones que no tienen relación con la realidad, sino que son un recurso literario para explicar un hecho que sí pudo ser real, en este caso el rechazo, otra vez, de los ,judíos a las obras de Jesús. No puede ser cierto, histórica y lógicamente hablando, que Dios envíe, "de tiempo en tiempo", es decir, sin avisar, teniendo a todos los enfermos continua y ansiosamente pendientes del suceso, a un ángel que remueva las aguas, único momento en que todos a una se lanzarían a la piscina, sabiendo que solo uno, el primero, quedaría curado. Una forma harto cruel por parte de una divinidad que se supone amorosa con los desdichados.

No se sabe por qué, y dado que en los pórticos de la piscina había una multitud de enfermos, Jesús se acerca a un hombre, del que no se dice cuál era su mal, sino sólo que llevaba treinta y ocho años enfermo, y le hace una pre­gunta inútil:

¿Quieres curarte?

Pero esa pregunta no tiene otro fin que el de permitir al enfermo exponer su caso:

Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el agua; y mientras yo voy, otro baja antes que yo,

Realmente patético, y, sin ninguna duda, no el único caso. Jesús le dice simplemente:

Levántate, toma tu camilla y anda.

Y así sucedió. Pero, ¿por qué el hombre, ya curado, tiene que llevarse la camilla si no la necesita? No se trata más que de un recurso para que los enemigos de Jesús tengan de qué acusarle. Efectivamente: era sábado aquel día, y "los judíos", al verle, le advirtieron que no podía llevar la camilla. Él les explica que alguien le ha curado y le ha dicho que se marche con la camilla a cuestas. Los judíos le preguntan quién hizo tal cosa, pero el enfermo, curado no lo sabe, porque Jesús se había perdido entre la multitud. Más tarde, Jesús lo encuentra en el Templo, y le dice:

"Mira, estás curado; no peques más, para que no te suceda algo peor".

 El milagro es, para Juan, la "señal" de una resu­rrección espiritual: el hombre curado debe convertirse, so pena de caer en algo más grave que su enfermedad (se supone que el infierno). El hombre se va y le dice a los judíos que ha sido Jesús el que le ha curado, "y los judíos perseguían a Jesús porque hacía estas cosas en sábado".

La conclusión es lo que el mismo Jesús dice:

"Mi Padre trabaja siempre y yo también trabajo".

Que Dios trabaja siempre debía referirse a su actividad como Juez supremo, que no cesa nunca. Pero no parece que pueda aplicarse en este caso, pues Jesús se está refiriendo a lo que acaba de hacer, curar a un enfermo. "Los judíos trataban con mayor empeño -termina Juan- de matarle, porque no sólo quebrantaba el sábado, sino que llamaba a Dios su propio Padre, haciéndose a sí mismo "igual a Dios".

No era cierto: llamar Padre a Dios no significaba hacerse igual a El, pues tal expresión era corriente entre los judíos en aquella época, antes y después.

 

El ciego de nacimiento (Juan 9,1)

En este caso, la polémica no tiene lugar directamente entre Jesús y sus ene­migos. Es después del milagro cuando estos se enfrentan con el hombre sa­nado, pero no con Jesús.

La narración es extensa. Comienza con una reflexión de los discípulos al ver al hombre ciego: "¿Quién pecó, él, o sus padres?" En aquellos tiempos, las en­fermedades se consideraban un castigo por los pecados cometidos, bien por el mismo enfermo o por sus ascendientes, según se declaraba en las escrituras hebreas: las faltas deberían "pagarlas", sufrirlas, los descendientes del pecador. Pero esas mismas escrituras anulan tal disposición en otros lugares: cada uno pagará por su propio pecado; pero en tiempos de Jesús, al parecer, aún se seguía pensando en la disposición anulada. Jesús contesta que ninguno pecó, sino que aquel hombre estaba ciego para que se manifestaran en él las obras de Dios, es decir, sus milagros. Esta conclusión no deja de ser sorprendente, por inhumana. ¿Quiso Dios que un hombre sufriese desde su nacimiento para que, llegado su Hijo, lo curase?

Lo cierto es que la curación tiene lugar en solitario, nadie se entera, aunque Juan explica el modo en que lo hizo: "Escupió en tie­rra, hizo barro con la saliva y puso el barro sobre los ojos del ciego, y le dijo: "Vete, lávate en la piscina de Siloé". Él fue, se lavó y volvió ya viendo".

Hemos visto que esto mismo (utilizar un medio material) ocurrió con el ciego de Betsaida y el tartamudo. El ciego de Jericó, sin embargo, fue curado sólo con la palabra. ¿Por qué en los otros dos casos no pudo hacerlo?

Los vecinos se enteran del acontecimiento al ver al ciego ya curado, le inte­rrogan y lo llevan a los fariseos, que a su vez interrogan a sus padres, pues no creían que aquel hombre fuese ciego de nacimiento, y después al enfermo sa­nado, que resulta ser un experto orador respondiendo a los fariseos. Más tar­de, Jesús se encuentra con él y le pregunta, sin que sepamos por qué, si cree en el Hijo del hombre. Por supuesto que el nuevo vidente no sabe nada de ese personaje, y Jesús tiene que decirle:' "Es el que está hablando contigo". El otro cae de rodillas ante Jesús y exclama: "Creo, Señor". Jesús aprovecha la ocasión para decir, no se sabe a quién, que ha venido a este mundo para que los ciegos vean y los que ven (los presuntuosos) se vuelvan ciegos. Sin duda se trata de una reflexión del evangelista, que ha urdido esta escena posterior al milagro para introducir las palabras de Jesús. En ese instante se dice que había por allí unos fariseos que se dieron por aludidos. Jesús continúa su discurso: "Si fue­rais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís: "Vemos", vuestro pecado permanece". Y aquí termina el relato. Juan ya ha dicho lo que tenía que decir: que la curación del ciego es una "señal" del poder divino que poseía Jesús, que los fariseos son sus oponentes encarnizados, y que serán rechazados por Dios. Todo su evangelio es la expresión permanente de este rechazo.

Dicen los traductores de la Biblia de Jerusalén: "El milagro del ciego de na­cimiento es probablemente para el evangelista un símbolo del bautismo, nuevo nacimiento por el agua y el Espíritu". Puede ser que esta "novela" esté toda ella urdida para expresar ese pensamiento. Son muchas las analogías de este mila­gro con el discurso de Jesús a Nicodemo referente al nuevo nacimiento.

 




From: predicador_...@hotmail.com
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Subject: LOS MILAGROS EN EL NUEVO TESTAMENTO
Date: Mon, 9 Feb 2009 14:57:28 +0100

Jeshua Jeshua

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– Jeshua Jeshua

RESURRECIONES

 

Ponemos aparte estos milagros porque constituyen una forma más especí­fica en el intento de demostrar la divinidad de Jesús, que, en este caso, tiene poder incluso sobre la muerte. Mt y Mc sólo aportan una resurrección (la misma). Lucas, dos (una compartida con Mc-Mt), y Juan sólo la de Lázaro.

 

La hija de Jairo (Marcos 5,21; Mateo 9,18; Lucas 8,40)

Jairo era uno de los principales de la sinagoga (no se dice de qué pueblo).

Se echó a los pies de Jesús y le suplicó que fuese a su casa e impusiese sus manos sobre su hija, que estaba gravemente enferma. En el camino, rodeado de gente, tiene lugar la curación de la hemorroísa, que ya hemos contado. Antes de llegar a casa de Jairo, le salen al encuentro algunas personas para decirle que ya no era necesario molestar al Maestro, pues la muchacha había fallecido. Jesús, sin embargo, le dice:

"No temas; solamente ten fe".

Luego, sin permitir que nadie le siga, a excepción de tres de sus discípulos, entra en la casa, donde la gente llora y da gritos de dolor.

"¿Por qué alborotáis y lloráis? -les dice Jesús-. La niña no ha muerto; está dormida".

Se burlaron de él los presentes, pero Jesús entró en la habitación con los familiares íntimos y, tomando a la niña de la mano, le dice: "Talitá kum" (muchacha, levántate). Ella se levantó y se puso a andar. Quedaron todos fuera de sí, llenos de estupor. Y les insistió mucho en que nadie lo supiera, y que le dieran de comer.

Más sorprendente que la misma resurrección resulta la orden insistente de Jesús. ¿Cómo pretendía que nadie se enterase de algo tan insólito, máxime cuando había llegado allí rodeado de una muchedumbre?

Lucas cuenta casi con las mismas palabras que Marcos, excepto que talitá kum, la escribe directamente en griego. Mateo es más escueto e introduce algunas variantes: el padre de la niña viene a rogarle que vaya a su casa porque su hija había muerto, y él quería que la tocase con su manto para que volviera a la vida; Jesús no pronuncia palabra alguna, sólo la toma de la mano; y termina con la frase "y la noticia del suceso se divulgó por toda aquella comarca", algo mucho más lógico que de Marcos y Lucas.

El libro de los Hechos relata una resurrección llevada a cabo por Pedro y que está relacionada con la de la hija de Jairo. Se trataba de una muchacha lla­mada sospechosamente Tabitá. Lucas (que había leído el milagro anterior de Marcos), añade "que quiere decir Dorcás (gacela)", para que no se confunda con la frase de Jesús que tenía un dudoso aire de magia. Pedro, ante el ca­dáver, dice: "Tabitá, levántate". Es decir: Tabitá kum, una frase que sólo se diferencia de la de Jesús en una letra.

 

El hijo de la viuda de Naim (Lucas 7,11) Este relato tiene cierto parecido con el anterior. Hay una gran muchedum­bre alrededor del féretro de un muchacho, hijo de una viuda, al que ya han sacado de la casa y llevan a enterrar. Jesús siente compasión de la mujer (¿hacía Jesús milagros por compasión o para mostrar su divinidad?), toca el féretro y pronuncia las mismas palabras de antes: "Joven, levántate". El muerto se incorporó y se puso a ha­blar. La gente queda asustada y glorifica a Dios: "Un gran profeta ha surgido entre nosotros", "Dios ha visitado a su pueblo". Y lo que se decía de él se propagó por toda Judea y por toda la región circunvecina.

Cuando la gente decía que Jesús era un gran profeta, llevaban razón: sabían que Elías había resucitado también al hijo de una viuda. Aunque entre ambos milagros existen grandes diferencias (Elías se tiende sobre el niño y clama a Yahvé varias veces para que lo resucite), Lucas bien pudo haber urdido el de Jesús recordando aquel otro, y presentando a Jesús como alguien superior a los profetas, pues no tiene necesidad de recurrir a Dios, y le basta con unas palabras para devolverle la vida. Pero esto no significa nada, pues Pedro también resucita a Tabitá sin gestos ni recurso a la divinidad

 

Lázaro (Juan 11,1)

Lázaro era hermano, de Marta y María, las cuales enviaron recado a Jesús de que estaba enfermo. Jesús no se da prisa por ir a curarle: estuvo dos días en el mismo lugar, como si esperase a que el joven muriese. Luego se puso en camino con sus discípulos, y en el trayecto les dijo:

-Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de no haber estado allí, para que creáis.

Esperaba, por lo visto, que sus discípulos aumentaran su fe si le veían resucitarlo. Pero, de to­das formas, parece lógico que hubiera tenido el mismo efecto la curación del enfermo de gravedad: Los discípulos ya habían visto otras resurrecciones del Maestro, ¿por qué necesitaban otra más para creer en él? ¿O tal vez Juan ignoraba las otras dos resurrecciones que hizo?

Cuando Jesús está cerca de la casa, Marta le sale al encuentro y se entabla un diálogo entre los dos:

Si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto -pero añade-: Pero aún ahora yo sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá.

Marta da por supuesto que Jesús puede resucitar a su hermano, pero que no es él, sino Dios por su medio.

Tu hermano resucitará".

Y Marta:

Ya sé que resucitará en el último día. (Ahora no parece tan segura).

Yo soy la resurrección y la vida, el que crea en mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto? (Una de las muchas frases misteriosas y ambiguas de Jesús en el evangelio de Juan).

Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo" -palabras que no pueden aducirse en favor de la divinidad de Jesús, puesto que un momento antes afirmó que Jesús hacía milagros por el poder de Dios, no por sí mismo.

Marta llama a María, que también llora y repite las palabras de su herma­na.

Si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto, pero no muestra la confianza de Marta y Jesús no entabla un diálogo con ella.

Y entonces tiene lugar una escena que no deja de sorprendemos: Jesús se conmovió interiormente, se turbó, se echó a llorar y se volvió a conmover en su interior por el muerto. Y es sorprendente porque él esperó a que muriera pudiendo haberlo salvado y además sabía que Lázaro iba a resucitar. ¿Por qué llorar de ese modo tan exagerado por un muerto que no tardaría más que unos minutos en volver a la vida? En efecto, se acercó a la cueva donde estaba enterrado el cadáver, y cuando Marta le recuerda que ya hiede, pues lleva cuatro días muerto (ahora vuelve a parecer poco confiada), Jesús le dice:

¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?

  Y a continuación vuelve a sorprendemos: por primera vez, levanta los ojos al cielo y habla con Dios:

Padre, te doy gracias por haberme escuchado. Ya sabía yo que tú siempre me escuchas, pero lo he dicho por estos que me rodean., para que crean que tú me has enviado.

Parece que el evangelista quiere rodear el milagro de la mayor expectación posible: espera a que Lázaro muera para ponerse en camino, dice a sus discípulos que se ha dormido y va a despertarle, luego les aclara que ha muerto, mantiene una conversación con Marta, oye los gemidos de María y los con­currentes, se conmueve y llora, tranquiliza a Marta, reza a su Padre, y por fin, dando un fuerte grito, exclama:

¡Lázaro sal fuera!.

Debería suponerse que el milagro hubiese tenido lugar también si Jesús hubiese dado la orden en voz baja. ¿Por qué gritó? El caso es que (y aquí vie­ne una nueva sorpresa), "salió el muerto, atado de pies y manos con vendas..." ¿Cómo pudo salir si tenía los pies atados? Después de salir, Jesús ordena:

Desatadle y dejadle andar.      

Los fariseos se enteran y se confabulan:

¿Qué hacemos? Porque este hom­bre hace grandes señales. Si dejamos que siga así, todos creerán en él, vendrán los romanos y destruirán nuestro Lugar Santo y nuestra nación.

Se describe aquí una imagen de los fariseos que no puede ser más mezquina: saben que Jesús hace "señales", y a pesar de que la última demuestra un poder extraordi­nario, no creen en él. Algo que resulta más asombroso que el propio milagro. Lo demás (todos creerán en él y vendrán los romanos y destruirán nuestro Templo) es una insidiosa exageración del autor que sólo podría entenderse en el caso de que Jesús predicara un mensaje claramente político. Pero los cuatro evangelistas intentan dejar bien claro todo lo contrario (aunque sus discípulos no lo entendieran así al principio): el mensaje de Jesús era puramente religioso. La conversión del pueblo nada tendría que ver con su odio por los romanos.

 




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Subject: LOS MILAGROS EN EL NUEVO TESTAMENTO
Date: Mon, 9 Feb 2009 14:57:28 +0100

Jeshua Jeshua

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– Jeshua Jeshua

MILAGROS DE LA NATURALEZA

 

 En estos relatos, el paciente es plural (discípulos o multitud), y la Adver­sidad no es física ni psíquica, sino una circunstancia exterior al hombre que le afecta seriamente (J. Peláez, que los llama "relatos de manifestación"). Aunque inc1uímos la higuera seca y el pez con la moneda en la boca, estos no pueden considerarse verdaderos milagros, como veremos.

 

La pesca milagrosa (Lucas 5, 4)

Jesús está a orillas del lago Genesaret (el mar de Galilea) rodeado de gen­te. Estaban cerca unos pescadores lavando sus redes y, para predicarles con más comodidad, le pide a uno de ellos, Simón, que le preste su barca para subir a ella y hablarles desde allí. Cuando terminó, dijo a Simón:

Boga mar adentro y echad vuestras redes para pescar.

Se dirige a Simón, pero lo de "vuestras redes" nos hace suponer que iban otros en la barca. Simón le informa:

Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero en tu palabra, echaré las redes.

No explica Lucas por qué razón Simón confiaba en la palabra de Jesús, al que no conocía de nada, pues era la primera vez que se veían. Lo único que había visto era a Jesús predicando. Y había por entonces más de un predicador por toda Palestina afirmando que eran el Mesías. Y llamar Maestro a Jesús en esta primera ocasión, aunque le hubiese oído predicar, parece demasiado pre­maturo. Indudablemente, Lucas cuenta esta escena sin tener en cuenta las con­diciones históricas. Es la primera vez que Jesús y sus discípulos se ven, pero le llaman Maestro y confían ciegamente en él. Es un anacronismo notorio.

El caso es que echan las redes, y la cantidad de peces recogida fue tan gran­de, que se vieron obligados a llamar a los compañeros para que trajesen sus barcas y les ayudasen a llevar a la orilla la pesca, y las barcas casi se hundían por el peso de los muchos miles de peces que llevaban. Simón, asombrado, se echó a los pies de Jesús y le dijo:

Aléjate de mí, Señor, que soy un pecador -. Jesús le dijo:

No temas. Desde ahora serás pescador de hombres.

En realidad, toda esta historia se refiere a la llamada de los primeros discí­pulos. Pero Marcos (a quien sigue Mateo fielmente) la había contado de otra forma antes que Lucas: Jesús camina solo por la playa cuando encuentra a dos hermanos, Simón y Andrés, y en seguida a otros dos, Santiago y Juan, y sin más preámbulos les dice: "Venid conmigo y haré de vosotros pescadores de hombres". Ellos dejaron allí mismo las barcas, las redes, incluso la familia y, sin chistar, se fueron tras él. Extraña situación: ¿cómo se explica que unos hombres dejen familia y trabajo y se vayan tras un personaje del que no saben nada? Tal vez Lucas debió pensar que semejante actitud no resultaba lógica (aunque era realmente milagrosa desde el punto de vista de un Jesús con po­deres divinos) y colocó este milagro justo antes de la llamada, con lo cual, la marcha de los pescadores tras un individuo milagrero resultaba más congruen­te. Claro que para ello, si es que las cosas sucedieron así, que esto es sólo una conjetura, no hizo más que sustituir un milagro por otro. Sea como fuere, la pesca milagrosa sólo parece un alarde de poder para dejar apabullados a aque­llos sencillos pescadores. Jesús lo hizo más de una vez, como veremos.

Pero aún cabe otra interpretación: La pesca milagrosa es sólo un simbolis­mo con el que Lucas ha querido resaltar la misión de los discípulos, que en adelante se dedicarán a "pescar" hombres, no peces.

Como mera curiosidad, añadamos el hecho de que Marcos y Mateo nom­bran a cuatro discípulos, mientras que Lucas sólo habla de tres: se olvidó de Andrés. Pero nada tiene de extraño, pues esta llamada de los primeros segui­dores está contada también por Juan de una forma totalmente diferente.

 

La tempestad calmada (Marcos 4, 35; Mateo 8, 23; Lucas 8,22)

Jesús y sus discípulos van en una barca por el lago, el Mar de Galilea. El Maestro duerme tranquilamente en la popa sobre un cabezal. En esto se levanta una borrasca, las olas irrumpen en la barca y esta comienza a anegarse. Jesús sigue durmiendo, a pesar de que debía estar mojado hasta los huesos. Ellos le despiertan diciéndole:

Maestro, ¿es que no te importa que perezcamos?

 La frase debía referirse a la actitud estudiadamente tranquila de Jesús, que ni se inmuta ante .el desastre que se avecina, pero insinúa que Jesús puede hacer un milagro para salvarles, lo cual no tiene sentido en el contexto. Una vez despierto, increpó al viento y dijo al mar:

¡Calla, enmudece!

El viento se calmó y sobrevino una gran bonanza. Se volvió entonces a sus discípulos y les dijo:

¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis fe?

Ellos, se llenaron de temor y se decían:

¿Quién es, este que hasta el viento y el mar obedecen?

Como en otras ocasiones nos resulta extraño que Jesús tenga que gritar pa­ra que el milagro produzca. La narración resulta harto infantil, pues si Jesús tenía tales poderes sobre los elementos, bien podía haberlos acallado sin decir palabra, con sólo desearlo. Sin embargo parece que la intención del narrador es destacar la importancia de la fe para que se produzcan hechos prodigiosos. Aún así, antes de este milagro, Jesús había curado, ante sus discípulos, al endemo­niado de Cafarnaúm, a la suegra de Pedro, a un leproso, a un paralítico, al hombre de la mano paralizada y a una multitud más de enfermos y endemo­niados; lo que significa que los seguidores de Jesús debían ser bastante torpes cuando todavía no se habían dado cuenta de que tenían delante lo que los griegos llamaban un "hombre divino", un personaje con cualidades sobrenatu­rales. De todas formas, Marcos parece que se complace, también en otros lugares, en remachar esta torpeza de los discípulos.

 

Mateo relata este milagro introduciendo algunas variantes: las olas realmente "cubren" la barca, ¡mientras Jesús duerme placidamente!; la frase con que le despiertan es diferente: "¡Señor, sálvanos, que perecemos!", como si realmente estuviesen esperando el milagro, lo que no concuerda con la frase final de ad­miración; y se suprime la frase de imprecación de Jesús sobre los elementos, aunque se dice que "increpó a los vientos y al mar".

Lucas y Juan ignoran este milagro.

 

La multiplicación de los panes (Mc 6,31; Mt 14, 13; Lc 9,10; Jn 6,1)

Según Marcos y Mateo, por dos veces Jesús dio de comer a una multitud panes y peces. En la primera, él se retira con sus discípulos a un lugar solita­rio; pero la gente se entera y acuden "de todas las ciudades" (exageración evi­dente), llegando incluso antes que ellos, adivinando el lugar al que se iba a retirar. Jesús siente compasión y les predica "extensamente". Se hizo muy tarde y los discípulos se le acercan:

El lugar está deshabitado y ya es hora avanzada. Despide a la gente para que vayan a las aldeas y compren comida.

No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer-, responde, misterioso, Jesús.

¿Vamos nosotros a comprar doscientos denarios de pan para darles de comer?, preguntan ellos incrédulos.

¿Cuántos panes tenéis?- inquiere el Maestro.

Cinco; y dos peces,-responden.

Entonces les manda que acomoden a la gente por grupos de cien y de cin­cuenta (¿por qué en grupos? ¿Y por qué no todos de cincuenta, o todos de cien?), y él, tomando los panes, los bendijo y comenzó a darlo a sus discípu­los. Los panes no cesaban de salir de las manos de Jesús, o de la cesta. Otro tanto sucedió con los peces, y comieron todos hasta saciarse. Incluso recogieron doce canastos llenos de trozos de pan y sobras de los peces (o los dis­cípulos llevaban todos canastos cuando iban tras Jesús, o la gente salió de sus casas para verlo portando canastos para el camino).

Los que comieron fueron unos cinco mil hombres. ¿"Hombres", sin contar mujeres y niños, o se trata de una generalización y se toma "hombres" por "personas"? Sea como fuere, el número es a todas luces exagerado: cinco mil personas son los habitantes que tiene un pueblo bastante grande.

 

Mateo es más parco en la narración. Jesús siente compasión, pero no les predica; sino que curó a los que estaban enfermos, ordena que la gente se aco­mode sobre la hierba, pero no menciona lo de los grupos de cincuenta y de cien, tal vez porque no encontró una justificación lógica para ello; y al final nos aclara lo que no sabíamos por Marcos: los que comieron fueron cinco mil hombres, varones adultos, pues añade expresamente: "sin contar las mujeres y los niños". Debieron comer, pues, más de diez mil.

 

Lucas también añade cosas por su cuenta: Jesús les predica, pero también cura a los enfermos, y ordena que se acomoden en grupos de sólo cincuenta.

           

Juan puntualiza varios detalles. Jesús, ingenuamente, pregunta a Felipe:

¿Cómo vamos a comprar pan para que coman estos?-

Y Felipe:

Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco.

Interviene Andrés, hermano de Pedro:

Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes y dos peces, pero ¿qué es esto para tantos?

Haced sentar a la gente-, dice Jesús.

Cuando la gente acaba de comer, admirados por el portento, quisieron, por la fuerza, hacerle rey (detalle que no parece en los sinópticos), y entonces huyó al monte él solo. Aparte estas diferencias, los cuatro evangelistas están de acuerdo en la cuestión numérica: cinco mil hombres, cinco panes, dos peces, doce canastos con las sobras.

            .

Jesús realiza este milagro por segunda vez, pero en esta ocasión sólo lo relatan Marcos (8, 1) y Mateo (15, 32). El esquema básico es idéntico al de la primera: 1) re reúne mucha gente tras las numerosas curaciones junto al lago; 2) han venido de lugares distantes y no tienen qué comer; 3} Jesús declara que siente lástima por ellos; 4) los discípulos le advierten que es imposible dar de comer a aquella multitud; 5) Jesús pregunta cuántos panes tienen; 6) bendice los panes y los peces; 7) se reparten; 8) todos se sacian; 9) sobran varias es­puertas. Las diferencias sólo consisten en los números: siete panes, algunos peces, siete espuertas sobrantes, y cuatro mil personas alimentadas. Lo sorprendente es que los discípulos, después de haber presenciado la primera multiplicación, vuelvan a hacer la misma pregunta (¿cómo saciar a tanta gente en un lugar solitario?). Parece que como si no hubiesen presenciado el primer milagro. ¿Por qué Lucas y Juan no lo cuentan?

 

La oreja cortada (Lucas 22, 47-51)

Los cuatro evangelistas cuentan el prendimiento de Jesús en el huerto de Getsemaní y cómo uno de sus discípulos (sólo Juan dice el nombre: Pedro) saltó sobre el criado del Sumo Sacerdote y le cortó una oreja. Pero sólo Lucas (los otros callan) afirma que Jesús le dijo:

-¡Dejad! ¡Basta ya!-. Y tocando la oreja, le curó. (Un momento antes les había dicho que prepararan espadas).

Con toda la parafernalia de soldados (Juan habla de una cohorte romana, de unos seiscientos hombres) más los guardias enviados por los sumos sacerdotes y fariseos, y los discípulos empuñando las espadas, resulta inverosímil que Jesús tuviese oportunidad para curar la oreja del siervo, aunque Juan haya exagerado respecto al número de soldados. No parece un momento apropiado para hacer un milagro.

 

Jesús camina sobre el mar (Marcos 6, 45; Mateo 14, 22; Juan 6, 16).

Los tres evangelistas cuentan este prodigio justamente después de la primera multiplicación de los panes. Pero ahora nos encontramos con un problema de itinerario: ¿dónde ocurrió el milagro? Marcos cuenta que los discípulos han vuelto de su misión apostólica, y que entonces todos, con Jesús, se retiran a un lugar solitario, donde tiene lugar el reparto de panes. A continuación, dice Marcos que "obligó" a los suyos a subir a una barca y a ir por delante de él hacia Betsaida, mientras despedía a la gente y se retiraba a un monte a orar. Betsaida era una población que se encontraba al noreste del lago, por lo tanto el milagro debió suceder en otro lugar antes de Betsaida, en el noroeste. Allí estaba precisamente Cafarnaúm. Pero Juan lo cuenta de otra forma: después de la multiplicación, los discípulos suben a una barca y se van a Cafarnaúm. ¿Cómo pueden ir a Cafarnaúm si ya estaban allí? Por lo visto, para Marcos y para Juan, el milagro de la multiplicación tuvo lugar en lugares diferentes y, por tanto, el otro milagro, el caminar sobre las aguas del lago, pudo ser ca­mino de Betsaida o camino de Cafarnaúm. No debería extrañarnos, puesto que los evangelios no son biografías, carecen de rigor histórico, ya que fueron compuestos como un puzzle, tomando de aquí y de allá historias, orales o escri­tas, que a veces no concordaban entre sí. Esto demuestra, una vez más, que los autores de los evangelios no fueron testigos directos de los acontecimientos y que, cuando escribieron, debió haber pasado el tiempo suficiente como para que los datos se hubiesen difuminado y trabucado.

Marcos sigue diciendo que Jesús, al ver, desde la orilla, que sus amigos se fatigaban remando porque el viento les era adverso (aparece aquí lo que hemos llamado Adversidad), decidió echarse al agua, pero no para ayudarles, sino para darles un susto (aunque al final remedia el problema ha­ciendo que el viento amaine, la actitud de Jesús es bien extraña).

Era ya de no­che, y la parición de una figura humana andando sobre el mar hizo que sus discípulos creyeran que era un fantasma y se pusieran a gritar. Jesús no se les acercó, sino que pasó de largo. La intención de asustarles estaba clara (se ha dicho que la potestad de andar sobre las aguas era una prerrogativa divina según el AT, pero en tal caso Jesús hizo un alarde de divinidad inútil, pues sus discípulos no se enteraron). Pero inmediatamente se volvió y les dijo:

Soy yo, no temáis-. Y se subió a la barca.

Sus amigos estaban estupefactos, lo que no se explica cuando acababan de presenciar el extraordinario suceso de dar de comer a diez mil personas con unos pocos panes y peces. Marcos se dio cuenta de que la actitud de los discípulos no era lógica, y entonces termina escri­biendo: "Porque no habían entendido lo de los panes, sino que su mente estaba embotada".

 

Mateo añade una escena por su cuenta. No sabemos de dónde la sacó, pero resulta curiosa e incluso pueril: Cuando Jesús les dice que no tengan miedo, que es él, Pedro, no sabemos si por un atrevimiento intempestivo o porque dudaba de lo que oía, dice:

Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre las aguas-. Él le dijo:

Ven.

Pedro salió de la barca y comenzó a andar sobre el mar, maravillado, pero al mismo tiempo terriblemente asustado: "Viendo la violencia del viento, sintió miedo y, como comenzara a hundirse, gritó:

¡Se­ñor, sálvame!

Jesús le tomó de la mano diciéndole: "

Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?

Y subieron a la barca y el viento amainó.

Parece que este añadido pretende ser una forma simbólica de explicar la necesidad de confiar absoluta y ciegamente en Jesús. Para remachar esta idea, Mateo añade otra cosa más a Marcos. Éste terminaba la escena diciendo sim­plemente que sus discípulos quedaron estupefactos. Mateo escribe: "Entonces, los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: Verdaderamente eres Hijo de Dios". De esta forma, daba una imagen más correcta de los discípulos y, al mismo tiempo, resaltaba la idea de que Pedro debía haber confiado más en alguien que tenía poderes sobrenaturales por ser un "hijo de Dios", un hombre divino (ya que la expresión Hijo de Dios no significaba todavía una filiación de naturaleza, no se refería aún a la segunda persona de la Santísima Trinidad).

 

Lucas no narró este milagro. Nunca sabremos por que. Después de la mul­tiplicación de los panes, cuenta la profesión de fe de Pedro a la pregunta de Je­sús: "¿Quién dice la gente que soy yo?". Tal vez nunca oyó hablar de ese caminar del Maestro sobre las aguas, o no le pareció serio. Sólo en Mateo se explica como metáfora o símbolo. En Marcos y Juan no tiene sentido. Asustar a los suyos o demostrarles ostentosamente sus poderes sobre la naturaleza, después de haber presenciado tantos prodigios, resulta totalmente innecesario.

 Lo mismo puede decirse de los milagros que nos quedan por relatar.

 

 

El pez que tenía una moneda en la boca (Mateo 17, 24)

Sólo Mateo tuvo conocimiento de la escena que sigue:

Los encargados de cobrar el tributo anual, que cada israelita debía pagar personalmente para las necesidades del Templo, se acercan a Pedro y le pre­guntan si su Maestro no piensa pagarlo. Pedro les dice que sí. Luego, a solas, Jesús le pregunta:

¿Qué te parece, Simón?, los reyes de la tierra, ¿de quién cobran tributos, de sus hijos o de los extraños?

De los extraños-, responde Pedro. Y Jesús:

 Por tanto libres están los hijos. Sin embargo, para que no se escandalicen, vete al mar, echa el anzuelo, y el primer pez que salga, tómalo, ábrele la boca Y encontrarás un estáter. Tómalo y dáselo por ti y por mí.

El razonamiento de Jesús es ilógico. Los reyes de la tierra cobran tributo a sus hijos, es decir, a los súbditos (así entiende la Biblia de Jerusalén la ex­presión "hijos"). Lo de que los súbditos están libre no tiene sentido. Lo que quería decir, parece, es que él estaba exento de pagar el tributo, y también sus discípulos, posiblemente porque se consideraba superior a los demás israelitas debido a sus relaciones íntimas y especiales con Dios. Pero, sea como fuere, resolver la situación de una forma tan complicada, teniendo la pequeña comu­nidad fondos suficientes, tampoco tiene sentido. El milagro es absurdo e in­necesario. Además, ¿por qué no pagó por los demás discípulos?

De todas for­mas, el evangelista no dice que se realizara el milagro: sólo da la orden a Pe­dro, aunque debemos suponer que tuvo lugar.

 

Jesús seca una higuera (Marcos 11, 12; Mateo 21, 18)

Si el caminar sobre las aguas y lo del pez con una moneda en la boca re­sultan milagros increíbles por falta de una finalidad razonable, éste de la hi­guera resulta aún más absurdo debido a su irracionalidad. Marcos lo cuenta así: "Cuando salieron de Betania, sintió hambre, y viendo de lejos una higuera con hojas, fue a ver si encontraba algo en ella. Al acercarse, no encontró más que hojas; es que no era tiempo de higos. Entonces dijo a la higuera: ¡Que nunca jamás coma nadie fruto de ti!. Y sus discípulos oyeron esto".

A continuación, Jesús sube a Jerusalén y expulsa a los vendedores del atrio del Templo, para salir de nuevo muy de mañana. Entonces, los discípulos ob­servan que la higuera se había secado hasta la raíz. La higuera fue castigada por no tener fruto, lo que ya es un hecho absurdo; pero si, además, no era tiem­po de dar higos, el milagro de Jesús resulta doblemente duro e increíble.

Lucas debió entenderlo así y evitó mencionar esta escena; por contra, escribió que Jesús contó una parábola acerca de una higuera que no daba fruto nunca, a la que su dueño quiso arrancar. Pero el encargado le suplicó que la dejara un tiempo más, que él cavaría a su alrededor y la abonaría, por si podía recupe­rarse. Era la parábola de la paciencia, del amor hacia los que no dan frutos de buenas obras, a los que hay que dar una segunda oportunidad. Fue una pará­bola hermosa que deja a Jesús en muy buen lugar. Pero el estúpido milagro de la higuera seca nos presenta a un Jesús intransigente y cruel.

La única explicación que tiene este episodio, es que tal milagro nunca se produjo, sino que fue una invención de Marcos para dar más énfasis al poder de la oración. Efectivamente, cuando Pedro ve la higuera seca y se lo dice a su Maestro, este le responde sin dudarlo un momento:

-Tened fe en Dios. Yo os aseguro que quien diga a este monte: Quítate y arrójate al mar, y no vacile en su corazón, sino que crea que va a suceder lo que dice, lo obtendrá. Por eso os digo: todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis.

 

Mateo lo explica de un modo más coherente:

Yo os aseguro: si tenéis fe y no vaciláis, no sólo haréis lo de la higuera, sino que si decís a este monte: Quítate y arrójate al mar, así se hará.

La enseñanza no puede estar más clara: si oráis con fe inquebrantable podréis obtener hasta lo que os parezca más ab­surdo.

Este prodigio no puede considerarse un milagro, pues, como dijimos, en todos ellos aparece un problema (una adversidad) que Jesús resuelve, y en este caso falta semejante circunstancia. Por esta razón, debe entenderse como una narración didáctica.

 

El agua convertida en vino (Juan 2, 1)

Juan cuenta este milagro cuando Jesús aún no ha comenzado su misión, pero ya ha elegido a alguno de sus discípulos. Estos recientes compañe­ros, junto con Jesús y su madre, fueron invitados a una boda en un pueblo llamado Caná, en Galilea. En un momento determinado, el vino se acaba, María se da cuenta y se lo comunica a su hijo, como si estuviera pidiéndole que sacara a los novios del apuro mediante un milagro. Pero esto resulta poco creíble, porque María debía saber que los milagros no tienen como finalidad algo tan banal, tan frívolo e intras­cendente. Sin embargo, Jesús lo hace: encarga que llenen seis tinajas de agua y que las lleven al maestresala para que la pruebe, y éste queda encantado de la extraordinaria calidad del vino. ¿Por qué hizo Jesús algo así? Juan lo explica a su modo: en Caná comenzó Jesús a mostrar sus "señales" y manifestar su gloria, lo que trajo como consecuencia que sus discípulos creyeran en él. Fue un milagro exclusivamente para sus acompañantes, los futuros apóstoles. Pero esto no hace más creíble la historia: los discípulos tendrían ocasión de ver multitud de milagros a lo largo del tiempo que estuvieron con Jesús.

 

 

 

 

CURACIONES  MULTITUDINARIAS

 

Los evangelistas mencionan otros exorcismos y curaciones sin entrar en de­talles:

 

Marcos (1, 32-33; Mateo 8, 16; Lucas 4, 40-41):

"Al atardecer, le trajeron todos los enfermos y endemoniados; la ciudad en­tera estaba agolpada a la puerta. Jesús curó a muchos que adolecían de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios, a quienes no permitió hablar, pues le conocían".

 

Marcos (3, 7; Mateo 12, 15-16; Lucas 6, 17-19):

"Jesús se retiró con sus discípulos a orillas del mar y le siguió una gran muchedumbre de Galilea, también de Judea, de Jeru­salén, de Idumea, del otro lado del Jordán, de la región de Tiro y Sidón (es decir, de toda Palestina desde el sur hasta el norte, incluyendo territorios pa­ganos), una gran muchedumbre, al oír lo que hacía, acudió a él. Entonces, a causa de la multitud, dijo a sus discípulos que le prepararan una barca para que no le oprimieran, pues, habiendo curado a muchos, cuantos padecían do­lencias se le echaban encima para tocarle. Y los espíritus mudos, al verle caían a sus pies y gritaban: "¡Tú eres el Hijo de Dios!".

 

Marcos (6, 53; Mateo 14, 34-36):

"Llegaron a Genesaret y atracaron. Apenas desembarcaron, le reconocieron en seguida, recorrieron toda aquella región y comenzaron a traer enfermos en camillas...Y donde quiera que entrara, en pueblos, ciudades o aldeas colocaban­ a los enfermos en las plazas y le pedían poder tocar siquiera la orla de su man­to; y cuantos le tocaban quedaban sanados".

Lucas también cuenta que "toda la gente procuraba tocarle, porque salía de él una fuerza que sanaba a todos".

Mateo (15, 29) tiene otro resumen:

"Vino Jesús junto al mar de Galilea, subió al monte y se sentó allí. Y se le acercó mucha gente trayendo consigo cojos, lisiados, ciegos, mudos y otros muchos; los pusieron a sus pies, y él los curó. De suerte que la gente quedó maravillada al ver que los mudos hablaban, los lisiados quedaban curados, los cojos caminaban y los ciegos veían; y glorificaban al Dios de Israel".

Los enfermos son de todas clases, aunque no se mencionan expresamente los leprosos, mientras que los endemoniados se llevan la palma. Estos debían abundar en aquellas tierras de forma extraordinaria...

 

 




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Subject: LOS MILAGROS EN EL NUEVO TESTAMENTO
Date: Mon, 9 Feb 2009 14:57:28 +0100

Jeshua Jeshua

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9 февр. 2009 г., 09:03:3809.02.2009
– Jeshua Jeshua

MILAGROS DE LOS APOSTOLES

 

Curación de un tullido (Hechos 3, 1)

Pedro y Juan van a orar al Templo y se encuentran a un hombre tullido desde su nacimiento (se llama así a alguien que ha perdido el movimiento de todo o parte de su cuerpo) que pedía limosna. Los dos apóstoles, a un tiempo, fijan su mirada en él y Pedro le dice: "Míranos. No tengo oro ni plata, pero lo que tengo te lo doy: en nombre de Jesucristo Nazareno, ponte a andar". Y tomándole de la mano le levantó. El se puso de pie de un salto y anduvo. Lue­go entró en el Templo con ellos alabando a Dios, y quienes le conocían que­daron mudos de estupor y asombro, acudiendo donde estaban Juan y Pedro. Éste aprovechó la ocasión para echarles un largo discurso, resumiendo la idea de que fue Jesús, a quienes ellos habían enviado a la muerte, quien curó al tullido, y que ese mismo Jesús había resucitado. A consecuencia de ello fueron apresados y llevados ante el Sanedrín, que acabó poniéndoles en libertad con el encargo de que no siguieran predicando al Cristo resucitado. Pedro y Juan, sin embargo, no se amilanan. Se repite la incongruencia de que el hacedor de milagros sea perseguido por ello.     .

Tenemos la impresión de que este milagro se ha relatado con un fin deter­minado: exponer la predicación de Pedro y las primeras persecuciones de que fueron objeto los apóstoles.     .

 

La muerte de Ananías y Safira (Hechos 5,1)

Los primeros seguidores de Jesús, tras su muerte, venden sus bienes y los reparten entre los necesitados. Un tal Ananías y su mujer, Safira, venden un campo para entregar el dinero a los apóstoles, pero no lo entregan todo. Pedro recrimina a ambos, y los dos caen muertos. Entendemos que la primera comu­nidad cristiana deseara seguir la recomendación de su Maestro (quien quiera ser mi discípulo. que venda cuanto tiene y lo dé a los pobres), pero no se com­prende la dureza del castigo por no obedecer. Nos recuerda demasiado la in­transigencia de Yahvé en el Antiguo Testamento, que hacía morir, a veces, a la gente por los motivos más fútiles. Tal vez alguien se encargó de contar esta historia para que sirviera de ejemplo. No tiene sentido tanta dureza por parte de un Padre amoroso. Tampoco entra dentro de los cánones del milagro, pues falta también la adversidad que se resuelve. Más bien es un prodigio-castigo, lo que nunca hizo Jesús.

 

El paralítico de Lida (Hechos 9, 32)    

En la ciudad de Lida, en Judea, Pedro curó a un paralítico, llamado Eneas, que llevaba ocho años en una camilla. "Jesucristo te cura, dijo Pedro, levántate y arregla tu lecho". Al instante se levantó, y todos los habitantes de Lida y Sarón se convirtieron al Señor.

Lo importante de este milagro no es la curación del paralítico en sí, sino sus consecuencias: la conversión de todos los habitantes de dos ciudades. Por lo visto no bastaba con predicar; era necesaria una intervención especial de Dios (sin embargo hemos constatado anteriormente que este procedimiento no siempre daba resultado).

Es cierto que en Hechos 14, 1 (y en otros lugares) se dice que "una gran multitud de judíos y griegos abrazaron la fe", pero a reglón seguido se afirma que "el Señor les concedía obrar por sus manos señales y prodigios..." Como se afirma de Felipe en otra ocasión: "La gente le escuchaba con atención y con un mismo espíritu lo que decía Felipe, porque oían y veían las señales que realizaba; pues de muchos posesos salían los espíritu inmundos, y muchos paralíticos y cojos quedaron curados".

 

La resurrección de Tabita (Hechos 9, 36)

Este milagro se narra a continuación del anterior. Ya hicimos referencia a él cuando Jesús resucita a una niña diciéndole en arameo: talita kum, muchacha, levántate.

 

Castigo del mago Elimas (Hechos 13, 4)

Pablo y Bernabé Son enviados a Chipre por la comunidad para misionar a los gentiles, y estando en la ciudad de Pafos, el procónsul Sergio Paulo les mandó llamar para escuchar la palabra de Dios. Pero con él estaba el mago Elimas, que trataba de apartar al procónsul de la nueva fe que le predicaban Pablo y Berna­bé. Pablo, disgustado por la oposición del mago, le maldice: "Tú, repleto de todo engaño y maldad, hijo del Diablo, enemigo de toda justicia, ¿no acabarás ya de torcer los rectos caminos del Señor? Pues ahora, te quedarás ciego y no verás el sol hasta el tiempo oportuno". Y así ocurrió, y el procónsul creyó en las palabras de los apóstoles. Nuevamente, la conversión exige antes un acto prodigioso en ciertos casos. Se trata de otro prodigio-castigo.

 

El tullido de Listra (Hechos 14, 8)

Pablo y Bernabé llegan a la ciudad extranjera de Icono (en lo que hoy es el sur de Turquía), de donde deben huir porque muchos judíos se opusieron a su predicación, y ellos no hicieron allí ningún milagro para convencerles. Pero llegados a Listra, muy cerca de allí, encontraron a un tullido, como el de Pe­dro, y Pablo hace exactamente igual que aquel: Fijó en el enfermo su mirada y dijo con fuerte voz: "Ponte derecho sobre tus pies. Y él dio un salto y se puso a caminar. Las consecuencias, sin embargo, fueron algo diferentes. El entusiasmo del gentío que presenció el prodigio fue tan grande que creyeron que eran dioses bajados del cielo y querían adorarles y ofrecerles sacrificios. Pablo lo impide hablándoles del único Dios verdadero, pero sin mencionar a Jesús.

 

Pablo resucita a un muchacho (Hechos 20, 7)

Pablo está predicando a sus amigos cristianos en una casa. El sermón se ha­ce tan largo que un muchacho, llamado Eutico, acaba por dormirse en el borde de una ventana y se cayó desde un tercer piso. Y se mató. Pablo se tiende sobre él (corno hacía Elías), y tranquilizó a los presentes diciéndoles que no estaba muerto y continuando luego con el culto. Sólo al marcharse Pablo, en­cuentran que Eutico estaba vivo y todos se alegraron no poco. Obsérvese que Pedro hace milagros recurriendo al nombre de Jesús. Pablo no.

 

Leyendo las narraciones de milagros, y especialmente los resúmenes, se tie­ne la impresión de que Palestina, en tiempos de Jesús, debía estar repleta de enfermos. Posiblemente no era el único lugar en el mundo donde ocurría tal cosa. Resulta lúcido un párrafo del profesor Morton Smith al respecto (Jesús, el Mago, Ed. Martínez Roca):

"Para comprender la importancia de las curaciones de Jesús, debemos re­cordar que en la Palestina antigua no existían hospitales ni manicomios. El en­fermo y el loco debían ser atendidos por sus familias, en sus propios hoga­res. A menudo, la carga de cuidar de ellos era pesada y, a veces, especialmen­te en los casos de locura furiosa, superior a lo que la familia podía soportar. Los enfermos eran echados fuera de casa y se les dejaba que erraran como animales. Esta costumbre ha continuado hasta nuestro siglo. Nunca olvidaré mi primera experiencia en la "ciudad vieja" de Jerusalén, en 1940. .Lo primero que vi cuando entré por la puerta de Jaffa fue un lunático, una inmunda criatura que llevaba un saco de arpillera por todo vestido. Era presa de un ataque. Pa­recía mantener una conversación con algún ser imaginario que estuviera en el aire, frente a él. Soltaba un torrente incomprensible de palabras mientras que levantaba sus manos como si suplicara. Pronto comenzó a hacer ademanes, co­mo si quisiera protegerse de bofetadas, y aullaba como si le estuvieran gol­peando. Echando espuma por la boca, cayó de bruces al suelo y allí se quedó, gimiendo y retorciéndose, vomitó y tuvo un ataque de diarrea. Había mucha gente en la calle, pero los que llegaron hasta donde él estaba se limitaron a dar un rodeo para evitar la porquería y siguieron su camino. Él estaba caído sobre la acera, frente a una farmacia. Después de unos minutos salió un dependiente con una caja de serrín, lo vertió sobre el charco y trató al paciente con un par de patadas en los riñones. Esto le hizo recobrar los sentidos, se levantó y se fue tambaleándose, gimiendo todavía, frotándose la boca con una mano y los riñones con la otra. Cuando fui a vivir a la "ciudad vieja" supe que aquel hombre, y otra media docena como él, eran personajes populares. Esta era la psicoterapia de los antiguos. Quienes no querían echar a la calle a sus parientes locos, tenían que soportarlos en su propia casa. Por otro lado, y como quiera que la medicina racional era muy rudimentaria, las enfermedades crónicas y de­generativas debían estar muy extendidas, y esos enfermos también tenían que ser atendidos en sus propias casas. En consecuencia, la mayoría de la gente buscaba las curaciones con impaciencia, no sólo para ellos mismos, sino también para sus parientes. Los médicos eran incompetentes, escasos y caros. Cuando aparecía un curandero, ¡un hombre que pudiera realizar curaciones mi­lagrosas y lo hiciera gratis!, podía estar seguro de que iba a ser acosado por la multitud. Y entre el gentío que se apiñaba desesperadamente a su alrededor, pidiéndole que los sanara, se producirían algunas curaciones. Con cada una de ellas aumentaría la fama de sus poderes, las esperanzas y las especulaciones de la muchedumbre, así como las leyendas y rumores sobre el sanador".

 

No cabe duda de que en el fondo de las narraciones sobre milagros hay alguna verdad, expresada ya por el doctor Stmith en su último párrafo: Jesús era un sanador. Este hecho se ve corroborado por los mismos evangelios, ya que, se repite constantemente la necesidad de la fe para curarse. La fe, la con­fianza. Es exactamente lo que se requiere para que los sanadores actuales (y de todos los tiempos) puedan curar a sus enfermos (no a todos, por supuesto). La psiquiatría ha descubierto que la sordera, la ceguera, la mudez, la parálisis y otros síntomas parecidos podían ser ocasionados por la histeria. Los milagros de Jesús podrían explicarse por una supresión, al menos momentánea, de los síntomas de la histeria. Pero aquí nos tropezamos con un problema: si Jesús, como curandero, sólo podía curar las enfermedades psicosomáticas, debemos explicar los verdaderos milagros. Estos pueden resumirse en los siguientes: las resurrecciones, la desaparición momentánea de la lepra, la multiplicación de los panes, el andar sobre las aguas, secar una higuera con sólo la palabra, la mo­neda encontrada en la boca de un pez, aplacar una tempestad y convertir el agua en vino. 

Desde un punto de vista racional, esos milagros son imposibles. No cabe otra interpretación que la invención por parte de los escribas cristianos. Esto no debe extrañamos, pues en primer lugar, pueden consistir, en parte, en na­rraciones simbólicas que intentan explicar algún aspecto de la cristología, como la multiplicación de los panes sirve a Juan para hablar de que Jesús es el Pan de Vida, o calmar la tempestad, caminar sobre las aguas o secar la higuera son una excusa para hablar de la necesidad de la fe. Por otra parte, la necesidad de destacar la singular personalidad de Jesús sería otra oportunidad para imaginar tales relatos.

Debemos resaltar también el hecho de que esos milagros de Jesús no provocaban la fe de los presentes de un modo automático. Fariseos y sa­cerdotes buscan condenarle a pesar de haber presenciado algunos de sus pro­digios más extraordinarios; los apóstrofes y maldiciones de Jesús a Jerusalén, Betsaida y Corazín, demuestran que en esos lugares fue rechazado por sus oyentes. Mateo dice claramente: "Entonces se puso a maldecir a las ciudades en las que se habían realizado la mayoría de sus milagros, porque no se habían convertido". Jesús se queja en numerosas ocasiones de la dureza de corazón de los judíos. Incluso cuando la gente le sigue, él les recrimina: "Vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado". Y el evangelio de Juan dice: "Ni siquiera sus her­manos creían en él". Esos milagros extraordinarios que tratamos de explicar, no resultaban útiles porque nunca tuvieron lugar.

Pero todos los milagros de Jesús fueron, en realidad, inútiles, excepto para aliviar a algunos enfermos de sus dolencias. Presentarlos como pruebas de su superioridad, de su especial unión con la divinidad, o como de su divinidad misma, es un intento infructuoso de los evangelistas. El profesor J. Peláez, afirma: "Se puede decir que el milagro no prueba apodícticamente nada: endu­rece el corazón de los adversarios de Jesús, confirma en la fe a sus seguidores o llena de desconcierto a la gente". El equipo "Cahiers Evangile" remacha que los milagros no son "pruebas", sino "signos", un mensaje, una palabra de Jesús y sobre Jesús, y que sólo tienen sentido para quienes ya tienen fe: "El milagro como tal no puede ser reconocido más que por el creyente".

 

Por otra parte, debemos destacar otro hecho: el que existan narraciones acerca de que tales prodigios podían llevarlos a cabo diversidad de personas. De todos los fundadores de religiones se cuenta que hicieron milagros, inclu­yendo resurrecciones. El Antiguo Testamento está lleno de prodigios realizados por los profetas. Los de Moisés, especialmente, fueron tan extraordinarios que los de Jesús, comparados con aquel, apenas pueden considerarse juego de ni­ños. En tiempos de Jesús no faltaron, los obradores de milagros en Roma, Grecia o Egipto, inclusa en la misma Palestina, entre los judíos (en el Talmud se habla de un rabino que dio muerte a un colega suyo porque creyó que se había mofado de él, después de lo cual lo resucitó al darse cuenta de que se había equivocado). El Libro de los Hechos nos cuenta el caso de Simón el Ma­go, a quien, en Samaria, todo el mundo "le prestaba atención porque les había tenido atónitos durante mucho tiempo con sus artes mágicas". Por supuesto que el autor de los Hechos llama magia al poder de hacer milagros, igual que en algunas tradiciones rabínicas (baraítas, citadas en el Talmud hebreo) en­tendían los prodigios de Jesús. Los discípulos del Maestro de Nazaret también hicieron milagros cuando los envió como misioneros, incluso algunas personas que no eran discípulos, pero que usaban el nombre de Jesús para realizar exor­cismos, como nos cuentan Marcos y Lucas: "Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y no viene con nosotros". Muerto Jesús, sus seguidores (Pablo, Pedro, Felipe...) también hicieron algunos milagros. Y con el paso del tiempo, durante estos dos mil años, no han faltado nunca, hasta nuestros días, santos milagreros. Y curanderos y sanadores, cristianos y no cristianos.

Los milagros pueden hacerlos incluso personas y espíritus enemigos de Je­sús: "Surgirán falsos cristos y falsos profetas, y realizarán señales y prodigios para engañar a los' elegidos", dice Jesús. "La venida del Impío estará señalada por el influjo de Satanás, con toda clase de milagros, señales, prodigios enga­ñosos", escribe Pablo en 2 Tesalonicenses.

Evidentemente, los evangelistas se equivocaban cuando creía que los mila­gros de Jesús eran "pruebas" de su divinidad. Vimos al comienzo que Jesús hace milagros de las formas más dispares, incluso opuestas. Lo mismo cura a alguien que está a varios kilómetros de distancia, como necesita tocar con saliva y barro al enfermo, o cura con sólo su palabra, o simplemente impo­niendo sus manos, sin hablar siquiera. Tan dispares formas de curar sólo cuadran con los distintos métodos que usa un sanador según la enfermedad de la persona. Esas curaciones fueron exageradas por sus seguidores después de muerto, interesados como estaban en demostrar que era un personaje divino. De este interés surgieron otras muchas leyendas que examinaremos a continua­ción.    

 

Todo el Nuevo Testamento, en realidad, está plagado de prodigios. Pero, como dijo alguien, los milagros de Jesús, como todos los milagros, resultan inútiles para la humanidad, pues aunque sanen a algunos enfermos, no eliminan las enfermedades. El poder de los milagreros y sanadores es bastante limitado (lo que demuestra su origen puramente humano) y sólo tienen un interés rela­tivo, en tanto en cuanto alivian el sufrimiento de algunas personas. Pero el mundo está lleno de ese sufrimiento producido por las enfermedades. Jesús no pudo evitarlo. Lo demostró holgadamente cuando, entre todos los enfermos que esperaban ansiosos en la piscina de Bezatá, sólo atendió a uno (Mateo cuenta que en cierta ocasión le llevaron numerosos enfermos y los curó a to­dos, ¿por qué no hizo lo mismo en Bezatá?). Pero la verdad es que nadie espera que Dios venga a este mundo y elimine todas las enfermedades que nos aquejan. Ese sería el verdadero milagro. Lo demás sólo son remiendos temporales, propios de nuestra incapacidad como seres humanos. Jesús se comportó como tal, como un ser humano, compasivo pero impotente ante tan­to dolor. No podía hacer milagros, sólo curar a algunos enfermos por medio de la sugestión sobre quienes tenían confianza en él. Como en todos los tiem­pos. Como hoy.

Por otra parte, el sentido común, la simple lógica, nos proporciona un ar­gumento en contra de los milagros de Jesús (y de todos los milagros, por su­puesto): En ninguna parte se dice que Jesús sanase a alguien a quien le faltase una pierna, una mano o un brazo, o tuviese un ojo vacío, haciendo que estos miembros apareciesen de la nada. Ningún hacedor de milagros ha podido rea­lizar un prodigio de tal magnitud. Los milagros tienen un límite. Pero no lo tendrían si realmente viniesen de Dios.

Ni lo milagros son cosa de los tiempos modernos. Así que la ciencia ha ido avanzando, los prodigios se fueron extinguiendo. Ahora han sido los seres humanos quienes han erradicado, verdaderamente, sin necesidad de recurrir a milagrerías, varias enfermedades de todo el planeta. No sólo se ha curado a enfermos, sino que la ciencia ha acabado con la enfermedad. Lo que no pudo hacer Jesús ni ninguno de los taumaturgos de la antigüedad.

 




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Subject: LOS MILAGROS EN EL NUEVO TESTAMENTO
Date: Mon, 9 Feb 2009 14:57:28 +0100

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OTROS RELATOS MARAVILLOSOS EN EL NUEVO TESTAMENTO

 

Aparte los milagros que se dice que obró Jesús personalmente, también se narran numerosos hechos extraordinarios ocurridos desde su nacimiento hasta su muerte, así como en la primera comunidad cristiana. No nos detendremos en analizarlos uno a uno, pues son narraciones tan infantiles que no necesitan de ningún comentario. Sólo vamos a transcribir la relación de esos prodigios:

1. -El ángel del Señor se aparece a Zacarías para anunciarle que su mujer tendrá un hijo, Juan el Bautista. Por dudar de ello, pues su mujer., Isabel, era estéril, queda mudo hasta que nace el niño. Pero Zacarías dudaba lógicamen­te. ¿Por qué ése castigo?

2.-María queda embarazada por obra de la divinidad (una idea claramente pagana). Se lo anuncia el ángel Gabriel. Muchos fundadores de religiones apa­recen como nacidos sin intervención humana masculina. José, desagradable­mente sorprendido por el extraño embarazo, debe ser tranquilizado (en sue­ños) por un ángel.

3.-Unos magos de Oriente vienen a adorar a Jesús guiados por una estre­lla que se detiene sobre el lugar de su nacimiento. ¿Cómo puede detenerse una estrella sobre una casa?

4.-Unos pastores son avisados por un ángel para que vayan a adorar al re­cién nacido.

5.-Herodes el Grande ordena matar a todos los niños pequeños de Belén para asesinar a Jesús. Un ángel ordena a José que escapen a Egipto. El mismo ángel le dice que vuelva cuando Herodes ha muerto.

6.-Bautizado Jesús por Juan, una paloma se posa sobre él (el Espíritu Santo) y una voz desde el cielo le dice que es su hijo amado. ¿Por qué una paloma? Si Jesús era Dios, ¿para qué necesitaba una teofanía? En realidad se trata del momento en que Jesús descubre su vocación.          .

7.-Jesús es "empujado" por el Espíritu al desierto, donde es tentado por el demonio y llevado en volandas, por el maligno, a un monte y al alero del Tem­plo. ¿Por qué Dios se somete a un ritual tan extraño?

S.-Jesús, sobre un monte, y en presencia de Pedro, Juan y Santiago, mues­tra su rostro brillante como el sol y sus vestidos blancos como la luz. Moisés y Elías se parecen. Vuelve a oírse la voz del cielo como en el bautismo. Una manifestación de poder divino exclusiva para sólo tres discípulos. Carece de sentido. Los discípulos no la necesitaban. Ya habían visto muchos milagros de Jesús.

9.-Al morir en la cruz, se rasga el velo del Santuario, se extiende la oscu­ridad sobre todas las cosas, tiembla la tierra, se rajan las rocas, se abren los sepulcros y resucitan muchos cuerpos de santos difuntos, que (y esto resulta bastante inverosímil) esperaron a que Jesús resucitara para correr a la ciudad apareciéndose a muchos. Se dice que fue una señal de la victoria de Cristo sobre la muerte. Pero la gente que veía a los resucitados caminando por las calles y entrando en las casas de sus parientes nunca supo (al menos no se dice) que era un milagro provocado por el triunfo de Jesús sobre la muerte.¿De qué sirvió? Y tan sorprendente prodigio, ¿cómo no dejó huella en la historia de la ciudad ni nadie escribió acerca de ella? Un escritor judío, Flavio Josefa, que vivió en el siglo 1º y contó la historia de su pueblo hasta el año 66 (habló de la muerte de Jesús y de su hermano Santiago) pudo hacerlo. O Filón de Alejandría, que también vivió por aquel tiempo. Lo hubiesen hecho, sin duda, si tal resurrección de muertos (o la muerte de los inocentes) hubiera sido cierta.

10.-Jesús se aparece, resucitado, a las mujeres y a los apóstoles y discípu­los. ¿Por qué no se pareció a todos aquellos que no le creyeron cuando vivía? Hubiera sido una magnífica ocasión para probar su divinidad con hechos con­tundentes. Sus apariciones exclusivas a quienes le seguían y creían ya en él, resultan sumamente sospechosas, máxime teniendo en cuenta que sí se presen­taron los resucitados cuando el terremoto, cuyas apariciones no sirvieron de nada a Jesús. ¿Y por qué no se apareció al jefe de los apóstoles, Pedro, en primer lugar, en vez de hacerla a una mujer de la que había sacado varios demonios? Por otra parte, Juan cuenta que en el sepulcro vacío estaban las vendas que cubrían a Jesús muerto, lo que significa que resucitó desnudo. ¿Cómo se apareció después vestido?

11.-El Hijo de Dios vuelve al cielo, elevándose en el aire hasta que una nube le oculta. Creían entonces que Dios estaba "en el cielo" y allí encaminan a Je­sús; pero Dios está en todas partes, así que Jesús no hubiera tenido más que desaparecer para reunirse con su Padre, sin necesidad de subir a ningún sitio.

12.-El Espíritu Santo, precedido de un ruido como una ráfaga de viento im­petuoso, se aparece a los apóstoles en forma de llamas de fuego que se posan sobre ellos. Los apóstoles, inmediatamente, comienzan a hablar en otras len­guas. Pero nadie explica qué decían en esos momentos ni qué relación hay entre recibir al Espíritu y hablar en lenguas extrañas. Se dice que había allí judíos de todas partes del Imperio que les oyeron hablar, cada uno en su propia lengua, lo que no se dice es qué decían; pero cuando Pedro se dirige a ellos para expli­carles el ruido de viento, no lo hizo en la lengua de todos, sino en griego. ¿Otro milagro inútil? Por otra parte, según el evangelio de Juan, Jesús ya ha­bía "soplado" sobre los apóstoles diciéndoles: "Recibid el Espíritu Santo". Si ya lo habían recibido, ¿por qué lo reciben otra vez?

13. -El ángel del Señor abre las puertas de la prisión donde el Sanedrín ha­bía encarcelado a los apóstoles y les encomienda que sigan predicando. A con­tinuación se informa de que las puertas de la cárcel no se abrieron, pues estaban bien cerradas y los guardias ante ella. Debieron salir atravesando las paredes, como Jesús resucitado.

14.-Yendo hacia Damasco, Saulo, perseguidor de los cristianos, cae de su caballo a causa de una potente luz bajada del cielo y escucha la voz del mismo Jesús. Quedó ciego durante tres días (se ignora la causa, pues la luz no tenía por qué cegar, siendo divina como era) y desde entonces se dedicó a predicar al Cristo. Una vez se dice que sus acompañantes oyeron la voz pero no sabían de dónde venía, y otra vez se dice que vieron la luz pero no oyeron la voz.

15.-Un centurión romano, de nombre Cornelio, hombre piadoso como pocos, recibe la visita del ángel de Dios, el cual le conmina para que envíe a buscar a Simón Pedro. Pedro, entre tanto, cae en éxtasis y tiene una visión: "una cosa así como un gran lienzo atado por las cuatro puntas y lleno de cua­drúpedos, reptiles y aves". Una voz le dice que coma, pero él se resiste, por­que jamás ha comido cosa impura. La voz le dice que no es profano lo que Dios ha purificado. Y la visión desaparece. Llegan entonces los enviados de Cornelio. Pedro, que ha comprendido el sentido de la visión, les acompaña, y en casa del centurión les predica a él y a toda su familia y amigos allí reuni­dos. Acabada la prédica, el Espíritu Santo "cayó" sobre todos los presentes, y Pedro no pudo negarse a bautizar a aquellos paganos. Luego tuvo que dar ex­plicaciones en Jerusalén a la comunidad, pues les estaba prohibido entrar en casa de gentiles.

La historia es una justificación de que los paganos no estaban excluidos de la fe en Jesús. Eran los tiempos en que el rechazo judío se hacía cada vez más patente y la única solución razonable, como dijo Pablo en otra ocasión, era volverse a los gentiles.

16. -Pedro es apresado por Herodes para presentarlo al pueblo después de la Pascua y ejecutarlo. Pero estando durmiendo en la cárcel, custodiada por cua­tro escuadras de soldados, vino el ángel del Señor, le tocó en el costado y le dijo: "Levántate aprisa. Cíñete y cálzate las sandalias. Ponte el manto y sí­gueme". Pedro, liberado de sus cadenas milagrosamente, siguió las órdenes del ángel, y ambos salieron sin que nadie se diera cuenta. Cuando ya estaban en plena calle, el ángel desapareció. Otra vez el mensajero.

17. -En Antioquía, mientras los discípulos celebraban el culto del Señor y ayunaban, "dijo el Espíritu Santo: Separadme a Bernabé y a Saulo para la obra que les tengo encomendada". No se explica en qué forma se presentó el Es­píritu, ni siquiera si se presentó en forma alguno o sólo se escuchó su voz. Nos recuerda aquellas voces de Yahvé que hablaba sin cesar en el Antiguo Testamento sin que el autor explique nada, solo usa la expresión "dijo Yahvé".

18. -Se repite lo que hemos visto en el número anterior. "Atravesaron (Pa­blo y Timoteo) Frigia y la región de Galacia, pues el Espíritu Santo les había impedido predicar en Asia. Intentaron dirigirse a Bitinia, pero no se lo con­sintió el Espíritu de Jesús". No se explican las circunstancias en que el Espíritu les impidió predicar, ni si el Espíritu Santo y el Espíritu de Jesús eran la misma cosa.

19. -Pablo y Silas son apresados en la ciudad de Filipos, encarcelados y amarrados con cadenas. Ellos se pusieron a predicar a los presos y a cantar himnos. En aquel instante se produjo un terremoto tan fuerte que los cimientos de la cárcel se conmovieron, se abrieron todas las puertas y cayeron las ca­denas de los prisioneros. El jefe de la cárcel recibió también la palabra y les invitó a su casa (que debía estar muy cerca, pues los presos vuelven a la cár­cel). Al día siguiente fueron puestos en libertad por orden de los pretores.

20.-Estando Pablo en Corinto "el Señor le dijo durante la noche en una vi­sión: No tengas miedo, sigue hablando y no calles, porque yo estoy contigo y nadie te pondrá hacer mal, pues tengo yo un pueblo numeroso en esta ciu­dad". Se supone que "el Señor" es Jesús, que en ocasiones suple al Espíritu Santo en su misión de hablar a los apóstoles.

21. -Pablo, arrestado en Jerusalén, pide permiso para hablar a los judíos. Entre otras cosas les dice: "Habiendo vuelto a Jerusalén, caí en éxtasis en el Templo y le vi a él (a Jesús) que me decía: Date prisa y marcha inmediatamente de Jerusalén, pues no recibirán tu testimonio acerca de mí". Y a continuación le insiste: "Marcha, porque yo te enviaré lejos, a los gentiles". Los judíos se re­vuelven contra Pablo y es llevado ante el Sanedrín, a cuyos componentes pre­dica, pero tampoco le escuchan y el tribuno le devuelve a la cárcel. Esa noche "se le pareció el Señor y le dijo: "Ánimo, pues como has dado testimonio de mí en Jerusalén (a pesar de haberle prohibido que lo hiciera) así debes darlo tam­bién en Roma".

Jesús, el Espíritu Santo y los ángeles dirigen la misión de sus seguidores, especialmente la de Pablo.

 

Es cosa más que sabida, y en la que están de acuerdo tanto los estudiosos creyentes como los que no lo son, que la Biblia está escrita en clave religio­sa. Esto significa que sus autores hacen intervenir a la divinidad de diversos modos en los momentos claves, como el personaje principal en una obra de teatro. Y dado que estos libros contienen ciertos rasgos históricos, reales, de­bemos concluir que se trata de historia "novelada", adornada con sucesos fic­ticios y fantásticos que sirven para destacar la relevancia de los personajes, sea el héroe principal, sean los secundarios.        .

Es la única explicación racional a tantos hechos inverosímiles.

 




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Subject: LOS MILAGROS EN EL NUEVO TESTAMENTO
Date: Mon, 9 Feb 2009 14:57:28 +0100

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