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Me encanto Frank. 💖
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En el día 10 del Reto OctoBert2023 – Apariencia por Caro
Albert había quedado de verse con Candy en la Marcha por la Paz programada para el mediodía en Columbus Drive, partiendo en Calle Balboa y concluyendo en Calle Monroe. Habían acordado que trabajaría un par de horas en su oficina mientras ella iba a desayunar con Annie y Patty al Daley’s, reconocido por sus desayunos servidos las 24 horas.
En cuanto puso un pie en la calle escuchó la música en la Columbus y sonrió. Disfrutaba abrirse camino entre la gente que abarrotaba las banquetas. Le encantaba que nadie lo reconociera por su apariencia con su melena rubia que rebasaba sus hombros, barba tupida- natural por cierto, lentes oscuros, camisa negra arremangada, chaqueta de piel y pantalones de mezclilla. Quien se tomara la molestia de verlo diría que era un idealista camino a la marcha y no el líder de un gran imperio financiero.
Acercándose a la Balboa pudo ver los letreros, las carretas de comida, los asistentes bailando o escuchando las arengas de los organizadores. Las bandas escolares ensayaban sus números. Las calles estaban bloqueadas para el tráfico vehicular y los vagones de policía antimotines estaban listos por si las cosas se salían de control.
Albert divisó a Candy bailando cerca del escenario y sintió un brinco en el corazón. Tenía una sonrisa franca en su rostro, como si no hubiera otra cosa más importante en el mundo que bailar. Traía un hermoso vestido verde con mangas blancas abullonadas y zapatillas rosas. Su cabello recogido en coletas con moños rosas.
Se quedó observándola embelesado unos instantes antes de unirse al baile, cuando vio que dejaba de sonreír y se alejaba de la multitud.
Dos tipos la siguieron a la entrada de una tienda de abarrotes. Uno era rubio y el otro un pelirrojo gordo. Pudo ver la furia en su expresión, cuando finalmente llegó a su encuentro. Los sujetos estaban sonriéndole maliciosamente, el rubio trató de tocarle el cabello y ella le dio un manotazo.
“No seas así, linda,” dijo con sorna. “Tengo algo que te gustara.”
Candy estaba a punto de decirles que la dejaran en paz cuando Albert apareció de la nada. Levantó la mirada, sorprendida al ver que sus facciones estaban rígidas y sus ojos azules lanzaban chispas.
“Dejen en paz a la señorita,” ordenó fríamente, mientras Candy deslizaba la mirada hacia los sujetos. Sabía que Albert no era un hombre común y corriente, era más fuerte, más rápido y era muy bueno peleando, aunque no sabía si podía lidiar con dos al mismo tiempo.
Así que ajustando el cordel de su bolso sobre su hombro, murmuró. “Vamos a buscar-“
“No, linda.” Esas palabras fueron seguidas por un empujón en su hombro, haciéndola que chocara contra la puerta y se golpeara la cabeza.
El rubio se dirigió a Albert y dijo, “No trae anillo en su dedo. Es libre de irse con nosotros.”
“¡Ahhh!”
Todo pasó en cuestión de segundos. Una ráfaga de aire y entonces, zas, un Albert con la ceja izquierda sangrante tenía al rubio presionando la mejilla contra la banqueta y gimiendo de dolor.
Estaba furioso. ¿Qué importaba si terminaba golpeado y sangrando? Ya había pasado otras veces.
Un grito llamó la atención de Candy, y vio que su compinche había sacado una navaja y se disponía a atacar a Albert por la espalda. Corrió y se lanzó sobre la espalda del gordo, dándole golpes en la cabeza con los puños y jalándole el cabello hasta que la navaja cayó al piso.
Entonces un grito autoritario y el sonido de pasos los hizo voltear para ver a varios policías corriendo hacia la trifulca. Los cuatro fueron llevados a la comisaría donde fueron fichados. Les tomaron huellas y fotografías con placas de su información básica.
Candy salió en la fotografía con el rostro desencajado, preocupadísima por las consecuencias que esto le traería a Albert. Luego fue testigo de cómo le ordenaban al joven de apariencia desaliñada que se parara contra el cartelón indicando estaturas y sosteniendo el letrero solo con su segundo nombre porque dijo que no usarían su apellido para salir de este embrollo.
“¿Estás bien, Candy?”
“Estoy bien.” Esa furia inquietante suya se tornó confusa, fascinante, haciéndola sonrojar.
“Gracias por rescatarme, fue lindo de tu parte.”
Albert sonrió repentinamente y volteó hacia la cámara haciendo un guiño, la imagen quedando para la posteridad y provocando que los llevaran a la sala de interrogación por su irreverencia.
Una vez solos, Albert Le ofreció su pañuelo a Candy para que se secara las lágrimas diciéndole que no se preocupara. Se supone que sería una marcha por la paz, hombres y mujeres unidos por un fin común. Sabía que podía defenderse sola, recurriendo a la policía o metiéndose a una tienda para sacudirse a esa escoria. Podía haberse acercado a ella y tomarla de la mano, ignorando a los tipos, haciéndolos que buscaran en otro lado. En lugar de eso había iniciado una pelea donde terminaron arrestados.
“Espero no haberte asustado.”
“No… solo fue la sorpresa. Nunca te había visto tan furioso.”
“Quisiera encontrarme a esos tipos para seguir desmejorándoles el rostro con mis puños.”
“No digas eso,” dijo Candy acercándose y acariciándole las mejillas. Sus dedos tocaron su nariz, delinearon sus labios, tocaron la venda que le habían puesto arriba de la ceja.
“¿Te duele?”
Sonrió. “Nada que un poco de cuidado amoroso y cariñoso no pueda resolver.”
Ella soltó una risita entre lágrimas. “¿Tú crees?”
“Estoy seguro,” murmuró contra sus labios. Ella aceptó la invitación. Oh, su boca. Albert era buenísimo para esto de los besos, tan experto que ella sintió el calor alcanzar su vientre y un poco más abajo. No pudo evitar estremecerse, aferrándose a él como si fuera la vida misma.
“Siento mucho lo de la marcha. Estabas muy entusiasmada.”
“Quería participar en la marcha,” dijo, sonrojándose, “pero la verdad es que quería pasar el día contigo.”
“¿Te he dicho hoy que te amo?”
Ella movió la cabeza en negación.
“Pues te amo. Iluminas mi vida y me hacer reír, Candy. Te amo.”
“Yo también te amo, Albert,” murmuró, sellando sus palabras con otro beso hasta que la voz de George los interrumpió.
“Disculpe, señor William, señorita Candy.”
Albert levantó la cabeza para lanzarle una mirada de exasperación. “¿Cómo supiste?”
“Vi sus fotografías en la edición de la tarde.”
“¿Cómo?” exclamó Candy.
“En primera plana,” agregó con una leve sonrisa. “Por cierto, son muy fotogénicos.”
Se llevó las manos al rostro. “Dios mío, cuando la tía Elroy-“
“No se alarme, señorita. Pude interceptar el periódico antes de que llegara a manos de la señora.”
Corrió para abrazarlo y darle un beso en la mejilla. “Gracias George, nos has salvado.” El alivio reflejado en su rostro.
“Gracias, George,” dijo Albert bruscamente. “Te debo una.”
“De nada,” dijo lentamente. “Ahora, sobre la fianza...”
En el día 11 del Reto OctoBert2023 – Tutor por Caro
Albert no despegaba sus ojos de George tratando de asimilar el anuncio que le había hecho segundos antes. Sabía que algo extraño pasaba desde el momento que llegó el hombre a la mansión y pidió que pasaran al estudio para decirle algo muy importante.
“Por decisión unánime del Consejo, a partir de hoy dejaré de ser tu tutor.”
Frunciendo el ceño, el joven se puso de pie y apoyó las manos sobre el escritorio. “¿Por qué?”
“Has cumplido los 18 años, ya eres mayor de edad. Ellos consideran que ya no son necesarios mis servicios y por ende mi cargo ha sido revocado.”
“¿Y qué vas a hacer?”
“Estoy analizando una oferta del señor Cornwall, quiere que lo acompañe a Persia, parece que encontraron otro importante depósito de petróleo y quiere adquirir los derechos.”
Sin embargo Albert sabía la verdad detrás de esa revocación. La tía Elroy y sus consejeros pensaban que George era una mala influencia por sus ideas liberales y crítica a la estricta educación que estaba recibiendo, reiterando que necesitaba socializar con otras personas, conocer otros ambientes y encerrado en un estudio con viejos maestros particulares bajo el ojo vigilante de su tía Elroy no lo lograría.
“De acuerdo, ya soy mayor de edad,” dijo cortante. “Eso significa que puedo tomar mis propias decisiones.”
“Así es,” respondió George asintió levemente.
“Sin necesidad de consultar a mi tía y sus asesores.”
“Es correcto.”
Albert enderezó los hombros. “George, quiero hacerte una oferta formal de trabajo. Quiero que seas mi mano derecha, necesito a alguien de todas mis confianzas, y ese eres tú.”
“William,” murmuró, emocionado por la vehemencia en sus palabras. “No sé qué decir.”
Albert sonrió. “Solo hay una respuesta, que aceptas.”
George no pudo evitar sonreír al ver que le ofrecía su mano para cerrar el trato.
“Sí, William. Acepto.”
Se dieron la mano y luego un fuerte abrazo sellando ese pacto de complicidad y compresión que los seguiría el resto de sus vidas.
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Que hermoso poema Ceci!!!Bello bello!
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En el día 21 del Reto OctoBert2023 – Restaurante por Caro
Albert saltó del taxi amarillo y ajustándose los lentes oscuros corrió al restaurante. Iba retrasado a su cita con George luego de estar con su sastre que hizo alteraciones a su nuevo traje azul aduciendo que había bajado visiblemente de peso en estas últimas semanas. Lo cual no era sorprendente con sus mal pasadas por interminables reuniones de trabajo, citas con abogados y asesores, leyendo y firmando documentos poniéndose al corriente en todos los aspectos del emporio Andrew camino a la transición de poderes.
Regresaba entrada la noche a Lakewood y se tumbaba en la cama sin embargo tardaba en conciliar el sueño dando vueltas pensando en su pequeño ángel viviendo sola en Magnolia. No se atrevía a decirle que había recuperado la memoria y retomado su vida anterior. Necesitaba encontrar el momento adecuado para explicarle sus motivos. ¿Cómo reaccionará al saber la verdad? ¿Lo perdonará por su omisión? ¿Lo seguirá viendo como simplemente Albert?
Llegó a la mesa donde lo esperaba George dándole una palmada en la espalda antes de tomar asiento. En cuanto el mesero se retiró con sus órdenes retomaron su conversación de la noche anterior.
Luego de una comida que apenas pudieron disfrutar, pidieron café. Albert tomó un pequeño sorbo e hizo una mueca diciendo que estaba muy cargado.
George sonrió levemente viéndolo como le agregaba crema y azúcar.
“Aquí está lo que me pediste,” dijo, empujando el dosier en su dirección.
Se puso los lentes para leer el reporte del investigador privado. Terry estaba en la ciudad de Rockstown presentándose en una carpa como parte de un grupo teatral de baja categoría, su desempeño afectado notablemente por el alcohol.
Se quitó los lentes y apoyó una terminal (pata) sobre sus labios buscando una solución.
Tenía que hacer reaccionar a Terry. Decidió quedarse con Susana consciente del dolor que le causaba a Candy. No podía permitir que el sacrificio de ambos fuera en vano. El problema es que su agenda no le permitía ausentarse de Chicago. Tampoco podía acercarse a Candy porque insistiría en que regresará con ella al departamento exponiéndola a que fuera lanzada. Además sabía que lo buscaba por la ciudad repartiendo volantes con su retrato.
No podía evitar sentirse conmovido por sus acciones.
‘Pequeña… volveremos a vernos muy pronto,’ pensó.
“¿Qué vas a hacer?”
Levantó la mano para pedir la cuenta. “Voy a comprarle un abrigo a Candy. ¿Vienes conmigo?”
George subió las cejas. “¿Un abrigo?”
“Terry necesita un gran choque que lo haga reaccionar y la única persona que puede dárselo es Candy. Le enviaré el abrigo en una caja con remitente de Rockstown. Conociéndola, irá a buscarme. Solo espero que me perdone por llevarla a ese reencuentro.”
En el día 22 del Reto OctoBert2023 – Gratitud por Caro
Albert despertó cerca de las nueve de la mañana. Bostezó y se estiró con abandono, disfrutando la flexión de sus músculos. Aventó las sábanas y colgó las piernas sobre el costado de la cama, deslizando los pies sobre la gruesa alfombra verde con flores rosas instalada recientemente a solicitud de Candy.
Por cierto, ¿dónde estaba?
“Candy.” Caminó descalzo hacia el cuarto de baño. No estaba ahí.
Notó que la bata y pantuflas de ella no estaban en la silla y se dirigió a la ventana. Abrió la cortina y vio la mañana de otoño. Había un balcón afuera de esa ventana donde a veces desayunaban pero tampoco estaba esperándolo.
Unos pequeños golpes en la puerta lo hicieron voltear. ¿Quién será?
Ignorando su propia bata y pantuflas corrió a meterse a la cama, jalando las sábanas y recargándose contra la pila de almohadas.
“Adelante,” dijo Albert, cuando tocaron nuevamente. Y entonces sus ojos azules se hicieron bastante grandes cuando Candy se apareció con un carrito llevando platos cubiertos, tazas, utensilios y una cafetera. Alcanzó a percibir el rico aroma de café y pan dulce.
“Buenos días, Albert,” dijo con voz cantarina. “Tienes mejor semblante.”
“Buenos días, Candy,” respondió, tratando de recordar. “Sí, me siento bien, gracias.”
Candy acercó el carrito al costado de la cama y sirvió dos tazas humeantes de café. “Prefieres no recordar lo que pasó anoche.” Le ofreció una taza, mientras su otra mano le tocaba la mejilla. “Tienes razón, no tiene caso amargarnos el fin de semana.”
Albert tomó un poco de café. Estaba delicioso. Fuerte cómo le gustaba. Era la mezcla que Candy sabía era su favorita. Tomó otro sorbo.
Su mano ahora le acariciaba el cabello, una sonrisa dulce en su rostro. “¿Está bueno?”
“Buenísimo.”
“Deja probar.” Sin embargo en lugar de tomar de su propia taza, se estiró para cubrir la boca de Albert con la suya y darle un beso profundo, lento y provocador. Sus lenguas tocándose una y otra vez. Se retiró y sonriéndole dijo, “Sí, está bueno.”
Albert no podía hablar. Solo podía pensar qué otra sorpresa le tenía Candy. Así que inhaló lentamente para calmar sus ansias.
“Sigamos con el tratamiento,” dijo, retirando la cubierta plateada del plato de porcelana. “Yo solita hice el desayuno.”
Eran tostadas francesas con rebanadas de jamón y mini salchichas a la parrilla. “¿Puedo saber el motivo de este suntuoso desayuno?”
“Solo porque sí.”
“¿Por qué si?” murmuró, abriendo la boca para un pedacito de tostada. Estaba rico, con mantequilla y miel de maple. Levantó la mano para rechazar otro bocado.
“¿Debo tener una razón para hacerte un desayuno?” Entrecerró sus ojos verdes. “Abre la boca.”
Suspirando, aceptó un cacho de jamón. Y quedaron en silencio por unos instantes hasta que ella no pudo resistir su mirada inquisitiva.
“Bueno, digamos que lo hice por gratitud.”
“¿Gratitud?”
Candy suspiró. “Quiero corresponder de alguna manera por todo lo que haces por mí. Por apoyarme en mi trabajo, mis proyectos, mis ideas, mis locuras, hasta cuando me enfrento a malas personas y las pongo en su lugar, aunque a veces eso implique poner en riesgo la firma de un acuerdo lucrativo para tus empresas.”
Entonces Albert recordó el enfrentamiento de Candy con las esposas encopetadas de los empresarios que estaban renuentes a continuar sus donaciones a la Cruz Roja creyendo que con solo asistir al baile anual para su lucimiento en sociedad era suficiente, y advirtiéndole que si aspiraba a convertirse en una dama de la alta sociedad de Chicago y ser aceptada plenamente en su círculo debía ajustarse a sus reglas, aunque fuera la esposa de William Albert Andrew.
Craso error de esas mujeres enfrentarse con dos rebeldes que rompían las reglas para defender causas justas. Albert podía ser implacable cuando la situación lo requería y tomando de la mano a Candy anunció el término de la velada e invitando a las parejas a abandonar la mansión. La tranquilidad de ambos era más importante que cerrar un gran negocio.
“Albert, no solo es gratitud,” dijo suavemente. “Te amo. Te amor por lo que eres, por quién eres y cómo eres,” acercándose para darle un beso en los labios. “Y prometo cuidarte por el resto de nuestras vidas.”
“Candy,” gimió en su boca. “Yo también prometo cuidarte por el resto de nuestras vidas.”
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En el día 27 del Reto OctoBert2023 – Puente por Caro
“Nos vemos a eso de las 5 de la tarde.”
Albert estaba parado en el puente cercano a la vieja cabaña recordando la conversación telefónica que había sostenido temprano con Candy. Estaba en el hospital cubriendo el turno de una compañera, disculpándose que no pudiera aceptar su oferta de ir a montar a caballo seguida por un desayuno en los jardines de la mansión.
Aunque le gustaba compartir esas actividades con ella, lo que realmente ansiaba era escuchar su respuesta a la pregunta que le había formulado semanas atrás regresando del festival de la cosecha.
Albert sintió que las mejillas se le sonrojaban. Era la primera vez que hacía una propuesta de ese tipo. ¿Cómo es posible que este cariño y admiración por esa niña linda y compasiva que rescató de una cascada, ahora una linda señorita profesionista, amable y comprensiva se haya convertido en este amor romántico e intenso?
Sin embargo Candy no había contestado inmediatamente y nerviosa solo atinó a pedirle tiempo para pensar.
‘Albert, eres un tonto’, pensó, dándose un golpe en la frente. Quizás no trató el tema de la manera correcta, mencionándole sus gustos similares en comida, ropa, libros y películas como si estuviera tratando de venderle una propiedad.
“¡Albert!”
Giró inmediatamente y vio que ella venía corriendo a su encuentro. “¡Candy!”
La tomó entre sus brazos y simplemente la sostuvo, como si una gran paz lo cubriera.
Retirándose un poco, Candy se le quedó viendo con esos enormes ojos verdes llenos de dulzura y tenacidad, esperanzas y temores que su corazón albergaba. Y Albert se vio reflejado en ellos, y supo entonces que sólo ella podía inspirar este sentimiento para atreverse a cruzar ese puente.
“Yo te amo, Candy.”
“Y yo te amo, Albert,” dijo. “Tú lo sabes.”
Sí, él sabía. Tragó grueso, porque parecía que había esperado toda su vida para escuchar esas palabras de esta mujer. “Y me gustas, me gustas mucho, Albert. De verdad me gustas. Y cuando seamos un par de viejitos- para lo cual faltan muchos años- yo sé que seguirás siendo mi mejor amigo. Y contestando a tu pregunta de la otra noche-“y haciendo una pausa dramática continuó, “-Sí, William Albert, aceptó casarme contigo.”
“Eres adorable,” murmuró contra su boca mientras ella deslizaba sus brazos alrededor de él.
“Tú también,” dijo entre risitas, aceptando gustosa su beso apasionado.
“¿Albert…?” Candy, dijo, apretándolo.
“Dime.”
“Quiero que nuestra boda sea de cuento de hadas, por lo que vamos a necesitar un castillo ancestral.”
Sonrió complacido. “Concedido.”
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En el día 29 del Reto OctoBert2023 – Detalles por Caro
Albert y Candy habían sido invitados a la fiesta de Halloween en casa Archie y Annie, donde las actividades combinaron comida deliciosa y bebida espiritosa, algo de diversión y juegos, y por supuesto el final de la velada con la selección de la pareja con los mejores disfraces. Pasaron muchos años y la feliz pareja seguía recordando el desenlace de ese festejo.
Cuando Candy supo que el gran premio era un viaje de una semana a él Gran Cañón su lado competitivo se manifestó y buscó los disfraces que les darían la victoria.
“¿Caperucita Roja y el Lobo Feroz?” había dicho Albert levantando una ceja incrédula cuando llegó a casa con las cajas atadas con listón rojo conteniendo sus disfraces.
“Ya verás, Bertie,” dijo ella. “Con estos disfraces seguro que ganamos.”
“Solo si me dejas ser el Caperuzo Rojo,” murmuró, viendo la peluca y aplicaciones para el rostro.
“Jaja, por supuesto que no. Además el disfraz es de mi talla.”
Ni siquiera su oferta de él mismo llevarla a él Gran Cañón por dos semanas pudo hacerla cambiar de opinión, así que tuvo que someterse a la tortura de pasar horas sentado mientras le aplicaba la peluca y las aplicaciones de pelo en el rostro que lo convertirían en Lobo Feroz. Y para colmo de males tuvo que ponerse un camisón de franela estampado con pequeñas rosas rojas.
“Candy, ¿no podría mejor llevar mi viejo pantalón de mezclilla y una camisa de franela de cuadro rojos y negros?”
Caperuza… es decir Candy, se paró de puntitas para darle un beso en la nariz y evitar arruinarle el maquillaje. “Hay que cuidar los detalles, Albert.”
“Pero…”
“Albert, por años usaste disfraces para ocultar tu identidad, hasta te teñías el pelo y la barba. Así que puedes aguantar unas horas más. Te prometo que en cuanto recibamos el premio, nos regresamos inmediatamente a casa.”
“Hmmm,” Albert dijo rascándose levemente la mejilla peluda. “Cuánta seguridad.”
Ella se rio suavemente mientras tomaba la canasta que le llevaría a la abuela. “Hay que ser positivos. Además…”
“¿Qué cosa?” dijo Albert abriéndole la puerta de la habitación. Candy caminó seductoramente hacia él y susurró, “Cuando regresemos te demostraré mi eterno agradecimiento, mi lobito de enormes ojos azules.”
Una sonrisa canina apareció en el rostro de Albert ante sus palabras sugerentes y respondió con un aullido.
Como dijo Candy, hay que cuidar los detalles si quieres ganar el gran premio.
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