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El porvenir de las "sectas"
por DO
Si no hubiese sido por la inhumación ilegal de una joven, la llamada
"secta de Pirque" nunca habría merecido primeras páginas en los
diarios ni notas televisivas. Ahora, ya fue borrada por el fútbol, el
Transantiago y los otros componentes del acontecer cíclico de la
actualidad. Es que el grupo de Pirque resulta difícil de procesar con
los códigos de la crónica periodística. Sus integrantes no son hinchas
vandálicos, ni compradores de viviendas estafados por una
inmobiliaria, ni narcotraficantes, ni deudores insolventes de las
autopistas concesionadas, ni funcionarios acusados de corrupción. Es
decir, no son normales. Como no podían asimilarse al acontecer
cotidiano, se los trató como a bichos raros, se los marcó con el
estigma de ser distintos, enfatizándose cuestiones pintorescas como el
sexo sin placer.
Más allá de sus aspectos judiciales, el caso de la secta señaló los
límites de nuestra tolerancia con la diferencia. Cierto que la
sociedad chilena es hoy mucho más abierta y pluralista que hace dos
décadas y esto parece deberse, en gran medida, a las dinámicas del
mercado. Hoy, en las pantallas de los canales católicos y laicos se
despliega la anatomía humana con sus pulsiones y deseos, porque vende.
También se tolera a las minorías sexuales en la medida en que éstas
pueden convertirse en segmentos interesantes del mercado. Pero hasta
ahí no más llega la apertura.
Un grupo que se las arregla para vivir fuera del sistema y que se
muestra inmune a las seducciones de los bancos, las multitiendas y las
cadenas de farmacias es potencialmente mucho más transgresor que
quienes tienen sexo con condón o por orificios prohibidos. Por ahora,
las sectas parecen ser singularidades, rarezas, minorías demasiado
insignificantes para producir trastornos. Por eso se las trata con la
conmiseración que merecen unos pobres loquitos que se automarginan de
las bendiciones de los créditos y sus intereses llenos de benevolencia
y amor por los deudores, la educación formal y el ingreso a una vida
laboral que da plenitud, estabilidad y exageradas gratificaciones.
La vida comunitaria autosuficiente siempre ha sido una posibilidad de
escape para los inconformistas radicales. En Norteamérica, desde el
siglo XIX prosperaron las granjas comunitarias. Hasta hoy existen
grupos como los Amish, que buscaron una forma de vida propia, muchas
veces para preservar valores amenazados por la modernidad. Un emblema
de la vida autosuficiente en Estados Unidos es Henry David Thoreau y
su obra "Walden, vida en los bosques". En Hispanoamérica, pese a que
la Contrarreforma impuso un control estricto sobre la vida pública y
privada, no han faltado los experimentos utópicos comunitarios desde
la Colonia. El término "alternativo" se usa hoy para referirse a los
que en vez de terno y corbata usan bluyines, zapatillas y poleras.
Pero más allá de las apariencias, en Chile y en toda América hay
muchos y muy diversos grupos que han optado por vivir en formas
verdaderamente alternativas. Como se instalan fuera del mercado son
invisibles.
Sí, hay cada vez más personas aquejadas por el malestar del progreso,
por los traumas de la vida en las grandes ciudades, por la precariedad
del individuo aislado del colectivo humano. La opción del regreso a la
vida rural y comunitaria, aunque sea sólo como proyecto, es creciente.
Aun así, ni las comunidades ni las sectas van a llegar a convertirse
en una amenaza seria para el sistema. Éste ya se está destruyendo por
sus propios excesos y por las ambiciones desmedidas de quienes lo
administran. En la medida en que cunda el apocalipsis irán prosperando
los que han sido capaces de inventarse otras formas de vida y
experimentos comunitarios. Ahora, comunidades y sectas también tienen
sus traumas y riesgos. El más frecuente es el poder sin control que
pueden ejercer los líderes mesiánicos o carismáticos.
--------- fin ---------
Saludos