Maniatar a la opinión mundial es bastante difícil y las cosas ya se
empiezan ir de las manos a los manipuladores que deseaban cierta
ambigüedad para evitar polémicas.
Fuente.- Confidencial, Nicaragua
Enlace.-
http://www.confidencial.com.ni/enpantalla_617.html
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Cómo mejorarse a punta de estupidez
Por JCA
La amplia gama de películas que aprovechan el filón dramático de la II
Guerra mundial se decanta entre dos extremos. Por un lado, tenemos
sobrios filmes que pretenden rememorar con seriedad episodios
asociados al conflicto. En esta esquina están “Der Untergang” (Oliver
Hirschbiegel, 2002) y “Schindler’s List” (Steven Spielberg, 1993). En
el otro extremo, están las películas que utilizan el momento histórico
como un escenario para ejercicios de escapismo y aventura. Aquí
podemos acomodar muchos títulos, desde la perennemente televisada
“Where Eagles Dare” (Brian G. Hutton,1968) hasta la inminente
“Inglorious Bastards” (Quentin Tarantino, 2009). Cortejando con la
irrelevancia, el nuevo vehículo estelar de Tom Cruise se ubica a medio
camino entre los dos polos.
La “Operación Valkiria” fue uno de múltiples intentos por asesinar a
Adolph Hitler. Se trata de una conjura particularmente dramática.
Sucedió apenas meses antes de la caída del III Reich. Fue planeada e
infructuosamente ejecutada por oficiales del ejército alemán de las
más altas esferas. Sí. Todos sabemos que los conspiradores fracasaron.
Por eso, el director Bryan Singer y el guionista Christopher
McQuarrie, quienes saltaron a la fama por “The Usual Suspects” (1994),
se concentran en la minucia del procedimiento. La ejecución del plan.
En principio es una buena idea. Le funcionó a David Fincher en la
épica “Zodiac” (David Fincher, 2007), sobre la cacería inefectiva del
infame asesino en serie de San Francisco. Sin embargo, en este caso,
los realizadores la sabotean al reducir a sus personajes a caricaturas
de patriotismo y orgullo.
Por ejemplo, ¿qué sabemos del Coronel Claus von Stauffenberg (Cruise),
el protagonista designado? Un prólogo nos cuenta como quedó mutilado
por el fuego del combate. Las líneas de su diario aclaran el grado de
su desencanto con el Fuhrer. Escenas editadas con la sutileza de un
garrotazo muestran que amaba a su silenciosa mujer e hijos. Las fotos
que la compañía productora ha hecho circular en los kits de prensa
muestran que en efecto, Stauffenberg tenía algún parecido con el
estelar Tom Cruise. Lo que ciertamente justificaría la existencia del
filme, ¿verdad?
Pues, no. La película existe sólo para darle un empujoncito al actor
en un momento difícil de su carrera. Una tormenta perfecta de pasos en
falso echó a pique su credibilidad en la industria: su beligerante
evangelismo en nombre de la Cienciología; el repentino matrimonio con
Kathie Holmes, a quien le dobla la edad; un ridículo exabrupto durante
una aparición en el show de Oprah Winfrey; y la purga de un contrato
de producción con el estudio Paramount. El otrora infalible Cruise ya
tenía fama de loco. Necesitaba probar que era un actor serio, capaz de
seguir encabezando éxitos de taquilla. Y pronto.
Quizás me extiendo demasiado en asuntos que tienen más que ver con el
negocio y no la película, porque “Operación Valkiria” es tan vacía.
Singer dirige con eficiencia artesanal. A veces escenifica la acción
en locaciones reales, pero el filme siempre tiene una apariencia
sintética, casi plástica. Algunos momentos de suspenso funcionan en un
rango limitado. ¿Explotará la maleta en las manos de ese soldado
anónimo, o en las manos de aquel otro soldado anónimo? Después de la
primera reacción visceral, es difícil mantenerse interesado.
Hay algo demasiado contemporáneo en estilo actoral de Cruise, que
reduce su vestuario a un disfraz. Tampoco ayuda que el notable reparto
sea exprimido de cualquier atisbo de carácter. Se vuelven
intercambiables entre sí. Es una especie de proeza perversa, convertir
en sombras de sí mismos al viejo león Terence Stamp, al ingenioso
comediante Eddie Izzard, al shakespeareano Kenneth Brannagh y al
volátil Tom Wilkinson. Dos actores salvan la película: Bill Nighy,
como el General Friederich Olbright, quien no oculta el terror a las
consecuencias de su convicción. Eso lo hace humano. Christian Berkel,
como el jefe de reserva, Coronel Mertz von Quirnheim, exhibe una sutil
y bienvenida vena de humor. Sí “Operación Valkiria” se hubiera
concentrado en ellos dos, sería algo más que el recuento sin vida de
un complot muerto.
--------- fin ---------
Saludos