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Los partidos políticos

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Pedro Aponte Vázquez

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Jul 7, 1998, 3:00:00 AM7/7/98
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Los partidos políticos

Por Pedro Aponte Vázquez

Los ciudadanos inventamos los partidos políticos para ayudarnos en la mejor organización de la sociedad con el fin de enfrentar, resolver y evitar los problemas de la convivencia. Sin embargo, nos encontramos con que las cosas están al revés; que el poder que tuvimos para decidir cómo organizarnos para nuestro beneficio nos lo han quitado poco a poco los políticos de oficio para su propio bienestar. O sea, que los políticos profesionales "nos toman el pelo" y "nos comen los dulces".

Mire cómo comenzó todo. En una familia de épocas remotas, por numerosa que fuera, era sencillo tomar decisiones, hacerlas cumplir y corregir a los desobedientes. Además, se sabía a quién le correspondía decidir y quién sustituía a esa persona cuando surgía la necesidad. Resultaba fácil, pues, distribuir faenas y responsabilidades en cuanto a, digamos, buscar alimentos y prepararlos; obtener utensilios y conservarlos; construir albergues y mantenerlos; proteger a la familia y defenderla. Eso era el gobierno de la familia. Al acercarse unas familias a otras surgieron grupos mayores, los cuales llamamos comunidades. Eran familias independientes, pero juntas, que enfrentaban sus necesidades comunes conjuntamente.Según esas pequeñas comunidades fueron creciendo porque nacían nuevos miembros y porque llegaban a ellas otras familias, fueron apareciendo nuevas necesidades y también nuevos problemas. Esto fue así porque, por un lado, había necesidad de más albergues, más alimentos, más utensilios y más protección. Además, había que tomar decisiones más difíciles porque las relaciones entre las personas se complicaban. Por eso es que decimos que, "mientras menos perros, menos pulgas." Llegó el momento en que las comunidades ya no eran tan sencillas y la convivencia se puso complicada. Además, mientras esto ocurría en una comarca, lo mismo sucedía en otras y llegaron a tener contacto y relaciones de todo tipo las comunidades de unas comarcas con las de otras y con otras regiones y aquéllas con éstas y éstas con las otras y se formó tremendo lío. La gente empezó entonces a buscar maneras de simplificar las cosas y evitar nuevas complicaciones. Así surgió lo que pareció una brillante idea: delegar sus poderes para la toma de decisiones. Es decir, autorizar a otros miembros de la comunidad a que se ocuparan de la ya complicada tarea de tomar decisiones para resolver y evitar problemas comunes sin que fuera necesario reunirse todos en asamblea. De esa manera, el resto de la gente podía dedicarse a otros menesteres con la confianza de que había otros miembros de la comunidad ocupándose de tomar las más importantes decisiones; o sea, ocupándose de gobernar. Esta práctica fue aplicada luego a ese grupo más grande y más complejo que llamamos sociedad. Fue en realiidad un contrato; un contrato social.

Lo malo fue que surgieron las nuevas complicaciones que habían esperado evitar y, mientras en algunas regiones, a veces muy extensas, el contrato funcionaba bien aunque con imperfecciones, en otros lugares, algunos no menos extensos, se impuso la barbarie. Muchas veces la barbarie vino de afuera, de otras comarcas, de otras regiones y hasta de otros continentes. Pero no nos adelantemos. Dentro de ese trajín diario de tomar unos pocos las más importantes decisiones para los demás, a algunos les pareció muy atractivo eso de gobernar, pues les traía influencia y prestigio. Les traía, además, algunos privilegios y una diversidad de oportunidades que ni siquiera ellos mismos habían soñado. Comenzó a estar claro para algunos miembros de esas ya extensas sociedades que eso de gobernar podía ser un lucrativo negocio. Esto trajo entonces la competencia entre aquellos que veían la oportunidad de sacar provecho personal de la función de gobernar.

Demás estaría entrar a describir lo que ocurre en esos casos, pues es algo que vemos prácticamente todos los días. Bástenos con observar que en esas situaciones surgen bandos y que esos bandos, aunque tengan intereses que les son comunes, tienen también intereses contrarios y que esos intereses casi nunca son los de la mayoría de lasociedad. Las discrepancias, los intereses contrarios, los modos distintos de ver las cosas y el abandono de los intereses de la mayoría por parte de los que tomaban las decisiones, dieron lugar a que surgieran unas personas que comenzaron a dirigir a los miembros de distintos grupos de ciudadanos con diferentes ideas sobre cómo enfrentar y resolver esta nueva situación. Unos líderes dijeron que había que encontrar otros modos de hacer las cosas y otros se opusieron. Otros dijeron que había necesidad de algunos cambios, pero no los propuestos, y siguió complicándose la función de gobernar. Estas nuevas complicaciones, así como los deseos de los propios gobernantes por aumentar y ampliar el poder que les habían delegado, llevó a algunos políticos de oficio a levantar ejércitos, no para la defensa de la nación, sino para internarse en territorios ajenos en busca de riquezas. Así surgieron graves confrontamientos, siempre sangrientos y a veces prolongados, entre los habitantes de naciones distintas. Como se trataba de seres humanos, no todos estaban de acuerdo con las decisiones que tomaban sus respectivos gobernantes y hubo guerras hastadentro de una misma nación. Hubo quienes se dieron cuenta de que aquellos que gobernaban no les prestaban atención y que se les explotaba de mil maneras; que los políticos de oficio los habían despojado hasta de sus más fundamentales derechos; no sólo de sus derechos de ciudadanos, sino también de sus derechos de seres humanos. Vieron entonces que la idea de autorizar a otros a decidir por los demás no funcionaba como habían esperado; que los beneficiados resultaron ser los gobernantes y no los gobernados; aquellos a quienes se les había delegado el poder y no los que lo delegaron.

La gente tuvo que recurrir entonces a diversos medios para enfrentar esta absurda situación y en algunas naciones los ciudadanos se vieron obligados a usar organizadamente, contra los privilegiados, la misma fuerza bruta que éstos usaban contra ellos. Es decir, recurrieron a la violencia revolucionaria contra la violencia de los gobernantes. Organizadamente hubo que hacerlo, pues encontraron que nada se adelantaba con acciones no planificadas de defensa individual. Se hizo evidente la conveniencia de que la gente se organizara y planificara acciones dirigidas a recuperar el poder que habían prestado. Comenzaron a surgir así grupos relativamente pequeños que operaban clandestinamente o mediante guerrillas y que en algunos casos se unían con otros grupos para acciones específicas. Luego aparecieron redes revolucionarias y llegaron a surgir ejércitos de liberación nacional.

Mientras tanto, otros grupos operaban abiertamente contra los gobernantes dentro del reducido espacio que los políticos de oficio creían conveniente permitirles. Otros, los que aspiraban a alcanzar y disfrutar de los privilegios que venían con la función de gobernar y de la oportunidad de apoderarse de lo ajeno, respaldaban sin condición alguna a los gobernantes. A la larga los ciudadanos inventaron los partidospolíticos. Vea usted que los ciudadanos inventaron los partidos políticos con el propósito de simplicar sus modos de manejar los asuntos públicos y de frenar las ambiciones personales de quienes venían dedicándose a la tarea de gobernar. No se trataba, desde luego, de que los políticos de oficio no tuvieran ambiciones personales legítimas. El problema estaba en que ponían sus ambiciones por delante de sus obligaciones para con el resto de la sociedad y estaban pendientes, como quien "vela güira", de satisfacer únicamente sus propias necesidades. Se suponía que los partidos plíticos fueran, pues, un instrumento de la gente; un medio por el cual los ciudadanos podían hacerles saber a los políticos de oficio su sentir, sus ideas, sus opiniones, sobre una variedad de importantes y complejos asuntos de carácter público. La gente tenía la esperanza de que, autorizando a unos políticos profesionales a manejar sus asuntos públicos y a tomar decisiones importantes en torno a su mejor bienestar y el de su Pueblo, podrían irse a dormir con la tranquilidad de que habían colocado en buenas manos su poder de decidir. Esto, por supuesto, no ha resultado así.

Nuestra

experiencia. En Puerto Rico se dio más o menos todo ese proceso. De una convivencia sencilla, pero no sin dificultades, en las épocas remotas de los primeros habitantes, pasamos a las graves complicaciones que siguieron a dos invasiones: primero la de España en el año de 1493 y luego la de Estados Unidos de Norte América cuatro siglos después, en el 1898. Una y otra invasión fueron el reultado del afán de los gobiernos invasores por fortalecer sus respectivos poderes económicos y políticos. Vale aclarar que no son los pueblos como tales los que atacan, invaden, saquean, oprimen, explotan y reprimen, sino los políticos de oficio en quienes los ciudadanos depositaron su confianza para que tomaran decisiones por ellos. Los ciudadanos de las naciones invadidas, seres humanos al fin, reaccionan de modos distintos cuando se les invaden sus respectivos territorios nacionales. A unos los mueve el natural patriotismo de defender a su patria y contraatacan; a otros los mueve el egoísmo materialista y apoyan al enemigo; a otros los paraliza el temor y se entregan. Es fácil identificar estas distintas reacciones en el Puerto Rico de este siglo; el Puerto Rico que fue invadido por las fuerzas militares del gobierno de Estados Unidos. Unos, los defensores de la nación y de la independencia, los que queremos recuperar nuestro poder de tomar nuestras propias decisiones, los que no aceptamos estar sometidos ni a nativos ni a extranjeros, hemos venido luchando en contra del invasor por todos los medios imaginables, desde la diplomacia hasta las armas, pasando por las consultas electorales. Otros apoyan sin condición alguna al enemigo y se empeñan en disolver la nación puertorriqueña y convertir a Puerto Rico en una provincia más de la nación invasora, algo así como un enorme municipio. Hay otros que apoyan al enemigo, pero con una que otra condición. Estos quieren que les permitan ser al mismo tiempo el lanzador y el receptor; estar al mismo tiempo en la procesión y repicar las campanas. Quieren ser y no ser. Los que no estamos de acuerdo con eso de que una pandilla de maleantes extranjeros entre por la fuerza en nuestra casa y actúe como si fuera el dueño, hemos sido víctimas no sólo del invasor mismo, sino de esos dos bandos que se han convertido en defensores del enemigo. Unos y otros, los sometidos sin condiciones y los sometidos con una que otra condición, colaboran con mucho placer en la persecución de los defensores de la dignidad de nuestra nación "haciéndole el caldo gordo" al invasor. Imagine por un momento que usted vive con su numerosa familia en una finca; que a su finca se presentan unos asaltantes armados "hasta los dientes"; que se introducen en su casa por la fuerza y bajo amenazas; que le arrebatan a usted la autoridad para tomar decisiones; que le exigen respetar las decisiones que ellos tomen; que entre esas decisiones que le exigen a usted aceptar, están el que usted y su familia aprendan el idioma de ellos y lo utilicen para sus conversaciones diarias y en todos los demás asuntos importantes; que dictaminen que no haya más partos en la familia porque la consideran muy grande; que abandone sus tradiciones; que cambie el modo de conducir los negocios en su finca; que se dedique a otro tipo de siembra; que les pida permiso para salir a visitar otras fincas; que sus hijos se conviertan en compinches de ellos; que sean sus guardaespaldas; que den la vida por ellos; que todos se conviertan en peones en su propia finca. Imagine ahora que aquellos miembros de la familia que opusieron resistencia al abuso empuñando azadas, palos y machetes, tratan de convencer a los otros de que el deber de toda la familia es organizarse debidamente para echar de la finca a los maleantes. Imagínese, además, que algunos miembros de la familia no aceptan esa idea y en su lugar insisten en que aquella finca después de todo no es ninguna finca, sino una vasta extensión de tierra con un reguerete de árboles, plantas, lomas, hondonadas, manantiales, quebradas , aves y otros animales; que lo más conveniente es transformarse en extranjeros; adoptar sus modos de vida, participar en otros ataques a otras fincas y "chotear" a los miembros de la familia que se opongan a los maleantes.

Imagínese también que otros miembros de la familia piensan que lo más prudente es someterse, sí, a las órdenes de los maleantes, ayudarlos en futuros ataques y "chotear" a los que se opongan para que les permitan una que otra concesión, como, por ejemplo, convertirse en extranjeros como ellos, pero sin cambiar de idioma, que les den permiso para visitar a sus vecinos y que les permitan hacer algo así como un mediogobierno para poder tomar al menos las decisiones que los maleantes no estimen demasiado importantes. ¿En qué lado se colocaría usted#

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