ALCOSERI
unread,Nov 1, 2008, 6:42:42 PM11/1/08Sign in to reply to author
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to SECRETO MASONICO
TEMPLARIOS Y MASONES, LA CONEXIÓN
Mucho es lo que se ha venido especulando, desde dentro y fuera de la
masonería, en torno a la vinculación histórica y tradicional que
existiría entre los caballeros templarios medievales y los masones. El
asunto desde luego no es baladí, ni algo que promuevan únicamente
grupos de fantasiosos, charlatanes, románticos o mitómanos, sino que
se trata de un debate que, aún hoy, sigue generando las más vivas
controversias. En un tema tan complejo como este, lejos de implicar
rigurosidad historiográfica cualquier posicionamiento categórico, la
objetividad requiere de una enorme cautela a la hora de pronunciarse.
Aunque no sea una definición que guste a todos los masones, lo cierto
es que la institución masónica se encuadraría dentro de lo que
denominamos como sociedades secretas. Es por ello que resulta del todo
pretencioso, y hasta temerario, adoptar esa característica actitud de
autosuficiencia metodológica que frecuentemente adoptan quienes se
erigen en fieles seguidores del dogma académico. Éste, por esas
particularidades secularmente discretas que concurren, es de los pocos
asuntos históricos en que los hechos se decantan claramente hacia el
lado metodológicamente “heterodoxo“ de la balanza. El saber iniciático
tiene sus propios medios de transmisión, que desde luego difieren de
los meramente documentales, lo que implica que las simples
refutaciones ideológicas que puedan esgrimirse carezcan normalmente de
solidez alguna y hasta pequen a menudo de lo que podríamos denominar
"subjetividad cientificista". En ocasiones, tras estas actitudes de
formalismo negacionista por sistema lo que en realidad subyacen son
los condicionamientos del más inveterado academicismo, cuando no otro
tipo de motivaciones mucho más sospechosas, como son las que parten de
prejuicios ideológicos y doctrinales, y hasta de intereses partidistas
generalmente inconfesables. De entre estos, en ocasiones virulentos
embestidores contra cualquier cosa que implique conceder a la
masonería un legado tradicional y el beneficio de la duda en cuanto a
sus objetivos e intenciones, tendríamos algunos que se inscribirían en
lo que se han dado en llamar corrientes antimasónicas, las cuales
generalmente parten de las mismas instancias políticas y eclesiásticas
de siempre. No entraremos en ello, pues no nos corresponde, amén de
que hoy por hoy, con estudios tan historiográficamente científicos y
documentados como los de Paul Naudon, por ejemplo, el planteamiento de
un debate airado en torno a la vinculación primigenia entre templarios
y masones es más una cuestión de mera inercia frentista o salubridad
intelectual que otra cosa. Desde luego el debate no es nuevo, e
incluso en España, por ejemplo, ya levantaron en su momento una gran
polvareda durante finales del siglo XVIII y toda la primera mitad del
siglo XIX las consideraciones vertidas por el obispo de Vich, el
jesuita Agustín Barruel S. J., en los dos volúmenes de sus Memorias
para servir a la historia del jacobinismo (Luis Barja, Vich, 1870). Y
entre estas consideraciones, estaba su convicción de conceder una
dependencia templaria a los masones. El hecho de que Barruel fuese
duramente fustigado por los liberales de toda condición y pelaje, no
sólo de su época sino de la España reciente también, así como su
asesinato en extrañas circunstancias, ya de por sí demuestran lo que
hemos comentado anteriormente sobre los oscuros intereses partidistas
que en este asunto han movido siempre a determinadas instancias del
totalitarismo dogmático, ya sea religioso o político. En este caso
concreto, indicar que el propio Ricardo de la Cierva, ex ministro
español franquista y uno de los más prestigiados a la par que
controvertidos historiadores contemporáneos, reconoce que el
conocimiento de Barruel sobre la Masonería y la Ilustración fue
directo y profundo, y la documentación que manejó en la elaboración de
su obra asombrosa. No es el único caso, éste que comentamos, en que
los jesuitas aparecen envueltos en oscuros asuntos relacionados con la
masonería y el neotemplarismo, e incluso se ha dicho, y así lo recoge
René Guénon en sus Estudios sobre la Francmasonería y el Compañerazgo,
que fueron los propios jesuitas quienes queriendo perpetuarse
secretamente, formaron la “clase eclesiástica del orden interior del
Régimen de la Estricta Observancia”. Varios autores masones, entre
ellos Ragon y Limousin, se encargaron de propagar esta leyenda sobre
los orígenes de este Régimen masónico que está fundamentado en la
tradición templaria, y del que nos ocuparemos más adelante. En España,
resultan de gran interés los estudios del jesuita José Antonio Ferrer
Benimelli, miembro del Centro de Estudios Históricos de la Masonería
Española, con sede en Zaragoza. En uno de los Cursos de Verano que
organizó dicha institución en San Sebastián, Guipuzcoa, el profesor
Ferrer Benimelli recalcó que “decir que hay incompatibilidad entre la
fe cristiana y la masonería es un error”, y añadió que muchos pastores
protestantes, anglicanos, metodistas y presbiterianos son masones
De la tradición salomónica al Compañerismo de Oficio Se ha pretendido
buscar a la masonería un origen mucho más remoto del que seguramente
tiene, quizá por ese afán de remontar todo lo esotérico a Egipto,
Mesopotamia y Grecia. No obstante, en el que sería el documento más
antiguo de la masonería, el Manucristo Regius (datado hacia 1390), es
donde se establece la fundación de la masonería en Egipto por
Euclides. Y en el tercer grado masónico, denominado Maestro Masón,
aparece la leyenda en que se atribuye el origen de la masonería a la
construcción del Templo de Jerusalén. Otras tradiciones masónicas, de
las que por ejemplo nos habla J. N. Casavis en El origen griego de la
francmasonería (Nueva York, 1955), establecen estos orígenes en los
Artífices de Dionisio, que aparecieron justo en el momento en el que
se inició la construcción del Templo de Jerusalén. Su arquitectura
estuvo basada en la filosofía hermética y la geometría sagrada, y
emplearon de forma operativa y especulativa, es decir constructiva y
filosófica, algunos símbolos de albañilería como el martillo y el
cincel. Los Esenios, que poseían costumbres y rituales masónicos,
también son considerados precursores. Según Filón de Alejandría,
“cuando los esenios escuchaban a su jefe tenían la mano derecha sobre
el pecho, un poco por debajo de la barba, y la izquierda más abajo, en
la parte del costado”. Cierto es que nos encontramos, en definitiva,
ante un signo de reconocimiento de uno de los primeros grados de la
masonería moderna. Los romanos collegia de Numa de 751 A.C., el
simbolismo pitagórico y los Caballeros Templarios medievales forman
también parte de las tradiciones que nos hablan del origen de la
masonería. Los Antiguos Reglamentos del movimiento masónico, que se
remontan a principios del siglo XV, señalan la influencia del
Mediterráneo Oriental sobre toda la tradición medieval relativa a la
construcción del Templo de Salomón, confundido frecuentemente por los
peregrinos con el santuario musulmán de la Cúpula de la Roca. En uno
de los documentos masónicos más antiguo que se conserva, el Manuscrito
Cooke, de 1410, se dice que “Salomón confirmó los Reglamentos que su
padre David había dado a los canteros”. Este manuscrito presenta a
Salomón como Gran Maestre de la Logia primigenia de Jerusalén,
mientras que Hiram, arquitecto del primer Templo, era Gran Maestre
delegado, el diseñador y operario más consumado de la tierra.
Interesante respecto de la relación de los templarios con la
importación de la leyenda de Hiram desde Tierra Santa es la obra de G.
W. Speth, Builders´ Rites and Ceremonies: The Folk Lore of Masonry
(Ars Quatuor Coronatorum Pamphlet, Londres, 1951). “En casi todos los
catecismos masónicos más antiguos –refiere el historiador escocés
Andrew Sinclair en La Espada y el Grial-, la serie de preguntas y
respuestas confirmaba la tradición de la fundación de la primera logia
masónica en el lado occidental del Templo de Salomón, donde Hiram
había levantado dos columnas de bronce. Se le daba el sobrenombre de
Abiff, derivado de la palabra hebrea que significa “padre”, como si
Hiram fuera el padre de todos los masones”. Para los Compañeros
constructores medievales, el Templo de Salomón era no sólo el símbolo
de su oficio, sino la cumbre de la sabiduría, “y consideraban que los
maestros que habían intervenido en su construcción eran “iniciados” en
todos los misterios que la Divinidad había tenido a bien revelarles”,
y ejemplos a seguir si se quería alcanzar propósitos de altura. Los
historiadores masónicos explicaban por varios caminos la transmisión
directa de los ritos y prácticas desde la logia del rey Salomón en
Jerusalén hasta la actualidad. Aunque al parecer la palabra logia
procede del término loggia, que eran los lugares de reunión de los
antiguos Magistri Comacini, un misterioso gremio de arquitectos que
vivían en una isla fortificada en el lago Como en la época de la
disgregación del Imperio Romano. Un rey lombardo otorgó ciertos
privilegios a los Comacini en un edicto promulgado en el año 643, y
parece ser que estos habrían enseñado los secretos de la geometría
sagrada y de los métodos de construcción a los constructores italianos
de Rávena y de Venecia, y, a través de éstos, a los gremios artísticos
y artesanos del Medioevo. A los herederos en Francia se les conoció
como la Compangonnage (el Compañerazgo), cuya primera reunión
constatada fue en el siglo XII, con motivo de la construcción de la
catedral de Chartres. Algunos se llamaban Hijos de Salomón, que fueron
los encargados de erigir casi todas las catedrales dedicadas a Nôtre-
Dame. Otras líneas del Compañerazgo fueron las del Maestro Santiago –
Maître Jacques-, también conocidos como Compañeros del Deber, y la del
Padre Soubisse, que fue una escisión de la del Maestro Santiago. Todos
ellos eran los gremios de artesanos que construyeron las catedrales
góticas mayores, dirigidos en ocasiones por maestros canteros
cistercienses o templarios llamados Fratres Solomonis. Para sir
Laurence Gardner, san Bernardo de Claraval, el fundador de la Orden
del Cister y mentor de la Orden del Temple, habría logrado descifrar
la geometría secreta de los constructores del Templo de Salomón, lo
cual no debe resultar disparatado si nos atenemos a los enigmas
existentes en torno a quién envió a Tierra Santa a los nueve
caballeros fundadores de la Orden del Temple y con qué finalidad
concreta. Esta colaboración y convivencia entre la Caballería Guerrera
de los Templarios y el Compañerismo de Oficio de los Constructores
produciría una corriente de doble sentido, que trasvasaría ritos,
símbolos, conocimientos y experiencias en ambas direcciones, al servir
todos ellos a la misma causa trascendente. El enriquecimiento por ello
fue mutuo, teniendo estos ritos e iniciaciones caballerescos y de
oficio su reflejo simplificado en los ritos con que las jerarquías
superiores dirigían, del modo más aprovechable posible, las
potenciales capacidades psico-espirituales del pueblo medieval a quien
se dirige principalmente la construcción religiosa. Desde los inicios
de la Orden del Temple, hubo cierto número de templarios que
recibieron la iniciación compañeril durante alguno de los grados de
ascenso dentro de la fraternidad, cuando fueron requeridos a dirigir
los trabajos de construcción o a ejercer de maestros para los
aprendices. De tal forma, muchos de los templarios aunaron en su
persona la Caballería Guerrera y el Compañerismo de Oficio, como es el
caso de aquellos templarios que tras alcanzar el grado de Maestros
Constructores y desarrollar una dilatada carrera ejerciendo como
tales, merecieron la distinción de ser enterrados en la más
emblemática edificación por ellos erigida. Al respecto, Rafael Alarcón
nos refiere en A la sombra de los Templarios el caso de los Maestros
del Temple de París, o en España el de Nuestra Señora del Templo en
Villalcazar de Sirga, en la provincia de Palencia. Hecho significativo
es que el abacus, que aparece grabado en los sillares de algunas
construcciones templarias, fue el símbolo utilizado indistintamente
por el Maestre del Temple y por el Magister de los Constructores. De
especial interés a la hora de demostrar de forma concluyente la
estrecha relación existente entre los templarios y la masonería
operativa medieval son los estudios del masón Paul Naudon, en su obra
Les origenes religieuses et corporatives de la Franc-Maçonnerie
(París, 1979), en los que con gran profusión documental expone cosas
como esta que tradujera el Dr. Carlos Raitzin para un artículo sobre
templarios y masones: “Citemos finalmente al caso de Metz, donde los
templarios instalaron una comandería a partir de 1133. Ella creció
rápidamente y ya se hallaba profundamente arraigada cuando san
Bernardo mismo vino a la diócesis a predicar la Segunda Cruzada en
1147. Es interesante señalar que hacia fines del siglo XIII una
fraternidad de masones se reunía en el oratorio de la comandería de
los templarios de Metz. En 1285, se encuentra el nombre de “Jennas
Clowanges, li maires de la frairie des massons dou Temple” (Jennas
Clowanges, el alcalde de la fraternidad de masones del Temple). Una
lápida funeraria, descubierta en 1861 frente a la capilla, recuerda la
memoria de cierto “Freires Chapelens ki fut Maistres des Mazons dou
Temple de Lorene” (Freire Capellán –o sea Caballero Templario- que fue
Maestre de los masones del Temple de Lorena) durante veintitrés años y
que murió “la vigille de la Chandelour Ian M
Sin duda la obra de Naudon supone, no sólo la prueba historiográfica
irrefutable de la vinculación entre los masones operativos del Medievo
y el Temple, sino también de su relación con los franc mestiers, que
permitía a los oficios, en particular el de la construcción,
desempeñarse dentro de los dominios templarios libres de los impuestos
reales o señoriales. Un detalle curioso es que todas estas hermandades
masónicas de la Francia medieval a las que nos hemos referido,
corrieron la misma suerte que los templarios cuando en el siglo XIV la
Inquisición, de la mano de los dominicos, fijó su atención en ellos.
II. La francmasonería operativa medieval. El hermetismo constructivo
Las asociaciones o cofradías de albañiles (maçons en francés) existen
con toda certeza en el siglo XIII, pues de 1275 data el primer
documento al respecto (gran asamblea de Estrasburgo). Hacia el siglo
XIV ya se utilizaba la palabra “lodge” (logia) para designar los
lugares de reunión de los artesanos del oficio. El manuscrito
Halliwell recomendaba al cantero que mantuviera el secreto: “Lo
secreto de la cámara no lo digas a nadie, Ni nada de lo que hagan en
la logia”Ahora bien, resulta poco menos que sorprendente que para
historiadores de reconocida solvencia, como por ejemplo el catedrático
de Historia de las religiones César Vidal, no parezca que tales
asociaciones hubieran ido más allá del terreno laboral y, según él, no
hay rasgos de que poseyeran un saber esotérico y milenario. Si no
fuera por que existen pruebas más que evidentes en contrario, incluso
documentales, diríamos que la conclusión de Vidal entraría dentro del
clásico encorsetamiento ideológico con que la historiografía
academicista acoge todo aquello que se sale de sus parámetros
empíricos, pero en este caso, precisamente por las pruebas a las que
aludimos, tales consideraciones resultan, simple y llanamente, un
soberbio dislate. No hace falta siquiera remitirse a los estudios
alquímicos de los grandes Adeptos del Ars Regia como Fulcanelli, pues
ello daría pie a las manidas acusaciones de subjetividad y
fantasiosidad con que muchos estudiosos descalifican todo aquello que,
por su incapacidad de comprensión, prefieren desdeñar sin más.
Ignorar, por ejemplo, que el simbolismo arquitectónico, iconográfico y
gliptográfico de los constructores trascendía con mucho las meras
directrices de la religiosidad exotérica imperante, emanada de Roma,
supone ignorar el más ingente y tangible de los archivos documentales,
en este caso pétreo e imperecedero, de las corrientes heterodoxas de
Occidente. No es intención nuestra osar criticar el trabajo de alguien
como Vidal a quien admiramos, y si más bien lamentarnos de lo que más
parece una dinámica establecida y viciada, en la que por fuerza deben
primar las ideas preconcebidas sobre el expansus metodológico, pues
resulta del todo inexplicable que una auténtica eminencia como Vidal,
que a sus 42 años posee tres doctorados (Historia, Teología y
Filosofía) y una licenciatura (Derecho) y es conocedor de 16 lenguas,
no sea capaz siquiera de vislumbrar en la piedra las significaciones
ocultas del Lenguaje de los Pájaros, ese lenguaje simbólico y
alegórico de Salomón y de otros sabios, en particular de la tradición
musulmana. Que las cofradías de constructores se fundamentaban en algo
más que en una mera asociación laboral, la tenemos en hechos como el
de los santos mártires Claudio, Nicóstrato, Sinforiano, Castorio y
Simplicio, escultores cristianos que fueron condenados a ser
encerrados vivos en sarcófagos de plomo y ser precipitados al mar, por
negarse a esculpir un ídolo pedido por el emperador Diocleciano. ¿Qué
asociación meramente laboral se cuestionaría llevar a cabo, a costa de
su persecución, el encargo de un trabajo ordenado por el emperador?...
Curiosamente, la existencia de estos santos, los Sancti Quattro
Coronatti, se menciona en los estatutos de los picapedreros de Venecia
del año 1317, y también en el Manuscrito Regius de 1390. El manuscrito
francés nº 19.093 de la Biblioteca Nacional de París resulta también
de gran interés a la hora de ilustrar lo que tratamos de demostrar. En
1849, es mencionado por Jules Quicherat; Jean-Baptiste Lassus
(arquitecto que participó en la restauración de Nôtre-Dame de París y
de la Sainte-Chapelle) se ocupa de su publicación, que tiene lugar en
1857 y en 1859 aparece una edición inglesa. La Biblioteca Nacional
francesa publicó un facsímil bajo la dirección de Henri Omont en 1906.
Posteriormente hay nuevas ediciones, algunas comentadas, de este
llamado Cuaderno de Villard de Honnecourt. Precisamente en Honnecourt,
cerca de Cambrai, nació Villard en tiempos de Luis IX. En este lugar
existe un priorato de la orden de Cluny, y en 1235 finalizaban los
trabajos de la abadía cisterciense de Vaucelles. El cuaderno se trata
de un documento único, del que se conservan 33 hojas de pergamino,
frente a las 62 con que presumiblemente contaba el original. Incluye
esbozos, croquis y anotaciones en dialecto picardo dirigidos a los
técnicos, ya que “en este libro se puede encontrar gran ayuda para
instruirse acerca de los principios fundamentales de la masonería y de
la construcción del armazón...” y el autor añade: “... también del
método para dibujar un trazado, como el arte de la geometría enseña y
exige”. Este documento nos desvela algunos de los conocimientos en
geometría que tenían los constructores medievales y las técnicas del
tallado de la piedra, e incluso tiene algunos dibujos que aún no han
sido interpretados. Roland Bechmann ha analizado estos dibujos, por
ejemplo el trazado de un arco mitral. El cuaderno de Villard aún debe
ser estudiado con más detenimiento, pues sin duda en él se hallan
algunas de las claves del simbolismo aplicado en el templo, que como
la logia masónica, se extiende de oriente a occidente, del sur al
norte, del nadir al cenit. Esto nos recuerda la extraña pregunta de
Bernardo de Claraval que, en De consideratione (cap. XIII) parafrasea
a san Pablo cuando en su Epístola a los Efesios (III, 18) pregunta:
“¿Qué es Dios?”, y se le responde: “Él es longitud, anchura, altura,
profundidad”. Precisamente es la relación de magnitud entre las
diferentes partes de un todo -la aplicación de la proporción, en
suma-, la que se extendió a todos los saberes cuantificables, dando
lugar en el decurso de los siglos a desarrollos la mayoría de las
veces místicos, y el arte constructivo no fue una excepción
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De: Homero3992 Enviado: 16/10/2007 01:37 p.m.
Citando a Monseñor Devocoux, Jean Hani dice que, entre muchas otras
iglesias y catedrales, la de Troyes (Francia) contiene toda una serie
de proporciones y mediciones relacionadas con los nombres sagrados. Al
respecto, Manuel Plana sostiene que “todos estos códigos simbólicos
coinciden en el edificio formando parte de una ciencia sagrada (de los
ciclos y los ritmos) cuya base es esencialmente numérica...” Plana,
sin duda, alude al sagrado Número Áureo que estaba ya presente en las
obras del arte del antiguo Egipto, y cuya teoría se expuso por vez
primera en el siglo III a.C. en Elementos de geometría de Euclides, si
bien esta obra es, en realidad, una síntesis del pensamiento
matemático griego de épocas anteriores, en concreto inspiradas en
Pitágoras, fundador en el siglo VI de una escuela científica y mística
destinada a ejercer una notable influencia sobre el pensamiento
antiguo y moderno. El mismo Platón dijo que “todo está hecho conforme
al número”, y añadió: “Dios geometriza al crear”. Volviendo a la
cuestión de los conocimientos secretos y ancestrales de los
constructores, otro ejemplo significativo lo tenemos en la
Confraternidad de la catedral de Estrasburgo, cuyo nombre primitivo
era "Los hermanos de San Juan", que tenía una jurisdicción particular
independiente de otras corporaciones similares. Tenía su propio
tribunal en la Logia y juzgaba sin apelación todas las causas que eran
tratadas según la Regla y los Estatutos. En algunos de los artículos
de estos Estatutos, elaborados en 1495 y conservados en el archivo
catedralicio, pueden apreciarse instrucciones que sin duda van más
allá de lo que marcaría un mero régimen disciplinar de tipo laboral,
o, lo que es lo mismo, entraría de lleno en el implícito secretismo de
lo esotérico. Por ejemplo, en el art. 2 “se establece que los miembros
de esta confraternidad no tengan comunicación con otros constructores
que solamente supieran emplear el mortero y la paleta”; en el art. 13
“se prohíbe a los Maestros y Compañeros instruir a los extraños en sus
Estatutos”; o en el art. 55 se dice que “el Aprendiz elevado a
Compañero prestaba juramento de no revelar jamás de palabra o por
escrito las palabras secretas del saludo”... Como nos refiere Gloria
de Válor en sus Apuntes sobre Pythagoras y los Compañeros del Saber,
“la Logia de Estrasburgo mantuvo una tradición acatada y mantenida
hasta 1870 que obligaba al Maestro de Obras, una vez al año, ser
introducido al crepúsculo en la Catedral por el obispo de la ciudad y
pasar allí la noche, ya que esta Catedral estaba declarada sede
tradicional del Compañerismo y desde donde se propone una serie de
signos lapidarios característicos que se extienden por el Este de
Europa hasta Moldavia”. En cuanto a los documentos bibliográficos que
constatan la existencia de una francmasonería operativa en el
Medioevo, en este caso tardío, podemos citar un tratado de alquimia
datado hacia 1450 y citado en Spence, An Encyclopaedia of Occultism,
que utiliza explícitamente la palabra freemason; otro tratado
alquímico del siglo XV, citado en Thomas Norton, Ordinall of Alchemy,
alude a los masones bajo el nombre de “obreros de la alquimia”,
definición que se hace patente incluso en nuestros días, y por poner
un ejemplo, en la denominación como “rosa de los alquimistas” del
rosetón norte de Nôtre-Dame de París. Significativa es también la
fórmula de Juramento que aparece en un manuscrito conservado en el
Archivo de Edimburgo, fechada en 1646: "Juro por Dios y por San Juan,
por la Escuadra y el Compás someterme al juicio de todos, trabajar al
servicio de mi Maestro en esta venerable Logia del lunes por la mañana
al sábado y guardar las llaves, bajo pena de que me sea arrancada la
lengua a través del mentón y ser enterrado bajo las olas, allá donde
ningún hombre lo sabrá" En El Misterio de las Catedrales (1926) y en
Las Moradas Filosofales (1931), Fulcanelli expone el verdadero
significado de la alquimia y su reflejo en las grandes obras
arquitectónicas del Medievo, las catedrales góticas. Como iniciado,
Fulcanelli descubrió todo el proceso de ascesis grabado en las piedras
con que se edificaron los templos góticos, explicando como entre sus
medallones y estatuas se puede seguir de forma muy clara el antiguo
camino alquímico en sus diferentes etapas. Tal como observó Patrick
Ravignant, Fulcanelli interpretó la antigua ciencia de la alquimia
como una técnica que había de ser empleada para alcanzar la
iluminación más interior. Para este enigmático sacerdote, del que se
desconoce su verdadera identidad, la catedral no debía ser observada
como “una obra dedicada únicamente a la gloria de Cristo, sino más
bien como una vasta concreción de ideas y tendencias, de fe popular,
un todo perfecto al cual uno puede referirse sin temor en cuanto se
trata de penetrar el pensamiento de los antepasados, sea en el terreno
que sea”. Resulta evidente que Hermes Trismegisto, fundador de la
alquimia y de la doctrina hermética, influyó mucho sobre los
caballeros de la Orden del Templo de Salomón y, a través de éstos,
sobre los masones. Un documento medieval que todavía se conserva en
París, el Léviticon, nos habla de las creencias que trajeron los
templarios del Próximo Oriente, e incluso dicho credo aparece
reproducido en The Knights Templar (Londres, 1910), de A. Bothwell-
Gosse. Se haría demasiado extenso enumerar y analizar, y no es el
propósito de este ensayo, las múltiples manifestaciones del simbolismo
hermético que concurren en el arte constructivo medieval, que se
concibieron en recuerdo de las antiguas religiones paganas de origen
solar fundamentalmente, y cuya comprensión estaba sólo al alcance de
unos pocos iniciados. Iniciados que, como los francmasones medievales,
supieron velar y proteger sus conocimientos bajo el manto sutil del
simbolismo constructivo.
La transición masónica: De la operatividad a la especulación Sin duda
es la profanidad del siglo lo que en muchas ocasiones impide a algunos
historiadores del Arte y estudiosos de las formas arquitectónicas
medievales entender que la cosmovisión y la cualidad cognoscitiva
ancestral se regían bajo concepciones místicas y ascéticas que nada
tienen que ver con los planteamientos ultra racionalistas,
materialistas y desacralizados que imperan en el mundo moderno
occidental y en su perspectiva cartesiana del conocimiento científico.
Y, precisamente en el Medievo, el sabio manifestó a través del
simbolismo esotérico ese anhelo de liberación ascética. Estos ideales
de libertad reciben un impulso en el amanecer de la nueva época
anunciada por el Renacimiento del conocimiento y la cultura clásicas
durante el siglo XV, tiempo de gran actividad creativa, de rupturas de
ataduras, de liberación de un renovado y vital espíritu que había sido
coartado por la oscuridad dogmática de la Edad Media, y cuyo resultado
fue lo que ha dado en llamar la Reforma. Cotteril, en su History of
Art, habla de una “liberación de la ley tradicional” y de
“restauración al individuo de un gobierno autónomo moral e
intelectual”... Debemos decir, sin embargo, que en Europa el intento
llevado a cabo por sabios como Ficino, Erasmo, Tomás Moro o los
plotonianos de Italia de ofrecer una perspectiva más amplia de la
doctrina cristiana, reinterpretándola a la luz de la filosofía de
Platón y Plotino, fracasó. A pesar de partir del seno de la Iglesia
romana, la Reforma se realizó fuera de la Iglesia durante el siglo
XVI. Fue un intento de purificar la Iglesia de sus abusos, de hacer
que sus enseñanzas se aproximasen a una más íntima armonía con las
nuevas ideas, si bien debemos admitir que poco se hizo para mejorar
las cosas desde el punto de vista espiritual, aunque se avanzó en
libertad de creencia y en libertad para que el intelecto individual
buscase la verdad por sí misma. Tan grande fue, empero, la ignorancia
e intolerancia de los reformadores, que engendraron una teología más
intolerable que la de Roma. Después de la Reforma en Inglaterra la
arquitectura eclesiástica sufrió un importante retroceso, y las Logias
operativas entraron en disolución debido a que su trabajo ya no era
indispensable. Pero mientras la Reforma dañaba de esta manera a la
Masonería operativa, daba a Europa seguridad para el resurgimiento del
arte especulativo abiertamente, dando pie a la introducción de
constructores (masones) teóricos en el seno de las Logias. Siguiendo
al destacado masón y teósofo C.W.Leadbeater, podemos atribuir un
período de oscurantismo y desintegración, así como los escasos
registros referentes a los secretos masónicos que de esta época nos
han llegado, no sólo al Juramento de no escribir esos secretos, sino
también a que muchas logias operativas habían perdido casi todo
indicio de sus trabajos rituales, olvidando los secretos tradicionales
y simbólicos de la construcción. Sin embargo, es durante este período
de posreforma, en que las antiguas logias casi habían olvidado la
gloria de su herencia, tanto operativa como especulativa, cuando por
primera vez hallamos minutas de las reuniones de Logia. La minuta más
antigua está guardada en los archivos de la Logia de Edimburgo, Mary´s
Chapel nº 1, en el rollo de la Gran Logia de Escocia, y está fechada
en 1598. Aun cuando parece ser que desde los tiempos más remotos las
logias operativas “aceptaran” a hermanos no operativos, el primer
registro de ello, la admisión en 1600 de John Boswell de Auchinlech,
lo encontramos en los mismos archivos. La importancia de este
documento radica en que, a través de la marca que precede a la firma
de Boswell (una cruz encerrada en un círculo, símbolo a menudo
utilizado por los hermanos de la Rosa Cruz), se pone de manifiesto la
profunda conexión de los alquimistas rosacruces con la Masonería. Si
bien entrar en este tema requeriría de un estudio aparte. En 1641
existe como referencia comprobada la afiliación a la misma Logia de
Edimburgo de sir Robert Moray, y en 1646 es admitido en la Masonería
uno de los más notables iniciados masónicos de los hay constancia en
aquellos tiempos. Se trata de Elias Ashmole, fundador del Ashmolean
Museum de Oxford, que además de alquimista, hermético y rosacruz, fue
el primero que, en Historia de la Orden de la Jarretera según Ashmole
(1640), escribió sobre los templarios en términos elogiosos desde la
supresión de la Orden. A este respecto, indicar que Frances Yates, en
El Iluminismo Rosacruz, descubre una estrecha vinculación entre los
rosacruces del siglo XVII y la Orden de la Jarretera, detalle muy
sugerente si tenemos en cuenta que en esta Orden se ha visto, cuando
menos en el aspecto ceremonial, una continuación de los templarios.
Sir Christopher Wren, arquitecto de la catedral de San Pablo de
Londres y último Gran Maestre de la Masonería antigua, que murió en
1702, habría tenido acceso a documentos antiguos del oficio. Wren no
dudaba de la relevancia de los Caballeros de la Orden del Templo de
Salomón y de otros cruzados en la importación desde Oriente Próximo de
las ideas arquitectónicas musulmanas. “Lo que ahora llamamos
vulgarmente gótico –escribió- debería llamarse con mayor verdad y
propiedad arquitectura sarracena refinada por los cristianos, que
surgió en primer lugar en Oriente, tras la caída del imperio griego,
por el éxito prodigioso de aquellas gentes que se adhirieron a la
doctrina de Mahoma y que, movidos de su celo religioso, construyeron
mezquitas, caravasares y sepulcros en todas las partes a las que
llegaban. Concebían estas obras con forma redonda, porque no querían
imitar la figura cristiana de la cruz, ni las antiguas maneras griegas
que tenían por idólatras...” IV. La masonería decimonónica La
Masonería, que es una sociedad esotérica de corte iniciático, adquiere
gran preponderancia durante el siglo XVIII y XIX, si bien había tenido
precedentes en la Royal Society fundada en 1662. Esta sociedad, de
corte científico, en realidad fue el establecimiento oficial de lo que
había sido en principio el “Colegio Invisible” de los masones, creado
en 1645. La masonería decimonónica, que al contrario que las logias
francmasónicas medievales no desarrolla trabajos operativos propios de
los constructores, sino que es fundamentalmente simbólica, ilustrada y
filosóficamente especulativa, se genera en 1717 con la reunión de
todas las logias inglesas en una sola, que se funda con el nombre de
Gran Logia de Londres. Esta moderna masonería, que por principios es
filantrópica y en ocasiones está muy politizada, se consolida en 1721
con la redacción de las Constituciones de Anderson de la regularidad
masónica anglosajona, en las que se eliminaron las fórmulas católicas
de los Antiguos Deberes para reflejar el espíritu ecuménico. De
cualquier forma, ya por esas fechas se practicaban en Francia, de
forma privada, los Ritos de Clermont y de Heredom. Otras fechas
significativas para la masonería decimonónica son 1725, en que
aparecen las primeras logias estuardistas o jacobitas; 1732, fecha en
que se funda la Gran Logia de Francia; y 1737, que es cuando surge el
Rito Escocés de Ramsay, el cual entra en conflicto con la Gran Logia
londinense. En España, el duque de Wharton fundó las dos primeras
logias españolas en 1728. En 1739, como nos recuerda Ferrer Benimelli,
el cardenal Firrao, secretario de los Estados Pontificios, prohibió
las reuniones masónicas, condenó a muerte a los masones y ordenó la
demolición de sus viviendas. En 1771, fecha en que se produce el
primer intento de unificación de todas las logias, la masonería ya
contaba con un notable influjo político, bajo el impulso de Luis
Felipe. Este intento de unificación de las logias masónicas no
fructificó, sin embargo de él sobrevino la creación en 1773 de la
Orden Real de la Francmasonería, que toma el nombre de Gran Oriente de
Francia, llegando a ser Gran Maestre del mismo el propio Luis Felipe.
Tenemos con ello que, lejos de lograr el propósito de la unificación,
lo que supuso la gestación del Gran Oriente es un auténtico cisma
dentro de la masonería. Sería otro intento de unificación de las
logias el que se pretendió en la reunión celebrada en 1782 en
Wihelmsbad, donde Joseph de Maistre declaró que las ciencias
esotéricas son una farsa, negó el origen templario de los masones y
suplicó que éstos regresaran, como él, al seno del cristianismo. Hasta
entonces, la masonería nunca había puesto en tela de juicio su
vinculación con los templarios. Es más, antes del resurgimiento de la
masonería como actividad ilustrada y especulativa, ésta ya venía
reclamando su origen templario, incorporando a partir del siglo XVIII
dicho origen a los ritos de sus diversas obediencias. Tal es así, que
incluso en nuestros días existe una Orden del Temple asociada con la
Gran Logia de Inglaterra, principal obediencia de la masonería
universal, la cual sigue considerando la tradición templaria como la
más venerada esencia de sus rituales. De cualquier forma, a pesar de
que existan pretensiones al respecto, hoy puede decirse que poco de
templario hay en la masonería, salvo alusiones y detalles
característicos en ciertos grados. Es más, podemos decir sin temor a
equivocarnos, que la constitución de la Gran Logia londinense lo que
marcó en realidad, como acertadamente señalan L. Picknett y C. Prince,
es la conversión de una verdadera sociedad secreta “en un cenáculo
algo pomposo donde se reunían unos amigos, y tomaba un carácter
semipúblico porque ya no tenía ningún secreto que guardar”. En
definitiva, estas palabras ilustran muy bien el panorama de conjunto
de la actual Masonería que, salvo la honrosa excepción de “muchos
francmasones modernos que sin duda se someten a sus iniciaciones
respetando lo solemne y con sentido de espiritualidad”, es una
organización que ha perdido su sentido originario. Tal como señala
Guénon, por ejemplo en la masonería inglesa 24 de los 33 grados se
otorgan sin celebrar ningún rito, lo cual también sucede con los
llamados Altos Grados templarios de algunas órdenes vinculadas a la
masonería, que se otorgan de palabra, sin necesidad de llevar a cabo
rito alguno. Antes de la formación de la Gran Logia los francmasones
propagaban el mismo tipo de saberes que los templarios sobre geometría
sacra y hermetismo. Hoy, muchos reniegan o desconocen sus raíces, pues
en gran medida la cadena de transmisión se ha roto por demasiados
eslabones
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De: Homero3992 Enviado: 16/10/2007 01:39 p.m.
DE LA ORDEN DEL TEMPLE A LA MASONERÍA
El final de la Orden del Temple “El tiempo altera y borra la palabra
del hombre, pero lo que se confía al fuego perdura indefinidamente...”
RITUAL MASÓNICO Incineración del testamente filosófico Llegados a este
punto, y tras el resumen histórico expuesto hasta el momento, se hace
preciso retroceder nuevamente en el tiempo para tratar de hallar dónde
se habrían gestado las conexiones directas entre el Temple y la
Masonería. La abolición de la Orden del Temple fue decidida por el
Concilio de Vienne, en el valle del Ródano, en el año de 1311. Para la
historiografía oficial, éste sería el inicio de un prolongado final,
cuyo desenlace se materializaría definitivamente con el suplicio del
último gran Maestre de la Orden, Jacques de Molay y Geoffrey de
Charney, Preceptor de Normandía, ardiendo “a fuego lento” en una
hoguera de la isla de los Judíos de París, frente a la gran catedral
de Nôtre-Dame. Era un fatídico lunes, 11 de marzo de 1314 (según el
calendario juliano, 18 de marzo según el gregoriano), víspera de san
Gregorio. Cuando pensamos en la actitud pasiva con que generalmente
los templarios asumieron la disolución, salvo en algunos casos
aislados en España en que se resistieron con las armas a la orden de
arresto, no podemos por menos que preguntarnos cómo es posible que
esta orden de arresto en Francia tomase por sorpresa a los mandatarios
de la Orden. Por fuerza, algunos oficiales reales tuvieron que
advertir discretamente a miembros de su familia que profesaban en el
Temple sobre el golpe de mano que urdía el rey Felipe IV “el Hermoso”.
Esto no es algo que se prepare de la noche a la mañana, y resulta
imposible concebir el desconocimiento absoluto por parte de las más
altas instancias templarias. Del mismo modo que este sobreaviso podría
explicar las pocas cosas que se incautaron en las encomiendas tras el
arresto, cabría pensarse con lógico fundamento que entre la inmensa
mayoría de templarios que permanecieron libres en el resto de Europa,
hubiese quienes se reuniesen para decidir cómo afrontarían su futuro
tras las decisiones pontificias que habrían de fijar su destino
definitivo. Tal como señala el historiador francés Michel Lamy en La
otra historia de los Templarios, el Temple, en buena parte, permanecía
en libertad, sus comendadores se reunían cuando lo estimaban oportuno,
los freires vivían en sus castillos, celebraban sus capítulos e
incluso mantenían contactos entre los miembros de los distintos
Estados. A pesar de estar descabezados por la prisión de su Gran
Maestre Jacques de Molay, resulta evidente que la vejez de éste tenía
por fuerza que haber planteado ya la necesidad de un sucesor
inmediato. Es por todo lo expuesto que estudiosos como el mencionado
Lamy, con las debidas muestras precautorias, consideran que existen
múltiples razones para creer en una transmisión de la herencia
templaria. Diversas órdenes militares y monásticas de toda Europa, e
incluso las hermandades laicas de la Fede Santa italiana, fueron los
herederos “oficiales” de la Orden del Temple, aunque en ningún caso
cabe pensar que hubieran recibido igualmente la herencia espiritual y
los diversos secretos que dimanan de la tradición templaria. Sobre una
continuidad clandestina de la orden del Temple mucho se ha venido
escribiendo incluso desde su misma supresión en la segunda década del
siglo XIV, y especialmente a partir del siglo XVIII. Como ya hemos
dicho, resulta indudable que, si no como tal Orden del Temple
estructurada y organizada, muchos fueron los templarios que
sobrevivieron, que tuvieron diferentes destinos, e incluso es un hecho
que gran parte de ellos ingresaron en nuevas órdenes militares creadas
ex profeso para recibir los bienes y caballeros templarios, tal es el
caso de la orden de Montesa en el reino de Aragón y la de Cristo en
Portugal. Pero independientemente de estas evidencias “prolongatorias”
del Temple, lo que mayores controversias suscita es la posibilidad de
una continuidad ininterrumpida y secreta de la tradición templaria,
transmitida hasta nuestros días. Para no entrar una vez más en este
sempiterno y complicado debate, sobre el que se han vertido ríos de
tinta, diremos únicamente que a tenor de un manuscrito recientemente
hallado en la Biblioteca Nacional de Madrid por la documentalista
Gloria de Válor, resulta innegable que en el siglo XVII, cuando menos
en España, existía un denominado “Prior del Temple”, de nombre Fr.
Pablo Inglés, que recibe de la reina doña Mariana de Austria
“doscientos escudos, por cuenta de los doscientos ducados de pensión,
que tiene situados sobre algunas Rectorías y Prioratos de la Orden”...
Este documento, sobre el que no existe la más mínima duda de
autenticidad, se halla actualmente en estudio, y resulta ya por sí
mismo una prueba fehaciente que demuestra una continuidad templaria.
Pero no es la única; además de ésta, de entre las muchas y variopintas
ramificaciones prolongatorias que se proponen, estaría también la de
la masonería. Un detalle significativo al respecto lo encontramos
incluso durante el largo proceso inquisitorial al que se sometió a la
Orden, cuando y el traidor y delator Squieu de Floyran fue apuñalado
por miembros de las guildas de constructores inmediatamente después
del arresto del Gran Maestre Jacques de Molay y de los Caballeros para
ser sometidos a la infame parodia de juicio por todos conocida. II.
Filiación de Larmenius: entre jesuitas y masones Una de las más
controvertidas filiaciones, que hoy día esgrimen algunas órdenes
neotemplarias, es la que se asienta sobre la denominada Charta
Transmissionis. Esta carta no ha sido lo suficientemente estudiada
como para permitir una opinión concluyente sobre su supuesta falsedad,
y así lo expresan algunos investigadores que se han ocupado del
asunto, entre ellos los británicos Lynn Picknett y Clive Prince en su
obra La Revelación de los Templarios. Cierto es que hay algunos
detalles, y entre ellos precisamente la inexistencia de estudios
exhaustivos, que hacen sospechar de su invención, pero en cualquier
caso, quienes adolecen de la necesaria cautela y se permiten la
audacia de pronunciarse de manera taxativa incurre en una manifiesta
carencia de rigurosidad que muy poco dice en favor de las tesis,
deslegitimadoras o no, que promueven. Tal es el caso del masón F.T.B.
Clavel en su Historia pintoresca de la francmasonería, pues a tenor de
cuanto expone pareciera que maneja una información tan exhaustiva que
esclarecería hasta de los más nimios detalles, lo cual no deja de
resultar poco creíble, y hasta sospechoso… Insistimos en que la única
postura razonable y sensata a la hora de emitir un juicio de valor
sobre los datos de que se dispone hoy por hoy, es la mantenida por los
citados Picknett y Prince, o por Michel Lamy, quien en La otra
historia de los Templarios, dice que “resulta en verdad difícil
pronunciarse sobre esta carta cuyo carácter apócrifo no ha sido nunca
claramente demostrado, así como tampoco su autenticidad”. La carta se
atribuye al caballero Johannes Marcus Larmenius (el armenio), que
habría sucedido en la clandestinidad a Jacques de Molay. En ella
constarían las firmas de todos los grandes maestres del Temple que,
desde Molay, se habrían ido sucediendo en la sombra, cuando menos
hasta 1804 en que ocupó este elevado rango el masón Fabré-Palaprat. El
documento fue escrito en latín codificado, dispuesto en dos columnas
en un pergamino de gran tamaño adornado con ricos motivos
arquitectónicos, y curiosamente, si no atenemos al desciframiento y
traducción del original llevado a cabo por el paleógrafo J.S.M. Ward,
aparece el término “grado” para designar, por ejemplo, a la Maestría
templaria. Esto, sin ningún género de dudas, representa una clara
alusión a la terminología masónica, a pesar de que algunas
traducciones posteriores de instancias neotemplarias afines al
catolicismo, y por ende interesadas en desterrar cualquier vinculación
de la Masonería con el Temple, omiten y sustituyen estos términos por
otros más acordes a la terminología templaria exotérica. En el
documento, Larmenius comienza refiriéndose a Jacques de Molay y
señalando: Yo, hermano Johannes Marcus Larmenius, de Jerusalén, por la
gracia de Dios y por el grado más secreto del Venerable y Supremo
mártir, el Maestre Supremo de la Orden del Temple, que Dios tenga en
su gloria, confirmado por el Consejo común de la Hermandad, poseedor
del grado más elevado de Maestre Supremo de toda la Orden del Temple,
a todos los que lean esta carta de decretos, salud, salud. En las
firmas de los Maestres que se fueron sucediendo - se sabe de algunos
que fueron masones -, podemos ver otras referencias a la palabra
“grado”: Yo, Johannes Marcus Larmenius, hice entrega del presente
escrito el 18 de febrero de 1324. Yo, Theobald, recibo el grado de
supremo Maestre con la ayuda de Dios en el año de Cristo 1324. Yo,
Arnald de Braque, recibo el grado de supremo Maestre con la ayuda de
Dios en 1340 d.J.C. Otro pasaje interesante es en el que Larmenius
arremete contra los templarios huidos a Escocia en estos términos: Por
último, por decreto de la Asamblea Suprema y por la Suprema autoridad
a mí otorgada, deseo y ordeno que los templarios escoceses desertores
de la Orden sean maldecidos, y que ellos y los hermanos de San Juan de
Jerusalén – se refiere a los hospitalarios -, expoliadores de la
propiedad de la Orden de los Caballeros (que Dios tenga piedad de
ellos), sean expulsados del círculo del Temple, ahora y para siempre.
Una hipótesis plantea, sin embargo, que esta carta que supuestamente
data de 1324, fue en realidad fraguada en el siglo XVIII por el duque
Felipe de Orleáns, quien se la habría encargado a un jesuita de nombre
Bonnati (o Bone). En cualquier caso, lo que sí parece cierto es que el
duque de Orleáns fue elegido Gran Maestre de los templarios en 1705,
en Versalles, donde se redactaron los Estatutos de una Orden que
incluso llegó a ser años después impulsada por Napoleón (como ya
hiciera con la francmasonería francesa al colocar a su hermano al
frente de ésta), hasta el punto de autorizar una ceremonia solemne en
la iglesia de San Pablo y San Antonio en memoria de Jacques de Molay.
Corría el año 1808, y era por entonces Gran Maestre de esta orden el
ex seminarista, médico y masón Raymond Bernard Fabré-Palaprat, el cual
seguramente siempre creyó en la legitimidad de su filiación.
Curiosamente, en la tradición de Larmenius, éste calificó a los
caballeros medievales de la Orden huidos a Escocia como los
“templarios desertores”, lo cual hace pensar que, si efectivamente la
carta de transmisión fue una invención de elementos de la masonería
decimonónica, tan dados algunos de ellos a fabricar falsos documentos
históricos, genealógicos y filiativos, lo que se pretendía con ella,
desde instancias de la masonería francesa, es deslegitimar o arremeter
contra la filiación escocesa. ¿Chauvinismo, o meros subterfugios de la
masonería regular, cuya intención sería deslegitimar la incipiente
masonería jacobita?... En cualquier caso debemos señalar que varios
cultivados eruditos creen que este documento es auténtico, y en tal
caso las dos tradiciones que existen (la escocesa y la de Larmenius),
habrían vuelto a ser unidas por el Chevalier Ramsay, del que
hablaremos más adelante, cuando llevó consigo el antiguo Rito escocés
a París, donde el príncipe Carlos Estuardo vivía en el exilio. III. La
tradición jacobita El abad Velly en su Historia de Francia refiere que
cuando los cuerpos de los dignatarios del Temple, Jacques de Molay y
Geoffrey de Charney, no eran más que unos restos carbonizados, el
pueblo se abalanzó hacia las hogueras, a pesar de que permanecían allí
algunos guardias, “y recogió ceniza de los mártires para llevársela
como una preciosa reliquia. Todos se persignaban y no querían oír nada
más. Su muerte fue bella, y tan admirable e inaudita, que todavía hizo
más sospechosa la causa de Felipe “el Hermoso”...” Antes del fatal
desenlace, entre la muchedumbre, grupos de tres o cuatro Compañeros
constructores, canteros y carpinteros, que eran una especie de tercera
orden corporativa bajo la protección de los Caballeros del Temple,
habían oído la voz de Molay como una sentencia. A decir de Robert
Ambelain, gran maestro de varias obediencias masónicas, esta sentencia
significaba para ellos a la vez una orden para avanzar y una
esperanza... Según un documento que a decir de Michel Lamy cabe fechar
hacia 1745: “los templarios que escaparon al suplicio abandonaron sus
bienes y se dispersaron, unos se refugiaron en Escocia, otros se
retiraron a lugares apartados y escondidos donde llevaron una vida de
ermitaños”. En España, un caso muy evidente de esto último lo
encontramos en el refugio en la ciudad eremítica de Cívica, auténtico
dédalo excavado en la roca, de templarios procedentes de varias
encomiendas de la provincia de Guadalajara, entre las que estarían las
de Torija, Albares y Ocentejo, y seguramente también las de Peñalver,
Campisábalos y Albendiego. Cabe pensar por ello, respecto del
documento de 1745 a que se refiere Lamy, que el refugio en Escocia de
varios templarios fugados de Francia también sea una realidad. Además
hay pruebas más que notorias de que esto fue así, tal como veremos.
Por otra parte, y ello también lo corrobora Lamy, lo que está más que
constatado es que la flota templaria del Mediterráneo, y sin duda una
parte de la del Atlántico también, se refugió en Portugal y España,
siendo luego recuperadas para las órdenes de Cristo y Montesa
respectivamente. Otra parte de la flota, si nos atenemos a los
testimonios del Maestre de Escocia, Walter de Clifton, y de otro
Caballero Templario, William de Middleton, habría zarpado, al mando
del comendador de Ballantrodoch “allende la mar” y con rumbo
desconocido... Algunos estudiosos han presentado argumentos
convincentes de que la francmasonería tuvo sus orígenes en la herencia
templaria. Tal es la hipótesis de los investigadores británicos
Michael Baigent y Richard Leigh en El Templo y la Logia, y también la
del historiador norteamericano John J. Robinson en Nacidos en sangre.
Sin embargo, en ambas obras se llega a la misma conclusión desde
diferentes caminos. Para Baigent y Leigh, la continuidad de los
templarios habría partido de Escocia, mientras que Robinson investigó
los orígenes de los ritos masónicos actuales, viéndose también
conducido por esa pista hasta los templarios. Ambos libros se
complementan y proporcionan una visión amplia de los vínculos que
habría entre esas dos grandes organizaciones. Las divergencias entre
Baigent-Leigh y Robinson es que los primeros consideran que la
francmasonería tuvo su origen en los templarios refugiados en Escocia,
y que pasaron a Inglaterra en 1603 cuando ocupó el trono el rey
escocés Jaime IV. Por el contrario Robinson piensa que fue en
Inglaterra donde se convirtieron en francmasones los templarios,
llegando incluso a estar tras la insurrección campesina de 1381, lo
cual no resulta nada descabellado si consideraciones detalles tan
curiosos como que durante las revueltas se atacaron propiedades de la
Iglesia y de los Caballeros Hospitalarios –las dos organizaciones
principales enemigas del Temple-, mientras que se tuvo cuidado de no
dañar las antiguas construcciones templarias. De lo que no cabe
ninguna duda es de que los templarios hicieron de Escocia uno de sus
principales refugios tras la disolución oficial, seguramente por que
allí no alcanzaba la autoridad de Roma, al haber recaído en aquella
época sobre el país un interdicto papal que situaba al rey, los nobles
y los villanos en condición de excomulgados. Los actuales caballeros
templarios de Escocia, que se dicen descendientes de aquellos
fugitivos, celebran a las afueras de Edimburgo, en la capilla de
Rosslyn -foco de los francmasones modernos-, los aniversarios de la
batalla de Bannockburn, acaecida el 24 de junio de 1314. En esta
batalla, en la que Roberto I (Robert Bruce) derrotó definitivamente a
las tropas de Eduardo II de Inglaterra (yerno de Felipe IV “el
Hermoso” de Francia, para más señas), el rey escocés contó con el
apoyo de un contingente de 432 templarios, entre ellos sir Henry St.
Clair, barón de Rosslyn y sus dos hijos Henry y William. Este último
murió más tarde en España junto a otros caballeros escoceses, atacando
a los musulmanes, cuando llevaba el corazón del rey Bruce (que había
muerto en Cardross víctima de la lepra) para enterrarlo en Jerusalén.
Fue con la anulación en 1329 de la excomunión a Robert Bruce - tras
los intentos que el monarca escocés había hecho por recibir el perdón
de la Iglesia, evitando con ello que pudiera haberse organizado una
cruzada contra su país como la que se lanzó contra los herejes cátaros
del Languedoc -, que el rey solicitó a los templarios que se
convirtiesen en una organización secreta, la cual daría origen a las
posteriores fraternidades masónicas. Para recompensar el valor de los
templarios en la batalla de Bannockburn, Bruce fundó la Real Orden de
Escocia, de la que el rey sería Gran Maestre soberano y los Saint
Clair Grandes Maestres hereditarios. Esta Real Orden de Escocia
todavía hoy existe en secreto, pues el cargo de gran maestre sigue
teniendo carácter real. Muchos destacados templarios escoceses
entraron a formar parte de Real Orden, entre ellos el que por entonces
era Maestre del Temple en Escocia. Al mismo tiempo, Robert Bruce
habría elevado de categoría a la Orden de Kilwinning del Heredom (es
decir, del “asilo” o “refugio”), que según la tradición era la primera
logia escocesa de los canteros que habían construido la abadía de
Kilwinning en tiempos del rey escocés David I, generoso benefactor de
los templarios, y que se transformó en la Gran Logia Real del Heredom,
la principal logia de Escocia, situada junto a la antigua abadía de
Ayrshire.
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De: Homero3992 Enviado: 16/10/2007 01:42 p.m.
La familia Saint Clair de Rosslyn presidía sus asambleas anuales, en
su papel hereditario de protectores del rey y del príncipe heredero, y
también como vecinos poderosos y amigos de los templarios, que tenían
su cuartel general en Ballantrodoch. Estas órdenes absorbieron a la
proscrita Orden del Temple, y sus doctrinas secretas se convertirían
en las prácticas de los masones posteriores. Andrew Sinclair, que es
descendiente del príncipe Henry St. Clair, nos dice que una autora muy
versada en esta materia y miembro de la masonería escribió, hacia
1912, que “la tradición que relaciona a Kilwinning con los grados
templarios es insistente y sale a relucir constantemente (...) Es
verosímil, pues explica la unión de la llana y la espada, tan notable
en los grados superiores”. En modo alguno resultan incompatibles ni se
desvirtúan entre sí las filiaciones que se esgrimen en la tradición
masónica, que confirma al pretendiente Larmenius asumiendo el cargo de
Gran Maestre del Temple en Francia y excluyendo a la nueva orden
escocesa bajo la calificación de sus miembros como templi desertores.
Las mismas tradiciones nos hablan que a la cabeza de los siete
templarios que se refugiaron en una isla de Escocia para contactar con
el comendador escocés George de Harris se encontraba el caballero
Pierre d´Aumont, del que se decía fue Preceptor de Auvernia y sucesor
directo de Jacques de Molay. D´Aumont, que más tarde fue nombrado
Maestre de los templarios de Escocia durante el Capítulo
extraordinario celebrado el día de San Juan de 1313, habría velado los
rituales templarios tras los símbolos de la masonería y habría hecho
que los miembros del Temple escocés se hicieran pasar por “masones
libres” o francmasones. Sin embargo, así como algunos consideran falsa
la tradición de Larmenius, otros consideran falsa la tradición de D
´Aumont, pues el Preceptor de Auvernia era Imbert Blanke, que huyó a
Inglaterra, donde fue encarcelado y liberado después. Existe otra
versión de esta tradición en la que Pierre d´Aumont habría sucedido al
frente del Gran Maestrazgo templario al conde François de Beaujeau, a
quien Jacques de Molay antes de su suplicio habría encargado la misión
de hacer revivir la Orden y continuar su labor. El conde de Beaujeau
no sólo habría restablecido la Orden, sino que fue el depositario del
tesoro y los secretos templarios. En cualquier caso, parece ser que en
1361 la sede de la Orden habría sido establecida en Aberdeen, para
luego expandirse nuevamente por toda Europa bajo el velo de la
Masonería. Estas tradiciones podrían entroncarse también con las que
hacen del Rito Sueco de la Masonería, del que es Gran Maestre el rey
de Suecia, una fundación de los templarios en el exilio. Y,
curiosamente, la reforma masónica alemana conocida como Estricta
Observancia Templaria, fundada por el barón Von Hund en el siglo
XVIII, de la que hablaremos más adelante, se hallaba influenciada por
la masonería sueca; de hecho, como nos dice Antoine Faivre en El
esoterismo del siglo XVIII, “importado de Francia y alimentado por
leyendas rosacruces por Eckleff, el “sistema sueco”, lleno de
hermetismo, acababa de ser introducido en Alemania por un desertor de
la E.O.T., Johann Wilhelm Ellenberg, conocido como Zinnendorf, médico
y masón, hombre muy ambicioso”. IV. Los Maestros Escoceses, el
estuardismo y la Guardia Escocesa Si bien la masonería escocesa no fue
establecida hasta 1736 como Gran Logia, existen abundantes pruebas que
demuestran que la masonería había existido en Escocia desde hacía
mucho tiempo atrás. Incluso si dejamos a un lado las nuevas evidencias
de Rosslyn, existen actas de las reuniones de las logias que se
remontan a 1598, y actas sobre Jacobo VI de Escocia en las que es
inciado en la Logia de Perth y Scoon en 1601, dos años antes de que se
trasladara a vivir a Londres, pues como se sabe también reinó en
Inglaterra con el nombre de Jacobo I. Cuando en 1717 se estableció la
Gran Logia de Londres, los miembros renegaron de sus orígenes
escoceses debido a que tales orígenes eran demasiado jacobitas para la
política censuradora de la casa de Hannover del momento. Casi un siglo
después, se fundó la Gran Logia Unida de Inglaterra y su nuevo Gran
Maestre, el duque de Sussex y otros hombres que no sabían nada del
significado verdadero de la masonería, hicieron todo lo que pudieron
para transformar y suprimir los rituales de los 33 grados del antiguo
Rito escocés, a los que consideraba ultrajantes, suprimiendo con ello
los mensajes secretos que tan cuidadosamente introdujeron en el primer
rito escocés William St. Clair y otros descendientes de los caballeros
del Temple. Sin embargo, no puede dudarse que tales grados y ritos
(vinculados a los caballeros templarios y a la tradición Rex Deus)
siguen usándose en Escocia, Francia y Norteamérica. Ahora bien, lo que
también es cierto es que el acceso a dichos grados, así como lo que
significan realmente, se halla restringido a una minoría
privilegiada., que para Hopkins, Simmans y Wallace-Murphy son “los que
ya saben, por su nacimiento, y los que han merecido los niveles de
confianza más altos en virtud de sus acciones”. A pesar de la negación
por parte de la Gran Logia Unida de Inglaterra, el seno de la
Masonería contemporánea se desarrolló en Escocia, tras la desaparición
de los Caballeros del Temple, que habían basado sus propias creencias
en las enseñanzas de la primera Iglesia de Jerusalén. Todas las
pruebas señalan a un templario que extrajo los manuscritos secretos
que enterraron los judíos meses antes de que los romanos, en el año 70
d.C., destruyeran el templo y los eliminaran. Si nos basamos en esto,
en la capilla de Rosslyn, construida por el conde William St. Clair en
1440, se hallarían las claves del origen templario de la masonería
escocesa, pues no sólo posee elementos simbólicos entre su abigarrada
ornamentación - donde el desorden es sólo aparente -, que aluden
claramente a la masonería, sino también a las familias Rex Deus, al
linaje sacro, a la historia oculta de los caballeros templarios, y a
la Jerusalén del siglo I. Entre lo muchos elementos a los que nos
referimos, podemos comentar un relieve existente entre dos pilares en
el exterior de la capilla, que muestra una ceremonia de iniciación al
primer grado de la Masonería. El candidato, arrodillado, tiene los
ojos vendados y lleva una soga alrededor del cuello, cuyo extremo
sostiene un personaje ataviado con la túnica de los Caballeros del
Temple. Sus pies están colocados en la posición que los candidatos
masones continúan adoptando hoy en día en las ceremonias modernas, y
en la mano izquierda sostiene una Biblia. Este relieve fue realizado
alrededor de 1450, casi doscientos setenta años antes de la fecha en
que, según afirma la Gran Logia Unida de Inglaterra, se inició la
Masonería. Unos estudios actuales muy interesantes son los llevados a
cabo por sir Laurence Gardner, plasmados en su obra La herencia
secreta del Grial. Gardner, que es prior de la Iglesia celta del
Sagrado Linaje de San Columba, Chevalier Labhràn de Saint Germain y
miembro del Consejo Europeo de Príncipes, es además un experto en
genealogía y mantiene estrechas relaciones con la Casa Real de los
Estuardo. Ello ha posibilitado que para la elaboración de su
exhaustivo estudio sobre ciertas familias de la nobleza europea
encuadradas en una tradición denominada Rex Deus, que nos habla de
alianzas entre antiquísimos linajes europeos que se remontan a
Bizancio y a la Palestina bíblica, el príncipe Miguel de Albany
permitiese a Gardner consultar los documentos de caballería y de la
Casa Real estuardista. Asimismo ha consultado documentos en los
Archivos Jacobitas de Saint-Germain. Del complejo asunto de la
tradición Rex Deus también se han encargado otros investigadores
británicos como Michael Baigent, Richard Leigh, Henry Lincoln,
Christopher Knight, Robert Lomas, Marilyn Hopkins, Graham Simmans y
Tim Wallace-Murphy. Gardner ha conseguido gracias a ello averiguar
cosas tan interesantes como que en 1128 Hugo de Payens, primer Maestre
del Temple, había pactado con el rey David I de Escocia tras el
Concilio de Troyes en que se fundó el Temple, y que san Bernardo de
Claraval había promovido la integración de su poderosa orden
cisterciense en la Iglesia celta. Lógicamente, este dato convierte ya
en algo más que en mera especulación la tradición que nos habla de un
san Bernardo iniciado en los misterios druídicos, e incluso otorga
rango de veracidad a esa famosa carta número XII (excluida por la
Iglesia de sus Obras Completas), en la que san Bernardo le habla a
Hugo de Payens del bautismo iniciático del Hombre Primordial entre los
celtas y de la “ciudad de los sacerdotes druidas”: Bethphagé
(¿Baphomet?). Siguiendo con el pacto entre Payens y el rey David I,
diremos que este entregó a los templarios los territorios de
Ballantrodoch, adyacentes al estuario de Forth (un lugar conocido a
partir de entonces como el poblado del Temple), estableciéndose al
principio al sur de Esk. Sucesivos monarcas escotos apoyaron y
promovieron la Orden, especialmente Guillermo “el León”. Los
templarios recibieron gracias a ello grandes extensiones de tierras,
en su mayoría cerca de Aberdeen (otro dato importante que explicaría
el por qué se establecieron allí tras pasar a la clandestinidad) y
Lothians, así como Ayr, la zona oeste de Escocia. Tras la batalla de
Bannockburn, en la que ya hemos comentado que participaron los St.
Clair, además de otros miembros de las familias Rex Deus (entre ellos
un Montgomery), los templarios aumentaron su presencia en las zonas de
Lorne y Argyll. A partir de Robert Bruce, que como ya dijimos se
convirtió en soberano y Gran Maestre de los templarios escoceses, todo
sucesor Bruce y Stewart (Estuardo) era templario desde el momento de
su nacimiento. En nuestros días, el príncipe Miguel de Albany, jefe de
la Casa Real de los Estuardo y descendiente directo de Robert Bruce,
ostentaría tal condición. Dice Gardner: “Los libros de historia
actuales y las enciclopedias afirman casi unánimemente que los
templarios desaparecieron en el siglo XIV. Pero se equivocan. La Orden
de Caballería del Templo de Jerusalén (distinta de la de los masones
templarios, creada con posterioridad) continúa floreciendo en la
Europa continental y en Escocia”… Y nosotros sospechamos, por la
mención que en el apartado de agradecimientos Gardner hace de la Ordo
Supremus Militaris Templi Hyerosolymitani (OSMTH), quienes se hallan
detrás de esa “Orden de Caballería del Templo de Jerusalén” a la que
se refiere… En 1593 el rey escocés Jacobo I de Inglaterra (que reinó
en Escocia como Jacobo VI tras suceder a su madre María Estuardo)
fundó la Orden de San Andrés del Cardo. Indicar que el cardo era el
emblema de Escocia y san Andrés el supuesto evangelizador. En ese
mismo año fundó también la Rosa Cruz Real con treinta y dos caballeros
de la citada Orden de San Andrés del Cardo. Jacobo era en ese momento
Gran Maestre de los masones operativos de Escocia. Habiendo sido
olvidada a falta de un reclutamiento valedero, o ratificada en
secreto, la Orden de San Andrés del Cardo fue restablecida en 1687 por
el rey Jacobo II, antes de su exilio en Francia. Es de esta forma como
aparecería abiertamente una orden masónica en 1659 denominada Orden de
los Maestros Escoceses de San Andrés, probablemente fundada por el
general Monck, que era un masón aceptado. El grado de Maestro Escocés
de San Andrés, que durante mucho tiempo se mantuvo en secreto,
encabeza la masonería jacobita, es decir estuardista, a partir del
siglo XVII. El grado es único y sucede al de Maestro Masón ordinario,
aunque eventualmente. Tanto en las Ordenanzas Generales de 1743 de la
Gran Logia de Francia (con filiación masónica jacobita), como en la
obra del abate Calabre-Péreau, L´Ordre des Franc-Maçons trahi et leur
secret révélé (La Orden de los Francmasones traidores y su secreto
revelado), fechada en Amsterdam en 1744, aparecen dos testimonios muy
importantes sobre la existencia de una Orden de los Maestros
Escoceses, especie de masonería superior que no revela sus objetivos
ni sus orígenes, y que no son otros que los Caballeros de san Andrés,
es decir, los partidarios de los Estuardo, que disimulan sus raíces
para infiltrase más fácilmente en la masonería francesa. Indicar que
en España, el movimiento conocido como de los Alumbrados, sinónimo de
Illuminati, derivó también de las primitivas logias masónicas
seguidoras de los Estuardo. En el manuscrito de Devaux d´Hugueville,
Instrucción general del grado de Caballero Rosa-Cruz”, fechado en
1746, se hace constar que en el siglo XVIII se encontrará el grado de
Maestro Escocés de San Andrés asociado al nuevo grado llamado Rosa
Cruz, el cual porta diversos títulos: “Caballero Rosa Cruz”,
“Caballero del Águila”, “Caballero del Pelícano”, “Masón de Heredom” y
“Caballero de San Andrés”. Según Ambelain, el ritual de esta orden
evoca la reconstrucción del Templo de Jerusalén por Zorobabel y sus
Compañeros, cuando regresó del exilio en Babilonia. En secreto, evoca
también al retorno a Gran Bretaña después del exilio en Francia, con
la restauración de los Estuardo. Por su parte, el historiador A.
Sinclair apunta que “los templarios se identificaron con los
constructores guerreros de Zorobabel, que convencieron al rey Darío de
que permitiese la reconstrucción del Templo de Jerusalén. Heredaron de
los gnósticos y de san Juan la creencia de que el Templo era el centro
místico del mundo; así se resistían secretamente al poder y a la
autoridad de los papas y de los reyes de Europa. Los emblemas de color
blanco y negro de su orden, una cruz octogonal roja sobre un hábito
blanco, manifestaban su gnosticismo y su maniqueísmo, la creencia en
la lucha continua en el mundo del demonio contra la Inteligencia de
Dios. Legaron a los masones los losanges blancos y negros y los
mosaicos dentados de sus logias. Y antes de morir el último de los
grandes maestres, Jacques de Molay, “organizó” e instituyó la que
después se llamaría masonería oculta, hermética, o del Rito Escocés”.
Un hecho significativo de toda esta relación que encontramos entre los
monarcas escoceses exiliados en Francia, ha sido la tradicional
colaboración militar franco-escocesa, derivada natural de la auld
alliance, o “vieja alianza”, que se inició con el tratado de 1326
entre Robert Bruce y Carlos IV de Francia. Esta colaboración se
mantuvo durante la guerra de los Cien Años y aun siglos después.
Fueron tropas escocesas las que desempeñaron un relevante papel en las
campañas conducidas por Juan de Arco y se distinguieron en el sitio de
Orléans. La influencia escocesa en Francia por aquel entonces fue
notable. Reseñable es incluso la posterior creación de un ejército
permanente por parte de Carlos VII - primero en su especie que existió
en Europa tras la desaparición del Temple -, cuyo regimiento de élite
era la Compagnie des Gendarmes Écossais. Con ello se honraban más de
100 años de servicios distinguidos de las tropas escocesas a la corona
francesa, que culminaron en 1424 durante la sangrienta batalla de
Verneuil, donde cayó aniquilado casi todo el contingente escocés al
mando de John Stewart, conde de Buchan. Este acto colectivo de valor y
la lealtad durante tanto tiempo demostrada, llevaron a la creación de
una unidad especial de tropas escocesas encargadas a la protección
personal del rey de Francia, conocida como Garde Ecosse (Guardia
Escocesa). Todos los oficiales y comandantes de esta Guardia tuvieron
además el honor de ser recibidos en la Orden de San Miguel, de la que
poco después hubo una rama en Escocia. La Guardia Escocesa, a
diferencia de otras órdenes caballerescas europeas de militancia
teórica, como las de la Jarretera o la del Toisón de Oro, fue una
orden militar auténtica, que además de acciones de guerra desempeñó
importantes labores en el ámbito político y diplomático. Las
similitudes entre la Guardia Escocesa y los Templarios, en todos los
sentidos, es muy significativa, hasta el punto de que la Guardia
Escocesa reclutó a sus oficiales de entre las más nobles familias de
Escocia, algunas de las cuales habían apoyado siglos atrás el ascenso
al trono escocés de Robert Bruce y promovido la independencia de su
país, como los Seton, los St. Clair, los Stewart o Estuardo, los
Montgomery, los Hamilton… Curiosamente, estas familias estaban
íntimamente vinculadas con el Temple y con Rex Deus, e incluso en 1689
podía apreciarse en el entorno de los Estuardo una Orden de templarios
que combatía en nombre de los reyes escoceses y cuyo Gran Maestre era
el vizconde de Dundee, John Claverhouse. Baigent y Leigh refieren el
caso de un Montgomery contemporáneo que les habló orgulloso de la
antigua relación de su estirpe con la Guardia Escocesa y de la
existencia dentro de la familia de una orden de caballería de tipo
neomasónico y acceso restringido llamada Orden del Temple, a la que
todos los varones Montgomery tenían derecho a entrar por el mero hecho
de serlo. Este detalle sin duda recuerda al sistema hereditario
establecido por Robert Bruce en el Temple clandestino. V. Del Rito
Escocés de Ramsay al Rito Escocés Rectificado El origen de los grados
y ritos masónicos es difícil de establecer, y son muchos y
variopintos. Por eso trataremos aquí brevemente los que nos interesan
por su posible vinculación con el Temple, y que no siempre son los
grados y ritos engalanados con el título de Escocés, ya que casi
ninguno de estos tiene que ver con Escocia y ni siquiera en dicho país
se practican. Aunque durante el siglo XVIII ya fueron apareciendo
grados superiores - aparte de los tres clásicos del simbolismo
masónico de Aprendiz, Compañero y Maestro -, que luego pasarían a
formar parte preferente del llamado Escocismo, con la restauración
monárquica y la subida al trono inglés de Carlos II la masonería fue
poco a poco recuperando sus antiguos cauces, si bien se mantuvieron
los grados superiores creados (Maestro Secreto, Perfecto y Elegido).
Un año determinante en la masonería decimonónica, que sin duda marcó
un antes y un después, fue el de 1724, en el que el baronet escocés
Andrew Mitchell Ramsay, más conocido como Chevalier Ramsay, propuso a
la Gran Logia de Inglaterra un sistema que comprendía la adopción de
tres grados superiores: Escocés, Novicio y Caballero del Templo. Esta
propuesta, que buscaba en el Temple raíces prestigiosas para la
francmasonería, fue rechazada por la Gran Logia inglesa, mas sin
embargo tuvo gran acogida en Francia. Estos grados fueron los
precursores de la gran cantidad de sistemas de toda índole que fueron
apareciendo después. La reforma de Ramsay al parecer sólo tenía por
objeto la restauración de los Estuardo, o el fortalecimiento del
catolicismo en Inglaterra. En 1755, el conde de Clermont y príncipe de
sangre real, Luis de Borbón-Condé (que por cierto consta como Gran
Maestre del Temple en la Carta de Larmenius a partir de 1741),
sustituye al duque de Antin como Gran Maestre de la masónica Gran
Logia de Francia. En ese momento Luis de Borbón gobierna en París una
logia de tan significativo nombre como Saint-Jean-de-Jerusalem.
Posteriormente firma unos Estatutos que servirán de reglamento para
todas las logias del reino de Francia, en los que se reconoce el nuevo
grado de Maestro Escocés. Estos Estatutos precisan además que sólo los
Maestros de logia y los Maestros Escoceses tendrán en adelante el
privilegio de permanecer cubiertos en el interior de la logia. No
obstante, los Maestros Escoceses aventajarían a los meros Maestros de
logia, pues se les encomendó la misión de inspeccionar los trabajos de
las logias y restablecer el orden en caso necesario. Esta misión se
convertirá después en el privilegio de los que ostentan el grado de
Maestro Escocés de San Andrés o de Caballero Rosa Cruz en el Rito
Escocés Rectificado o en el Rito de Memphis-Misraïm, los cuales
mantuvieron este uso antiquísimo. Del Rito de Memphis (fusionado desde
1908 con el de Misraïm), decir que se constituyó en Francia en el
siglo XIX, tras la expedición de Napoleón a Egipto, en la que
participaron varios científicos masones. Su fundador, Marconis de
Négre, sostenía que los templarios, antepasados directos de la
masonería, habían recibido su doctrina esotérica de una hermandad
oriental fundada por “un sabio egipcio de nombre Ormus, sacerdote de
Memphis, convertido al cristianismo por san Marcos”. Este Rito no sólo
se le supondría continuación de los misterios egipcios, sino también
de la India. En 1772 se disolvió en Francia la Gran Logia, fundándose
posteriormente el Gran Oriente de Francés, el cual no aceptó más que
los tres grados simbólicos del Rito Inglés, a los que denominó Rito
Francés. En cuanto a la joya masónica emblemática del grado de Maestro
Escocés de San Andrés, dejó de ser la misma una vez integrado en el
nuevo Rito Francés que suplantó al Rito Escocés Primitivo, el cual
había sido llevado a Francia por las logias militares estuardistas.
Mucho más esotérico es el que adoptará en 1778 en el Convento de Lyon,
constitutivo del Rito Escocés Rectificado: “En el anverso, una corona
real sobre la que figura la Cruz paté encerrada en un Sello de Salomón
(estrella de seis puntas) flamígero. En el centro, la letra mayúscula
H, entre el compás, la escuadra, el nivel y la plomada. En el reverso
representa a san Andrés en su Cruz en forma de X. La letra H puede
significar Hiram o Heredom, la ciudad mística de la masonería
escocesa”. Sobre el Rito Escocés Rectificado, quizá una de las últimas
manifestaciones del templarismo masónico, cabe decir que tiene su
origen en la Estricta Observancia Templaria del barón Karl Von Hund,
gran señor de Lipse, tras la que al parecer se encontraría la
tradición del Caballero d´Aumont que huyera a Escocia en los tiempos
de la persecución. Esta tradición, de hecho, tuvo especial acogida en
la masonería alemana. En el denominado Capítulo de Clermont, que se
practicó en Alemania entre 1758 y 1764, y era antecedente directo de
la Estricta Observancia Templaria (E.O.T), se proponía ya dos altos
grados de carácter esotérico: Caballero de San Andrés del Cardo y
Caballero de Dios y de su Templo. Como dijimos al principio de este
escrito, hay fuentes masónicas que atribuye a los jesuitas la creación
de la Estricta Observancia. Al respecto son de gran interés los
apuntes de René Guénon en su artículo La Estricta Observancia y los
Superiores Desconocidos, incluido en sus Estudios sobre la
Francmasonería y el Compañerazgo, obra fundamental a la cual
remitimos. Para Guénon, no obstante, esto parece algo obsesivo, pero
en caso de ser cierto tendríamos que los jesuitas, de una u otra
forma, habrían intervenido en fraguar las dos principales filiaciones
templarias, la de Larmenius y la de los escoceses. Lo cierto es que
este régimen masónico y templario de la Estricta Observancia tiene su
origen en la iniciación que Von Hund recibió en Francfort en 1742, y
en la concesión de los altos grados templarios, en 1743, en el
Capítulo de Clermont en París, por parte del príncipe Carlos Eduardo
Stewart (Estuardo), que se encontraría exiliado en Francia. Como
quiera que se ha demostrado que no había ningún Estuardo en París por
esa fecha, muchos autores, entre ellos el propio René Guénon,
deslegitimaron toda esta historia. Sin embargo, nuevas evidencias
encontradas en los archivos de la Stella Templum (grupo escocés que se
reclama también heredero de la Orden del Temple), y que recogen
Baigent y Leigh en El Templo y la Logia, y Hopkins, Simmans y Wallace-
Murphy en Los hijos secretos del Grial, apuntan a que no fue Carlos
Estuardo el que inició a Von Hund en los altos grados templarios, sino
que se trataría de otro templario escocés ligado a Rex Deus; nos
estamos refiriendo al conde de Eglinton, Alexander Montgomery, lo cual
es significativamente plausible, pues recordemos la relación de los
Montgomery con los Estuardo desde la época de Robert Bruce... Este
templario no sería otro que el famoso Eques a Penna Rubra (Caballero
de la Pluma Roja), que Von Hund había confundido con un Estuardo al
comprobar que alguno de los presentes, posiblemente Lord Kilmarnock,
se dirigía a él como “Stewart” o “Steward” (Senescal). Y es que ese
era precisamente su rango en la Orden del Temple. Posteriormente Von
Hund se hizo otorgar el título de Gran Maestre de los templarios, lo
cual originó algunas protestas en el mundo masónico. En cualquier
caso, creó la Estricta Observancia Templaria, a la que con el tiempo
pertenecerían figuras de la talla de Mozart, Haydn o Goethe, y declaró
haber recibido la misión de reformar la francmasonería alemana y
reconstruir la Orden del Temple, suprimida en 1314 por el papa
Clemente V. Esta misión, según él, la habría recibido de unos
“Superiores Desconocidos”, que es precisamente donde algunos masones,
como Ribeaucourt, han visto a los jesuitas, incluso se ha pretendido
ver en las iniciales S.J. o S.I. características de la Societas Iesu
las de “Superiores Desconocidos” (“Superiors Inconnu” en francés). Von
Hund introduce en sus rituales una doble leyenda: 1ª) su obediencia,
la masonería rectificada, procede de la Orden del Temple; 2ª) la
masonería escocesa es la obra de los Estuardo destronados (leyenda
llamada jacobita). Tras una expansión considerable, una fusión con la
Clericatura del ministro protestante Starck, la creación de altos
grados muy secretos reunidos en torno a un llamado Colegio
Metropolitano y otros acontecimientos más o menos tempestuosos, Von
Hund fallece en 1776. En 1782, la Estricta Observancia celebra un
Convento en el que, entre otras conclusiones, se llega a la de que la
filiación templaria solamente tiene un significado moral, místico
cristiano. Es entonces cuando el duque Fernando de Brunswick se
convierte en el jefe del nuevo sistema con el título de Gran Maestro
General de la Orden de los Caballeros Bienhechores y de la Masonería
Rectificada. Sin embargo, hacia 1786 el duque Fernando se desentiende
totalmente de la Orden, y hacia el año 1806 ya no existe prácticamente
la Estricta Observancia Templaria. Sin embargo, antes de esa fecha,
entre 1774 y 1782, se había gestado en Francia el Régimen Escocés
Rectificado por parte de dos grupos de masones de Lyon y Estrasburgo,
entre los que cabe citar a Jean y Bernard Turkheim y Rodolphe
Saltzmann, de Estrasburgo, y sobre todo a Jean-Baptiste Willermoz, de
Lyon, quien fue el artífice del Régimen y dio forma a la doctrina del
Rito. Entre los orígenes y fuentes del Régimen Escocés Rectificado
tenemos a la Estricta Observancia Templaria, también denominada
“Masonería Rectificada” o “Reformada de Dresde”, que era el sistema
alemán que implantó Von Hund, y en el que el aspecto caballeresco
primaba absolutamente sobre el aspecto masónico. Como ya dijimos, la
Estricta Observancia no sólo pretendió ser la heredera, sino también
la restauradora de la antigua Orden del Temple abolida en 1312. Sin
embargo, el Rito Escocés Rectificado no aspira a ser tanto, y
únicamente se conforma con erigirse en detentador de una tradición
espiritual templaria, mas en ningún caso de una filiación histórica.
Hoy día este rito de masonería cristiana se sigue practicando en
varias obediencias, entre ellas en la masonería regular española.
Podemos decir que, en lo que al aspecto “visible” se refiere, el Rito
Escocés Rectificado representaría el último eslabón de una cadena de
transmisión entre los templarios medievales y la masonería. Sin
embargo, ¿existirán en nuestros días otros eslabones no tan
“visibles”?...
Respuesta
Recomendar Mensaje 5 de 5 en la discusión
De: 1575Monje Enviado: 26/10/2007 02:48 p.m.
En la masonería, por principio, es obligatorio SUSTENTAR CON
PRUEBAS nuestras opiniónes, desechando lo que se demuestre falso, y no
creer
(tener como cierto lo que no hayamos comprobado).
El problema es que existen ciertos temas de los que no existen
PRUEBAS. El punto que preguntas carece de ellas. Sin embargo, existen
"datos que nos hacen suponer", tanto en un sentido como en el opuesto.
En primer lugar tenemos los "Libros y Leyendas" que en realidad son
"las opiniónes de sus autores", sustentadas otras tantas, hasta
acumularese
en tal cantidad, y con tanta profusión, que nos hacen "creer" que
está
demostrado.
Si tomamos los datos históricos:
1.- La orden templaria es disuelta CON ANTERIORIDAD a que exista la
FRANC-MASONERIA. Consecuentemente, la "leyenda" de que se unieron a
la
masonería y comenzaron a trabajar tal o cual "Grado de X rito", es
necesariamente FALSA (desde el punto de vista histórico) pues dichos
"ritos"
no existían, y fueron inventados varios siglos después.
Claro que podemos darle a dichas leyendas una interpretación
"simbólica",
pero es necesario tener clara conciencia de que no estamos hablando de
un
hecho histórico o "real".
2.- Existían, eso sí, las "guildas de constructores", a las que
actualmente
denominamos "masonería operativa", y es posible (y lógico) que algunos
de
los templarios, acudieran en demanda de auxilio y protección. Es
lógico
también, que "algunos" recibierna el socorro solicitado, de
conformidad con
la antiquísima tradición masónica de ayudar (aunque esta obligación
se
circunscribía exclusivamente a los "miembros", cabe en lo posible).
Pero lo que "algunos" consiguieron de manera personal, no considero
que
sea suficiente para justificar la conocida frase de que "la masonería
dió
asilo a los templarios".
3.- Es parte de la historia que en España, que la Corona (que no
estaba en
buenas relaciónes con el Papado), los protegió "cambiándole de nombre
a la
orden", por lo que cuando se hizo la "persecución" no había
"templarios"
para perseguir, sino miembros de otra orden, a la que no le afectaba
la
persecusión.
4.- Muchos se "refugiaron" en Inglaterra.... donde aparece una
"nueva"
agrupación, cuyo símbolo es la CRUZ (simbolo templario) que se
encuentra
"envuelta" (protegida) por una rosa (enredada en ella en sus primeros
símbolos), siendo la rosa el símbolo de la Casa Real. ¿Podremos
deducir de
lo anterior que se repitió el caso de España y que la auténtica
"continuación" de la orden del temple son los Rosacruces?
5.- Varios autores sostienen que continuaron como agrupación es
ESCOCIA y
que de éllos proviene el RITO ESCOCES, pero la masonería escocesa lo
ha
desmentido, y afirmado que dicho RITO no es originario de Escocia y
que
ellos nunca lo practicaron. (Hasta que ya difundido en el mundo,
empezó a
ocupar algunos espacios en Escocia).
6.- En el libro "La Clave Secreta de Hiram", el autor, muy
minuciosamente,
va "hilando" puntos históricos, y concluye que las tradicones
masónicas
tienen su origen en la época de Abraham, en el Alto y Bajo Egiptos.
Ofrece
datos de que cómo los judíos "absorven y conservan" éstas
tradiciónes,
previas "adaptaciónes" en las historias simbólicas que las contienen,
y cómo
a travez de la "reconstrucción del templo" son "conservadas"; que los
principales "guardianes" de ellas son los Esenios (de los que formaba
parte
Jesús), y que quedan "sepultadas" en las ruinas del Templo, hasta que
los
Templarios las rescatan, y cuando son disueltos, las trasladan a
Escocia
donde fabrican un duplicado del Templo para continuar conservándolas.
Según el autor, las riquezas de los templarios sirven para pagar la
mano
de obra de los masones, quienes resultan "absorvidos" por la Orden
del
Temple (adquieren los conocimientos templarios y los incorporan a sus
tradiciónes, no así el nombre, pues continúan llamándose masones).
Ofece el
autor que tratará de conseguir la PRUEBA FEHACIENTE de sus dichos,
misma que
se encuentra en el "SANCTA SANTORUM" (boveda bajo tierra, que aún no
ha sido
descubierta), cuya ubicación tiene ya perfectamente localizada en la
reproducción del Templo, que resulta ser una curiosa capilla, que ha
sobrevivido a todas las destrucciónes a travez de los siglos, porque
los
masones "la han protegido porque sabían de su importante secreto". Se
trata
de capilla de Rosselyn, que entre otras curiosidades nunca ha sido
dedicada
a culto....
Pero nuevamente, otra historia interesante que, aunque tiene (como
todas las demás) apoyo en "detalles históricos aislados"
armoniosamente
enlazados en la narración, que la hacen "posible", no tienen la
suficiente
solidez sus cimientos para poder considerarla verídica.
Querida hermana: lamentablemente, después de tantas líneas, seguimos
en
lo mismo del principio: No existe una respuesta afirmativa o negativa
segura. Esperemos a conocer otras opiniónes.