Hermanos, libres, pero distintos.
CARLOS ADAM
Todos somos hermanos, libres, pero distintos.
La racionalidad distingue al ser humano de cualquier otro ser vivo, lo define. Desde este punto de vista se dice que todos los seres humanos, sean de cualquier etnia, son iguales en la superficie de la tierra.
En base a lo anterior existen diversas opiniones que plantean que sería ideal borrar todo tipo de fronteras, integrando a toda la humanidad en un solo sistema. Así se evitarían los reiterados conflictos que nos muestra la historia.
¿Reordenar el universo social, pensando incluso en borrar las diferencias raciales, fomentando el mestizaje? Esto implicaría no sólo difuminar el amor entrañable a la madre tierra, sino que también nublar más la memoria de la sangre, en la que está vertida la historia olvidada, el borrador de nuestra vida, la singularidad de la causa que nos hizo nacer. (El pueblo mapuche o el judío; sólo dos ejemplos).
Es fácil interpretar este razonamiento como chauvinista y racista. No así para los artistas, que necesitan de todos los colores y sonidos existentes y, no contentos con estos, crean otros, afanosamente, desesperadamente, buscando el tono perfecto para ese color o ese sonido que, algunos sin saber la verdadera causa, lo materializan en su obra, inmortalizándola.
Implantar en el planeta la igualdad forzada es querer apagar la vida, su fuego intrínseco, inagotable, esencialmente libre. Yo veo que todo nació múltiple, inacabado, que ningún ser es igual a otro, lo que me hace pensar que la energía universal es tan potente y misteriosa, que necesita de la diversidad, aquí, para plasmarse. Somos sus receptores, y al mismo tiempo portadores de una chispa de divinidad. ¿Acaso no soñamos siempre con la belleza, siempre en potencia en nuestro espíritu?
No puedo entender al hombre destruyendo a mansalva a “los restos del paraíso”, a las semillas multiformes, nosotros, como lanzando todo su poder destructivo al bosque para vencer al “enemigo” de una vez, impaciente por sus vanos intentos de “dominar” a la ignorancia de mil cabezas, que según él, se esconde en este bosque de razas y fronteras.
Sin pueblos, naciones ni razas, ¿Cómo se reflejará aquella luz divina que añoramos? Nuestra consciencia colectiva, ¿será una sola y programada? La tierra, ¿una esfera lisa, descolorida y sin perfumes?
Carlos Adam
