Obediencia ciega de los Mormones
Hay un ejemplo típico de obediencia ciega en la denominada iglesia Mormona. “El que apruebe levante su mano”, luego, “el que desapruebe haga lo mismo”. Nadie desaprueba. Esta actividad “participativa” se da masivamente a través de las grandes conferencias anuales transmitidas vía satélite. En cada capilla los miembros levantan su mano frente al televisor, imitando a los fieles que lo hacen en Salt Lake City. Y lo hacen de corazón, frente al verdadero representante de Jesucristo, ahora llamado Presidente de la Iglesia. Nadie osará pedir copia de los gastos del 10% de sus ingresos mensuales, el diezmo. Se calcula que son 11 millones de mormones activos. (11.000.000 x 12 meses x 100 dólares promedio = 2400 millones anuales). El estado de Utah es aparte y es el centro estratégico del manejo de la iglesia mundial. En cada país tienen un Templo, la casa del Señor, en el cual realizan actividades de mayor mérito sólo los miembros que están al día en los diezmos. Si no es así el Obispo local no le otorga el pase.
Lo que viví allí fue una atmósfera de suprema fraternidad, admirable respeto por la autoridad y un orden encomiable. Nada se deja al azar, todo está ordenado, la fe lo resuelve todo.
La educación de la niñez es fundamental: piedritas puras que son pulidas por sus padres, convertidos en verdaderos maestros, protectores, constructores, modeladores. Todo enmarcado en un estricto sistema de vida basado en la obediencia. La vida cotidiana se hace diáfana, el dolor y el placer adquieren otra dimensión, la solidaridad está a flor de piel y hasta el más tímido y humilde canta y se esmera en hacer un buen discurso sobre el tema dado por el Obispo. Todos quieren servir.
Pero, como siempre sucede, el ego obnubilado por el convencimiento de que esta es la única religión verdadera, y que debe testimoniarlo el primer domingo de cada mes, se rebela, cuestiona que no avanza, que ya ocupó todos los cargos, quiere corregir al sucesor, quiere hacer avanzar más a la iglesia, en fin, que algo le falta a él, más que a la propia iglesia.
Y se separa, ¿por voluntad propia o por la sacudida de un arquetipo? ¿Se desprendió desde una ola del inconsciente colectivo? Y cuestiona primero el uso del diezmo, luego la casi nula libertad de expresión, del libre conocimiento e interpretación de la Biblia, y finalmente el tabú de los orígenes del profeta y fundador de la iglesia, José Smith. Y “cae” en su propia investigación libre de ataduras, para luego vislumbrar que se ha liberado y que todo fue una experiencia enriquecedora.
Sí, esta institución religiosa me ha dejado hasta hoy perplejo y siempre una interpretación será subjetiva: a pesar de su dogmatismo no deja de acercarse a un sistema de vida ideal.
Carlos Adam