5.- En busca de la Palabra Perdida: un ejemplo de investigación
teórica pre-operativa.
Cuando se observa el lugar central que prácticamente todas las
tradiciones sagradas otorgan a la transmisión y a la pronunciación
ritual de ciertas palabras, como en el caso, por ejemplo, del dikr en
el esoterismo islámico o del mantra en el Hinduismo, comienza a
vislumbrarse la posibilidad de que cierta clase de símbolos verbales
existentes en la Masonería, denominados palabras sagradas, representen
un papel semejante a aquéllos. En efecto, en la Masonería, como
tradición sagrada que es, existen diversas clases de símbolos que por
su naturaleza pueden compararse, análogamente, con otros
pertenecientes a las demás formas tradicionales. Si tomamos como marco
de referencia, siguiendo a René Guénon, la terminología propia de la
tradición hindú[61], todo el simbolismo puede deslindarse en tres
clases principales: yantras, mantras y mudras. Los yantras son todos
aquellos símbolos de carácter visual o gráfico, los mantras son
símbolos verbales y los mudras símbolos gestuales[62].
Centrándonos particularmente en los símbolos de carácter verbal, tanto
el dikr islámico como el mantra hindú son técnicas iniciáticas de
concentración e invocación que se proponen despertar en el iniciado de
esas tradiciones su capacidad latente para penetrar el Misterio, es
decir, para acceder al verdadero Conocimiento integral. Ni que decir
tiene que lo invocado no son palabras cualesquiera sino que son
Nombres Divinos que representan otros tantos aspectos o niveles de
manifestación del Principio Supremo; dichos nombres, como símbolos
sagrados que son, sólo tienen validez real en el marco de una
transmisión iniciática regular, fuera de la cual su invocación no
tiene sentido alguno e incluso puede conducir, en el peor de los
casos, a las más groseras desviaciones. Otro punto importante a tener
en cuenta es la lengua sagrada en la que dichas palabras son escritas
y pronunciadas. En los casos citados estas lenguas son,
respectivamente, el árabe y el sánscrito. En el caso de la tradición
Judeocristiana, de cuya corriente ha bebido la Masonería
esencialmente, aunque no de forma exclusiva, su lengua sagrada es el
hebreo. La característica principal de esta clase de lenguas es que
han permanecido prácticamente invariables desde el momento en que sus
formas tradicionales correspondientes fueron establecidas y no se han
visto sometidas, salvo las adaptaciones necesarias que hayan podido
tener lugar por parte de la autoridad espiritual correspondiente, a
cambios fundamentales ni en su ortografía ni en su pronunciación. Se
podría decir, de hecho, que dichas lenguas son consustanciales con sus
correspondientes formas tradicionales, es decir, que éstas no podrían
entenderse sin aquéllas y viceversa.
A nuestro juicio, las palabras sagradas pertenecientes a cada grado
masónico[63] representan sintéticamente toda su enseñanza de un modo
germinal y, en ese sentido, el iniciado debería trabajar con ellas
especialmente para llegar a desplegar en sí mismo el conocimiento
específico al que le da virtualmente acceso su grado. En particular,
entendemos que debió existir, por lo menos hasta la época de la
Masonería operativa medieval, toda una técnica iniciática de
invocación ritual propiamente masónica la cual, hoy por hoy, ha
quedado relegada al olvido pero que, no obstante, siempre puede ser
restituida a fin de transformar en efectiva la que ahora no es más que
una iniciación virtual; y esta posibilidad que acabamos de señalar
abre un vasto campo de investigación que atañe esencialmente a todos
aquellos interesados y capacitados para emprender una revivificación
espiritual de Occidente, y en primer lugar, claro está, a los propios
masones.
Según nuestra opinión, una de las herramientas básicas para comenzar
un trabajo serio de restitución, en la medida de lo posible, de las
técnicas operativas propias de la antigua Masonería, radica en los
estudios que René Guénon le ha dedicado a lo largo de toda su obra y,
particularmente, en los dos volúmenes de sus Études sur la Franc-
Maçonnerie et le Compagnonnage[64]. En un largo artículo perteneciente
a esta última obra, titulado Parole perdue et mots substitués[65],
Guénon da cuenta de toda una serie de aclaraciones sobre un tema tan
importante para la tradición masónica como es el de la palabra
perdida. Transcribiremos y comentaremos una serie de citas
entresacadas del mencionado artículo que tienen muchísimo que ver con
el tema de nuestro estudio.
Guénon empieza recordándonos que:
«en casi todas las tradiciones se hace alusión a una cosa perdida o
desaparecida... [y que esta pérdida está en relación con] la oscuridad
espiritual sobrevenida, en virtud de leyes cíclicas, a lo largo de la
historia de la humanidad. Se trata, pues, de la pérdida del estado
primordial y, como consecuencia directa, de su tradición
correspondiente, ya que esta tradición es ‘una’ con el conocimiento
que está esencialmente implicado en la posesión de ese estado»
Ese proceso de oscurecimiento intelectual no ha ocurrido súbitamente,
sino que ha ido sucediendo de forma gradual, a partir de la pérdida
del estado primordial:
«De forma general, [sigue diciendo Guénon], toda tradición tiene
normalmente como medio de expresión una cierta lengua que recibe, por
eso mismo, el carácter de lengua sagrada. Si esa tradición desaparece,
es natural que la correspondiente lengua sagrada se pierda al mismo
tiempo... Así debió ocurrir en principio con la lengua primitiva en la
que se expresaba la tradición primordial y por eso se encuentran, en
las narraciones tradicionales, numerosas alusiones a este lenguaje
primigenio y a su pérdida»
Recordemos, a este respecto, el relato bíblico de la construcción de
la Torre de Babel y la posterior confusión de lenguas, en Génesis, XI,
1-9.
«En ciertos casos [continúa Guénon], en lugar de la pérdida de una
lengua, se habla únicamente de la de una palabra, como puede ser un
nombre divino, característico de una cierta tradición, el cual la
representa de alguna forma sintéticamente»
Ese es el caso concreto, por ejemplo, de la pérdida de la
pronunciación correcta del tetragramma hebraico יהוה (yod, he, vav,
he; recuérdese que la lengua hebrea se escribe y se lee de derecha a
izquierda).
La labor fundamental que corresponde al orden propiamente esotérico o
iniciático de una tradición es precisamente:
«la búsqueda de esta cosa perdida o, como decían en la Edad Media, su
"conquista"[66]. Y esto se comprende con facilidad puesto que la
iniciación en su primera parte -la que corresponde a los misterios
menores- tiene por finalidad esencial la restauración del estado
primordial»
Este proceso de recuperación del estado primordial debe realizarse
también en diversas etapas, que se corresponden con los distintos
grados de iniciación. Recordemos, así mismo, que el campo de
aplicación de la iniciación masónica es precisamente el de los
misterios menores. A nuestro entender, pues, las palabras sagradas de
los distintos grados masónicos son términos sustitutivos de la palabra
perdida que la Masonería pretende recuperar. Guénon lo afirma así
explícitamente respecto a la palabra sagrada perteneciente al tercer
grado, es decir, al de Maestro. Parece claro que el secreto masónico,
sobre el que tantas especulaciones sin fundamento se han hecho en
otros tiempos de aciago recuerdo, se identifica con la palabra perdida
que, a su vez, como hemos visto, simboliza al estado primordial propio
del hombre verdadero y culminación de los misterios menores. De manera
que su recuperación debe pasar necesariamente por un trabajo
iniciático previo con los términos que en cada grado la sustituyen. De
otro modo, éstos no tendrían más que un valor puramente decorativo y
superfluo, cosa que en una organización iniciática regular carece
completamente de sentido, puesto que cada elemento simbólico se ofrece
al iniciado para conducirle a su realización espiritual efectiva.
Hacia el final del artículo de Guénon que venimos comentando, se nos
proporciona un dato que creemos que termina de avalar nuestra tesis de
que debió existir una técnica invocatoria propia de las palabras
sagradas de cada grado masónico o, al menos, de la del grado de
Maestro. En una nota a pie de página nos dice textualmente que:
«en los antiguos ‘catecismos’ masónicos, la lengua está representada
como la ‘llave del corazón’. La relación entre el corazón y la lengua
representa el simbolismo del ‘Pensamiento’ y la ‘Palabra’; es decir
que, según su significado cabalístico, ambos términos son los aspectos
interior y exterior del Verbo»
En definitiva, pues, si recordamos que la intuición intelectual (el
nous de los antiguos griegos y del hermetismo), que es la única
facultad capaz de dar acceso a la Gnosis (esto es, al conocimiento
directo de la realidad, sin ningún tipo de intermediación), reside en
el corazón o centro esencial del ser, se deduce de la antigua
enseñanza masónica aludida por Guénon, que esta intuición puede ser
recobrada a través de la lengua, es decir, a través de una invocación
sonora correctamente realizada, que sitúe al iniciado en resonancia
efectiva con el Verbo divino. La forma concreta en que esto pueda
realizarse entra dentro de la labor de investigación y restitución que
nosotros proponemos, y nos parece claro que los antiguos masones
operativos debieron poseer una técnica ritual específica que puede ser
recuperada, al menos en principio. Puesto que la Masonería es una
forma iniciática fundamentada en el trabajo colectivo, nos parece que
dicha técnica invocatoria debía estar concebida para ser ritualizada
colectivamente, es decir, en la Logia, sin menoscabo de que pudieran
existir también diferentes modalidades de tipo individual que cada
masón pudiese utilizar particularmente.
Ahora bien, como ya señalamos antes, esta palabra perdida es un
símbolo de otra cosa, se refiere a algo que no es un simple término,
sino que más bien designa un estado del ser. Luego de lo que se trata
es de des-cubrir ese estado y de establecerse en él sólidamente, de
recuperarlo puesto que se ha perdido. Y si se ha perdido es porque
antes ya preexistía o, de hecho, por que el iniciado ya lo posee “en
potencia”, de forma latente, pero no “en acto”, y por eso aún no puede
disponer y gozar de él. Todas las tradiciones sagradas conocen dicho
estado y lo denominan de distintas maneras; en el Budismo, por
ejemplo, y también en el Hinduismo, se denomina Tierra Pura. Los
musulmanes, los hebreos y los cristianos lo llaman con el mismo
nombre: Paraíso, la auténtica morada del hombre verdadero. En él no
hay dolor ni muerte y los árboles regalan sus frutos los doce meses
del año, puesto que todo es perennidad y plenitud de vida y el hombre
puede gozar con fruición de la riqueza que la Madre Naturaleza le
ofrece gratuitamente y no sólo eso sino que, además, goza así mismo de
la amistad y la compañía directa y continua del Creador.
Evidentemente, todo ese conjunto de imágenes simbólicas se refiere a
ese estado que todo iniciado, y particularmente el masón, conoce al
menos virtualmente y que, sin duda, puede recobrar de forma efectiva
si es capaz de encontrar la disposición interior necesaria ayudado por
los medios simbólicos que tiene a su alcance. En el fuero interno de
cada hombre, sin excepción, existe una luz, una verdad, una semilla de
realidad que quiere crecer, desarrollarse y vivir en esa Tierra Pura,
porque sabe perfectamente que ése es su sitio. Y siendo eso así, sólo
se le pide que la reconozca y la deje crecer, como nos enseña la
Parábola del sembrador: “el Reino de los Cielos es como una semilla
que cayó en buena tierra y dio sus frutos”.
Volviendo al tema central de nuestro artículo, esa palabra perdida que
el Maestro masón debe recuperar tiene muchísimo que ver con la palabra
sagrada que es propia de dicho grado y que “sustituye” a la que se ha
perdido, como René Guénon señala específicamente por dos veces en
otras tantas partes de su obra. En primer lugar, dentro de su ya
citado artículo Palabra perdida y términos sustitutivos, donde nos
dice que:
«... esta ‘palabra sustitutiva’ es de una clase muy particular: ha
sido deformada de muchas maneras diferentes, hasta el punto de llegar
a ser irreconocible, y se le dan diversas interpretaciones... pero
ninguna puede justificarse mediante la etimología hebrea. Ahora bien,
si se restituye la forma correcta de esta palabra, se percibe que su
sentido es completamente distinto a los que le son atribuidos: esta
palabra, en realidad, es una pregunta, y la respuesta a esta pregunta
sería la verdadera ‘palabra sagrada’ o la misma ‘palabra perdida’, es
decir, el verdadero nombre del Gran Arquitecto del Universo [67]»
y añade en una nota:
«... [estas deformaciones] han tenido por efecto disimular
completamente lo que se puede considerar como el punto más esencial
del grado de Maestro, convirtiéndolo así en una especie de enigma sin
ninguna solución aparente»
Por otra parte, Guénon acaba una reseña de cierto libro sobre
Masonería diciendo lo siguiente[68]:
«... no es el nombre de un individuo cualquiera, aunque fuese el de un
‘gran hombre’, el que responderá válidamente a la pregunta planteada
por una ‘palabra’ que ha sido deformada de muy diversas maneras,
pregunta que, además, curiosamente, se lee en árabe aún más claramente
que en hebreo: ¿Mâ el-Bannâ?».
En efecto, cabe recordar que las palabras sagradas de cada grado
masónico son hebreas y, como veremos, el estudio del hebreo es
fundamental a la hora de restituir a la palabra del Maestro su forma
correcta y su verdadero significado. Guénon no aclara cuál es dicha
palabra, sin embargo, es posible consultar alguna obra masónica, cuyo
carácter no es reservado puesto que ha sido publicada y puesta al
alcance de todo el mundo, que sí la recoge explícitamente.
En efecto, el Dictionnaire des Hébraismes du Rite Ecossais Ancien et
Accepté, cuyo autor es Michel Saint-Gall [69] nos remite al término Ma-
Haboneh del que nos dice, entre otras cosas, que se compone
«de Ma, del artículo Ha y de Boneh, ‘arquitecto, constructor’. Sin
ninguna duda se trata de la forma más antigua y la única correcta del
término. Esta palabra procede del Compagnonnage y, siendo correcta en
hebreo, aparece desde 1760 en ‘Los tres golpes distintos’» [70]
Según esta fuente, pues, parece que la expresión correcta de la
palabra sagrada del grado de Maestro sería Ma-haboneh, la cual,
además, se corresponde perfectamente con la expresión árabe dada por
Guénon [71]. Así mismo, resulta que esta expresión es una frase
interrogativa que significa: “¿Quién es el arquitecto (o el
constructor)?”.
Por otra parte, encontramos en una revista francesa de filiación
masónica, denominada La Règle d’Abraham, un artículo de Charles-André
Gilis que estudia la expresión árabe Mâ el-Bannâ [72], señalada por
Guénon anteriormente. Según este autor, que es musulmán y se basa en
la tradición coránica, dicha frase puede significar dos cosas: “¿quién
es el Arquitecto (por excelencia)?” o también “¿qué es el (Gran)
Arquitecto?, ¿cuál es la naturaleza de su función?”. De hecho, los dos
aspectos de la pregunta pueden sintetizarse en una sola frase: “¿Quién
posee (verdaderamente) la cualificación de Gran Arquitecto?”; el autor
añade, además, que “la respuesta está completamente comprendida en la
pregunta” y que “el vocablo árabe al-Bannâ sirve para designar la
función de Gran Arquitecto” de manera inequívoca.
No obstante, lo que a nosotros nos interesa no es la forma árabe sino
la expresión hebrea y lo que realmente significa. A nuestro entender
existen motivos suficientes para sostener que la fórmula Ma-haboneh
tampoco es exacta. Para explicarlos, será necesario acudir de nuevo a
ciertas consideraciones técnicas de la lengua hebrea.
Para formular correctamente en hebreo la pregunta “¿Quién es el
Constructor?” habría que decir Mi-haboneh (מי הבונה) y no Ma-haboneh
(מה הבונה) Tal sustitución, aparte de que sea la más correcta
gramaticalmente hablando, se puede fundamentar con otro argumento de
carácter doctrinal. Uno de los pilares fundamentales de la literatura
tradicional hebrea es un libro escrito en España en el siglo XII
conocido como Séfer ha-Zohar, literalmente “El libro del
Esplendor”[73]. En este monumental libro se transcribe por primera vez
una importantísima parte de la tradición oral rabínica, concretamente
la que hace referencia a la interpretación esotérica de la Torah o Ley
revelada a Moisés directamente por Dios en el Sinaí. Nada más empezar,
se recoge en su prólogo toda una larguísima disquisición sobre una
cuestión doctrinal que atañe directamente al asunto que nos ocupa:
precisamente se refiere a la diferencia de niveles entre el Mi (מי,
¿quién?) y el Mah (מה, ¿qué?).
Al Principio Supremo, creador de todas las cosas, incognoscible,
inasible y supra-celeste, pero que, sin embargo, estamos abocados a
buscar, se le denomina Mi (¿quién?), mientras que a su aspecto
manifestado y cognoscible mediante indagación humana, se le denomina
Mah (¿qué?), como atestigua la siguiente cita:
«Esa extremidad del cielo se llama Mi, pero hay otra extremidad más
abajo, que es llamada Mah (¿qué?). La diferencia entre las dos es que
la primera es el asunto real de la indagación, pero después de que un
hombre, por medio de la indagación y la reflexión, ha alcanzado el
límite extremo del conocimiento, se detiene en Mah (¿qué?)»[74].
Aparentemente, según esto, la pregunta que nos ocupa no podría sino
empezar por Mah, puesto que este aspecto divino es el límite del
conocimiento humano. Ahora bien, un poco más adelante encontramos otro
fragmento [75] que hace referencia al relato bíblico de la Creación.
En él, el Elohim de Arriba, que es el que crea los Cielos y la Tierra
en el primer versículo del Génesis, es identificado con la Madre que
“presta sus vestiduras y sus joyas a la Hija”, es decir, que el Zohar
identifica la función de Arquitecto divino con el aspecto femenino del
Principio, en tanto que voluntad productora y particularizante de
éste. No obstante, es la Hija, es decir, la presencia divina en la
Creación [76], la que recibe las vestiduras y las joyas que la Madre
le presta, y cuando eso ocurre, aparece “como un hombre ante los
hombres de Israel”. En ese momento la letra Hé (ה) de la partícula
interrogativa Mah (מה) es reemplazada por una yod (י), “lo que da Mi
(מי, ¿quién?)”. Si nos basamos en este fragmento del Zohar, podemos
entender que los hombres deben preguntar Mi-haboneh (מי הבונה) para
saber quién es el Arquitecto que ha construido el Universo y ésta es,
precisamente, nuestra hipótesis.
Señalemos, para terminar, que tal y como sostenía Gilis en su artículo
citado, la respuesta se halla implícita en la pregunta. Efectivamente,
la expresión Mi-haboneh ( מי הבונה) contiene implícito el Nombre
divino tetragrammático (יהוה), de forma extremadamente significativa
( מ י ה ב ו נ ה), y no creemos que este hecho sea en absoluto casual,
mientras que la fórmula Mah-haboneh no contiene ninguna palabra hebrea
que pudiera servir como respuesta plausible a la pregunta. Por otra
parte, transponiendo las letras de la expresión Mi-haboneh se obtiene
una respuesta coherente a la pregunta “¿Quién es el Constructor?”
mediante la expresión Nob MiYHVH (נב מיהוה, que se pronuncia Nob
MiAdonai [77] puesto que los judíos leen el Tetragramma impronunciable
como Adonai, “mi Señor”) cuyo significado es “(el que) germina de
Adonai” o “(el que) brota de Adonai”[78]; además el término Nob
también significa, en sentido figurado, “pronunciar”, “hablar”, luego
se referiría a “la palabra (que sale) de (la boca de) Adonai” e
implícitamente al que la pronuncia[79].
Desde una lectura cristiana, parece claro que la respuesta a la
pregunta se refiere de forma evidente a la naturaleza del Cristo
Arquitecto que tantas miniaturas medievales representan, con un compás
en sus manos, trazando los límites del mundo[80]. En el Prólogo del
Evangelio de San Juan, se identifica a Cristo con el Logos de Dios,
esto es, con su Verbo o con su Palabra; por otro lado, el término
“arquitecto” está formado por dos vocablos griegos: Arché y Tektón que
significan, respectivamente, “Principio” y “Constructor”, de modo que
“Cristo Arquitecto” se podría traducir por “Verbo o Palabra Creadora
del Principio”[81] la cual es, precisamente, la palabra perdida que ha
sido olvidada y se debe reencontrar. Esta Palabra es proferida a
través del Hálito de Dios, el mismo que fue insuflado en las narices
de Adán cuando fue formado de una arcilla roja tomada de la Tierra
paradisíaca, tal como relata el Génesis.
Este Adán, vivificado por el aliento que porta la Palabra divina, no
conoció la muerte hasta que fue expulsado del Paraíso. Pero una vez
fuera de él murió, y sólo perdura a través de la semilla adámica que
todo hombre porta dentro de sí. Esa semilla es la que puede ser
resucitada, o redimida, recobrando la palabra perdida y el hálito de
Dios que permite pronunciarla. Esto es lo que representa la
resurrección del Maestro Hiram[82]: él será el Adán primordial
resucitado cuando el Maestro masón realice su grado de forma efectiva
y no sólo virtualmente como sucede hasta ahora[83]. El Adán primordial
es el hombre verdadero, el Señor del Paraíso, y tiene como principal
prerrogativa el poder de dar nombre a toda criatura viviente. Dar
nombre a algo significa, de hecho, darle una forma distintiva,
asignarle un límite concreto y otorgarle sus justas proporciones. Esa
es, en definitiva, la función por antonomasia del Geómetra[84].
A nuestro juicio, pues, la expresión Mi haboneh, indica claramente que
la plenitud del grado de Maestro masón es llegar a una identificación
efectiva con el Cristo Arquitecto, es decir, con la palabra que brota
de Adonai y construye el Cosmos, la cual permanece replegada en el
corazón del iniciado esperando ser rescatada de su estado de letargo.
Evidentemente, con esa fórmula no se recobraría directamente la
palabra perdida, sino que en todo caso se restauraría un símbolo
susceptible de llevar a su encuentro: la palabra sustitutiva correcta
y su verdadero significado, lo cual no nos parece en absoluto
despreciable, sobre todo si consideramos sus implicaciones desde el
punto de vista de la labor de enderezamiento tradicional preconizada
por la obra de Guénon. Subsiguientemente, convendría restaurar esa
palabra sustitutiva ritualmente, es decir, llegar a conocer cómo
imbricarla debidamente en el conjunto ritual de la Masonería, dándole
el uso invocatorio que vislumbrábamos al principio como posible, o
cualquier otro que fuese correcto e idóneo para la función que dicho
símbolo debe cumplir, con lo cual se encontraría posiblemente otra
clave que permitiese avanzar un poco más de cara a recuperar el estado
operativo que conviene a la tradición masónica por su propia
naturaleza, con el consiguiente beneficio para toda la tradición
occidental en su conjunto.
(
En busca de la Masonería perdida. Posibles vías para una restauración
operativa; por Joaquín Bosch
Artículo publicado en “Masonería. La Quinta Ciencia”, Monográfico nº 2
de la Revista Letra y Espíritu, Asociación Cultural Meru, Barcelona,
2007.)