Prisión y muerte de los caudillos insurgentes
Domingo, 19 de Septiembre de 2010 00:00
Escrito por VÍCTOR OROZCO* El 23 de abril de 1811, llegaron a la villa
de Chihuahua los presos insurgentes encabezados por Ignacio Allende y
Miguel Hidalgo. Allí los esperaba un duro decreto del comandante de
las Provincias Internas Nemesio Salcedo, promulgado en prevención dos
días antes y dirigido “A todos los vecinos estantes y habitantes en
esta Villa de San Felipe de Chihuahua, de cualquier estado, calidad y
condición que sean… de un momento a otro vais a ver en medio de
vosotros como reo, al mismo que acaso temisteis como Tirano feroz,
rodeado de ladrones y forajidos destrozando nuestros bienes, saqueando
y profanando nuestros templos, atropellando la honestidad de nuestras
esposas y de nuestras hijas, armando al padre contra el hijo, al hijo
contra el padre, al marido contra la mujer, a la mujer contra el
marido, al vasallo contra el vasallo, rompiendo los vínculos sagrados
que nos unen a Dios, al Rey y a la Patria, trastornando, en fin, y
confundiendo todo el orden social, todo lo divino y lo humano” Cuando
pasó la collera de prisioneros, los vecinos pudieron contemplar al
monstruo pintado por las autoridades virreinales. A todos se les
confinó en las celdas preparadas y se inició la instauración del
proceso penal.
La causa penal que se instruyó a los insurgentes estuvo a cargo de
militares y oficiales subordinados al Comandante de las Provincias
Internas. Obviamente no eran jueces que pudiesen obrar con un mínimo
de imparcialidad o al menos, tratar de indagar o profundizar sobre las
verdaderas causas de la insurrección de 1810, lo que hubiera sido
provechoso para todos, en especial para la historia. ¡Busco jueces y
sólo encuentro acusadores!, dice un antiguo reclamo de los reos
políticos, que aquí cae como anillo al dedo. Como todos los
enjuiciadores de guerra o en procesos políticos, habían dictado la
sentencia de antemano y el proceso sólo tenía como objeto revestir a
la previa condena a muerte, con un velo de formalismo. Quien primero
publicó los documentos de la causa fue el biógrafo de los caudillos
Carlos María de Bustamante, que empezó a publicar sus Cartas, que
luego formarían el Cuadro Histórico de la Revolución Mexicana según
asentó, para dotar a los mexicanos de un sentido de seguridad e
identidad, frente a los amagos de una reconquista por España. Y de
cierto, el comportamiento de Hidalgo frente a sus jueces, no desmerece
a la figura que una década después se tendría como padre de la patria.
No negó los cargos, aceptó ser el autor de la convocatoria a la
insurrección y asumió toda la responsabilidad por ello. Sólo rechazó
que hubiera fungido como sacerdote después de iniciada la
insurrección.
Sin embargo, más tarde corrió la versión de que se había retractado y
arrepentido de todos sus dichos y actos. Según ésta, el cura de
Dolores habría pedido perdón desde el Rey para abajo a todo mundo,
incluyendo al Santo Tribunal de la Inquisición del que en otro momento
se había burlado y habría renegado de la causa revolucionaria.
Bustamante, desechó dicha “retractación” como una impostura montada
por las autoridades españolas, en un momento en que la insurrección no
obstante el descalabro sufrido, cobraba un nuevo auge. El asunto no se
volvió a retomar hasta años después, en 1849, por Lucas Alamán, en el
primer tomo de su Historia de México, dentro de su propuesta general
para eliminar la conmemoración del 16 de septiembre como fecha de
inicio de la independencia y acabar con la idea de fundar los títulos
de la nación en el movimiento revolucionario comenzado en 1810, para
fincarlos en el operativo eclesiástico-militar encabezado por Agustín
de Iturbide en 1821. Alamán, que distinguió su obra en múltiples
pasajes por la invectiva contra Hidalgo, sobre todo, da por sentado
que Bustamante defiende gratuitamente, esto es, sin bases, la figura
del caudillo insurgente y en consecuencia tiene por auténtica la
retractación. Sin embargo, en una nota de pié, reconoce sus límites,
pues indica que: “Todas estas dudas (sobre la autenticidad de la
retractación) podrían haberse resuelto haciendo venir al archivo
general, como se debía haber hecho, todas las causas originales de la
comandancia general de las provincias internas, que deben estar en
Chihuahua”. Y es que el documento que el historiador guanajuatense
tuvo a la vista (y que reprodujo en su libro) fue el publicado por la
Gaceta del Gobierno, esto es, no conoció el original.
Francisco Bulnes, en vísperas de la revolución de 1910, volvió sobre
la vieja polémica entre los historiadores liberales y conservadores,
acerca del presunto arrepentimiento de Hidalgo y aunque ingeniero
minero de profesión, como buen “científico” sometió el documento que
contenía el dicho de Hidalgo y la firma del mismo al rigor de un
análisis jurídico, concluyendo que no podía otorgárseles ninguna
credibilidad, tanto por la incongruencia con el resto del material que
formó la causa, por las dudas que despertó en las propias autoridades
españolas que no se atrevieron en los años sucesivos a 1811 a postular
la veracidad de la dicha retractación, como por la firma, apócrifa,
según él, que calzaba el texto. . Un documento similar supuestamente
firmó Ignacio Aldama el 18 de junio de 1811 en la víspera de ser
fusilado en Monclova. Por el estilo semejante de ambos, puede
inferirse que fueron inducidos por las autoridades españolas. Leyendo
los documentos del expediente es cierto que salta a la vista la
diferencia entre el lenguaje y términos empleados en las declaraciones
del cura de Dolores y los usados en el presunto documento de
retractación. Esto me lleva a concluir que en efecto, ésta es una
falacia.
El 27 de julio, tres días antes de su ejecución, Miguel Hidalgo fue
despojado de su carácter de sacerdote por sentencia que pronunció D.
Francisco Fernández Valentín, Canónigo de la Iglesia Catedral de
Durango y comisionado por el obispo de aquella residencia D. Francisco
Javier de Olivares. De esta manera, de conformidad con los cánones
eclesiásticos, perdía su inmunidad o fuero que le confería su calidad
de ministro de la iglesia católica. Culminaba así la disputa entre el
cura de Dolores y la jerarquía eclesiástica, que planteó desde el 24
de septiembre una semana después del grito de la independencia, el
culto Manuel Abad y Queipo obispo designado de Michoacán, al que
pertenecía entonces el curato donde ejercía Hidalgo, cuando pronunció
el decreto de excomunión.
Tanto en el decreto de excomunión como en la sentencia de degradación,
la jerarquía hizo uso de toda la fuerza moral, política y religiosa de
que disponía para denostar y condenar la persona del caudillo de la
independencia. También de toda la fuerza del lenguaje, que el
castellano es pródigo cuando se trata de suministrar palabras para
remarcar y enfatizar, de manera tal que nadie las olvide. He aquí una
porción de la sentencia de degradación: “Miguel Hidalgo y Costilla,
cura de la congregación de Dolores en el Obispado de Michoacán, cabeza
principal de la insurrección que comenzó en el sobredicho pueblo el 16
de septiembre del año próximo pasado, causando un trastorno general en
todo este reino, a que se siguieron innumerables muertes, robos,
rapiñas, sacrilegios, persecuciones, la cesación y entorpecimiento de
la agricultura, comercio, minería, industria y todas las artes y
oficios, con otros infinitos males contra Dios, contra el Rey, contra
la Patria, y contra los particulares y hallando al mencionado D.
Miguel Hidalgo evidentemente convicto y confeso …cuyos crímenes son
grandes, damnables, perjudiciales, y tan enormes y en alto grado
atroces, que de ellos resulta ofendida gravísimamente la Majestad
divina, sino trastornado el orden social, conmovidas muchas ciudades y
pueblos con escándalo y detrimento universal de la Iglesia y la
Nación, haciéndose por lo mismo indigno de todo beneficio y oficio
eclesiástico.” Pronunciada la sentencia fue vestido con todos sus
ornatos de sacerdote y luego desnudado de ellos uno a uno.
En el curso de los siguientes años, no cesaron las condenas de la
iglesia a las insurrecciones independentistas en todas las colonias
americanas. El obispo de Valladolid Don Manuel Abad y Queipo fue, en
la Nueva España uno de los más prolíficos en la producción de
pastorales orientadas a frenar a la insurgencia. No dejó de ser por
ello un liberal dentro de las filas eclesiásticas, tanto que acabó sus
días en una prisión española, a donde lo condujeron los recalcitrantes
partidarios del viejo orden. Mal pagó sus servicios al eminente
prelado el amadísimo Fernando VII.
El 30 de julio de 1811 se fusiló, el último, a Miguel Hidalgo, cuya
causa había ocupado el centro del proceso contra los insurgentes. El
documento final contiene la diligencia de ejecución de la sentencia de
muerte. Dice que puesto de rodillas, le fue notificado el auto de
ejecución por Ángel Avella y enseguida, “...se le estrajo de la
capilla del real hospital en donde se hallaba y conducido en nueva
custodia al patio interior del mismo, fue pasado por las armas en la
forma ordinaria a las siete de la mañana de este día, sacándose su
cadáver a la plaza inmediata en la que colocado en tablado a
propósito, estuvo de manifiesto al público, todo conforme a la
referida sentencia y habiéndose separado la cabeza del cuerpo en
virtud de orden verbal del expresado superior Jefe; se dio después
sepultura a su cadáver, por la Santa y Venerable Hermandad de la orden
de penitencia de nuestro seráfico Padre San Francisco, en la capilla
de San Antonio del propio convento.”
Sirvió como paredón uno de los muros del que fue el patio del antiguo
colegio que habían fundado los jesuitas y que después de la expulsión
de esta orden de todos los dominios españoles en 1767, fue convertido
en hospital. Desde el seis de mayo de 1811, el comandante realista
Félix Calleja, había ordenado al mariscal Bernardo Bonavia una pronta
ejecución, en el caso de que no pudiese remitir a Hidalgo y tuviese
que juzgarlo, “…pues no conviene que esta clase de reos exista mucho
tiempo, sin imponerles la pena correspondiente a sus delitos, pues
entretanto subsisten las vanas esperanzas de la plebe y trabaja la
seducción para burlar nuestras precauciones, por lo que, ...espero que
la ejecución sea pronta y que me remita su cabeza para fijarla en los
parajes donde nació la insurrección.”
El 27 de mayo, sabiendo ya que los reos se encontraban en Chihuahua
reiteró a Nemesio Salcedo, desde Aguascalientes, la necesidad de una
rápida ejecución y la petición de las cabezas, ya no sólo la de
Hidalgo, sino de todos los principales jefes. Las testas de Miguel
Hidalgo, Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Jiménez, fueron así
clavadas en picas y colocadas una en cada esquina de la Alhóndiga de
Granaditas. Duraron allí hasta 1821 en que el comandante realista de
Guanajuato, Anastasio Bustamante que abrazó el Plan de Iguala ordenó
su retiro y el fin del macabro y amedrentador espectáculo.
El procedimiento cobró adeptos entre las autoridades españolas, pues
en mayo de 1812, la sentencia que en Guadalajara le fue impuesta a
José Antonio Torres estableció: “Se declara al mencionado José Antonio
Torres, traidor al rey y a la patria, reo confeso en casi todas las
sentadas atrocidades, condenándolo en consecuencia a ser arrastrado
ahorcado y descuartizado, con confiscación de todos sus bienes, y que
manteniéndose el cadáver en el patíbulo hasta las cinco de la tarde,
se baje a esta hora; y conducido a la plaza nueva de Venegas se le
corte la cabeza y se fije en el centro de ella sobre un palo alto, y
descuartizándose allí mismo el cuerpo, y remitiéndose el cuarto del
brazo derecho al pueblo de Zacoalco en donde se fijará sobre un madero
elevado; otro en la horca de la garita de Mexicalzingo de esta ciudad,
por donde entró a invadirla; Y otro en la de El Carmen salida al rumbo
de Tepic y San Blas; y otro en la del bajío de San Pedro que lo es
para el Puente de Calderón”.
Por barbarie no quedaba, tal era la usada para castigar a las brujas,
herejes, rebeldes, apóstatas, enemigos o subyugados y contra sus
hijos, padres o hermanos durante siglos. Sorprenden las grandes
cantidades de maligno talento consumido y recreado en la búsqueda de
los tormentos más capaces de causar dolor y servir de ejemplos
aterrorizantes.
El fusilamiento de Hidalgo fue recordado y recreado para el público
nada menos que por Pedro Armendáriz el oficial que comandó el pelotón
una década después. El 22 de febrero de 1822, se publicó en La Abeja
Poblana una larga carta que envió desde Santa Fe de Nuevo México, en
la que manifestaba la entereza con la que se condujo Hidalgo ante los
soldados y como tuvieron que hacerle varios disparos a quemarropa
porque se resistía a morir, ya que no atinaban a herirle órganos
vitales.
Queriendo erradicar para siempre el recuerdo del cura rebelde el
Tribunal de la Santa Inquisición prohibió que circulasen retratos o
imágenes de este personaje, configurando su posesión un delito. En
1815, Morelos fue condenado entre otros crímenes, por tener en su
poder un retrato de Hidalgo. En la disputa por la conquista de la
conciencia popular, los obispos no se ahorraron ningún instrumento
para evitar que cundieran los ejemplos de los insurgentes, acudiendo
al fanatismo extremo que padecía la población y a toda clase de
fantasías para intensificar el pavor hacia el cambio propiciado por la
insurgencia. Con el lenguaje sardónico que le caracterizó, Fernández
de Lizardi, El Pensador Mexicano narra que:
“Cuando el esclarecido Hidalgo proclamó nuestra independencia, estaba
la América sumida en la más espantosa ignorancia. Baste decir que el
Sr. Bergosa, obispo de Oajaca, auxiliado de su célebre secretario D
Casimiro de Osta publico una pastoral en que para alarmar a su
diócesis, dijo que el señor Morelos tenia cuernos y cola. ¿Que tal la
vería el señor obispo de cocida, pues se atrevió a sorprender al
infeliz pueblo con tal ridiculez? Y habría infinitos que le creyeron
porque la decía un obispo”
Miguel Hidalgo ¿Masón?
Durante mucho tiempo se ha debatido si Miguel Hidalgo estuvo afiliado
a la masonería, que de ser cierto, explicaría el odio que despertó en
las cúpulas eclesiásticas, ya que el Papa había denunciado a la
agrupación como uno de los enemigos mortales para la iglesia católica.
A lo largo del siglo XIX, la versión se alimentó de dos vertientes
antagónicas: los voceros representativos del clero daban por hecho que
el cura de Dolores había sido masón, de allí el daño que desde su
punto de vista causó a los intereses de la iglesia. En el otro
extremo, escritores liberales y masones aseguraban que Hidalgo estuvo
afiliado a la logia Arquitectura Moral, que se formó en México en
1806. En el siguiente siglo, el principal historiador eclesiástico,
Mariano Cuevas, a contrapelo de todo el pensamiento conservador,
reivindicó la figura de Hidalgo, seguramente considerando que su
posición en la cultura y en la conciencia colectiva mexicanas era ya
irreversible. Cuevas, en congruencia con su propósito de colocar a
Hidalgo como un héroe de la propia iglesia, negó enfáticamente que
fuera masón, indicando que cuando un emisario francés estableció
contacto con él, le hizo una serie de señas masónicas ante las cuales
“el buen cura” permaneció en ascuas. Investigadores especializados en
la historia de la masonería,Poner aquí la otra bibliografía asumen que
Hidalgo fue miembro de la orden y alguno señala que desde 1791 hubo
actividad masónica en la Nueva España, impulsada por Juan Esteban
Laroche, de ascendencia francesa, quien fue conocido e interlocutor de
Miguel Hidalgo y quien lo habría adherido a la logia referida. La
iniciación de Hidalgo habría tenido lugar en la logia que se instaló
en la Calle de las Ratas (después Bolívar) de la Ciudad de México, en
cuya casa número cinco se colocó una placa con la leyenda: “El Rito
Nacional Mexicano. A los ilustres caudillos de nuestra Independencia
nacional D. Miguel Hidalgo y Costilla y D. Ignacio Allende, iniciados
masónicamente en esta casa el año de 1806”. No conozco ningún
documento que acredite alguna de las dos versiones.
De bandidos a héroes
En los años inmediatamente posteriores a la consumación de la
Independencia, los caudillos insurgentes fusilados en Chihuahua, se
convirtieron en el principal símbolo nacional. Aunque también, en el
centro de una larga disputa entre los conservadores y los liberales.
Mientras que los primeros se empeñaron en bajarlos del pedestal de
héroes para arrojarlos al muladar de los bandidos y asesinos, los
segundos se aferraron a fincar en la revolución representada por estos
hombres el origen de la nación mexicana. Con el triunfo de los
republicanos, consumado en 1867, muy pocos insistieron ya en
considerar a Miguel Hidalgo y compañía como héroes vergonzantes. Sin
embargo, otros siguieron empeñados en ponerlos en el mismo plano
histórico de los clérigos y militares enemigos de la independencia,
quienes acabaron por consumarla sin desearla, tratando de esquivar las
consecuencias de la revolución española. En ausencia de otros adalides
significativos entre aquellos conspiradores y preservadores del viejo
orden, Agustín de Iturbide, jefe del ejército trigarante y el primero
que dio en el país un golpe de Estado para coronarse Emperador y luego
disolver el congreso a la fuerza, se convirtió en el héroe conservador
por excelencia.
Completar la referencia La antigua villa de San Felipe de Chihuahua,
escenario del juicio y ejecución de los jefes insurgentes, participó
así en las convulsiones del parto de la nación. Tuvo de esta manera su
emblema cívico, como un vínculo sentimental con el resto de la patria.
Los recién nominados con el gentilicio de chihuahuenses estuvieron
entre los primeros del país en rendir homenaje a los caídos en 1811.
Durante la década de 1820-30, el Congreso del Estado resolvió poner
sus nombres a varios de los principales pueblos de la entidad y así,
San José del Parral pasó a ser Hidalgo del Parral, el valle de San
Bartolomé a Villa de Allende, el presidio de San Buenaventura a Villa
de Galeana, San Jerónimo a Villa de Aldama, Poner fecha y referencia a
Ignacio Camargo Santa Rosalía a Camargo, Santa Cruz de Tapacolmes a
Villa de Rosales, el Valle de San Pablo de Tepehuanes a Villa Balleza
de Balbaneda. Fue una contribución de gran relevancia para establecer
las señas de identidad de la nueva patria de los mexicanos
*Historiador. Doctorado por la UNAM Es académico de la Universidad
Autónoma de Ciudad Juárez. Es autor, entre otras numerosas obras, de
El Estado de Chihuahua en el parto de la Nación 1810-1831, en la
Colección “Francisco R. Almada”, conmemorativa del bicentenario de la
Independencia y del centenario de la Revolución. PYV, 2007, Chihuahua,
Chih.
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