Polèmica. Biblioteca afro. CORREGIDA

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Maura Nasly Mosquera

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Sep 20, 2010, 8:50:46 AM9/20/10
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----- Mensaje reenviado ----
De: angel perea escobar <angelper...@yahoo.com.mx>


FALSOS DILEMAS
(A propòsito de un artìculo sobre la Biblioteca de literatura afrocolombiana)

Por: Angel Perea Escobar.

De cualquier modo no me parece tan novedosa la visiòn de Manuel Kalmanovitz en su artìculo titulado "La presencia de los invisibles" sobre la Biblioteca de literatura afrocolombiana, recièn presentada en pùblico.
En realidad es la misma de siempre, hecha de confusiòn y otro tanto de arrogancia que pretende hacerse pasar por rigor analìtico.

En ninguna parte de la cultura colombiana es tan fàcil fingir que uno es un crìtico serio, como cuando surge algo que tenga que ver con las llamadas "culturas subalternas". ¿Quien se ocupa de la crìtica cultural con respecto a lo afrocolombiano? ¿No està la cultura afrocolombiana abandonada a la narrativa de lo folclòrico?

Y es justo de esta ùltima postura de la que està hecha la aproximaciòn de Kalmanovitz, mientras pretende arrojar un poco de ironìa sobre el tema. No es una crìtica, es otro chiste sobre "afrocolombianos".
¿Al fin de què trata del artìculo de Kalmanovitz? Uno no sabe si es que es acerca de los mil millones que costò producir y realizar las bibliotecas afro e indìgena, y cuya estrategia de producciòn podrìa lucir mal concebida y ejecutada porque en realidad no representarìa un impacto efectivo igual al proyectado. 
O si es un alegato sobre el oportunismo de polìticos y buròcratas de la cultura, o si de verdad se preocupa por la difusiòn de un tipo de creaciòn literaria realizada por uno de los componentes sociales del paìs històricamente silenciado y oscurecido y sus problemàticos significados.

La ironìa con la que el escritor se refiere al proyecto, haciendo referencia a los kilos de peso de los volùmenes y al nùmero de pàginas impresas, la caja que los contiene y hasta las vistosas portadas que los ilustran, evidencian lo irresistible que resultò para el articulista enfrentar con gracejos un problema que èl mismo parece reconocer como complejo, y lo hace a uno caer en cuenta de inmediato que no està interesado en la hondura del tema sino quizàs en aspectos màs o menos perifèricos o tangenciales.

Esta no es una crìtica sobre las fracturas en la "cultura nacional", hechas evidentes en la ediciòn y publicaciòn, por primera vez en la historia, de un cùmulo de creadores en un lado inexplorado de la cultura colombiana, sino otro alegato sobre las costumbres e intereses que se desarrollan entre quienes ejecutan la polìtica pùblica de la cultura.

En ninguna parte del artìculo de Kalmanovitz se hace referencia a los contenidos de la biblioteca, aparte de la simple enumeraciòn de los autores incluìdos y los gèneros publicados.
Este tipo de aproximaciòn es bastante comùn en esta hora contemporànea, muchos comentaristas estàn màs interesados en la crítica polìtica referida a la cultura, que a los dilemas de la cultura en sì mismos.
Durante estos ùltimos años, una de las discusiones màs notorias en los cìrculos intelectuales y de la cultura estuvo marcado por el hecho de que por primera vez una ministra de gabinete era negra. Pero no cualquier ministra, ¡nada menos que la ministra de cultura¡ Un espacio de poder codiciado y apreciado sobre manera entre los mandarines culturales, fuente de gran prestigio e influencia entre la èlite cosmopolita del paìs.

Y de modo muy interesante, esta discusiòn se presentò de manera oblicua, jamàs se mencionaba expresamente el hecho del orìgen de la funcionaria, sino que se remarcaba su protagonismo a travès del estilo y las propuestas de su gestiòn. Sòlo basta revisar el columnismo de opiniòn cultural del paìs para constatar este hecho.

Tal vez de los ùltimos comentarios al respecto, al borde del fin del mandato de Uribe, y de modo que no es casual, los produjeron la prestigiosa columnista Marìa Jimena Duzàn y su marido, el mùsico y columnista de El Tiempo Oscar Acevedo.

Aunque unos meses antes Ernesto Mackausland habìa realizado un reportaje de televisiòn sobre Paula Moreno para el programa El Radar de Caracol, un reportaje que yo considero de los màs indignantes, puesto que buena parte de la aproximaciòn de Mackausland consistiò en indagar còmo la raza de la ministra influìa en el tipo de polìtica aplicada a su ministerio.

En el citado reportaje, Paula debiò defender y argumentar con insistencia su neutralidad, un asunto que revela de modo agudo la persistencia de la tradicional desconfianza que pesa sobre el agente pùblico afro investido de algùn poder, o simplemente, sobre el agente cultural afro en cualquier escenario.

En los artìculos de Acevedo y Duzàn, el ènfasis estuvo puesto sobre la calidad de la polìtica liderada por Paula en Mincultura, no la calidad de su desempeño, sino en la orientaciòn de la polìtica pùblica. Tanto Duzàn como Acevedo, voz de muchos en el establishment cultural colombiano, se quejaban de la orientaciòn "espectacular" de la gestiòn de Paula y su ènfasis en la cultura popular, como un modo a la vez de dirigir una crìtica a la concepciòn de la polìtica cultural de Uribe.
Este contexto explica la aproximaciòn del artìculo de Kalmanovitz en varios aspectos.

De un modo que no puede ser màs que de malèvola ingenuidad -la ingenuidad tambièn puede ser malèvola cuando quien la sufre se autosatisface en ella- Kalmanovitz ironiza sobre si acaso la publicaciòn de la Biblioteca de literatura afrocolombiana podrìa erradicar por sì misma la "invisibilidad" afro.
Aparte de que en distintas partes de su texto subraya su sarcasmo acerca de este concepto de invisibilidad, prestàndole un aire que pretende quitarle el peso que ha tenido como argumento del alegato social, cultural y polìtico afro contemporàneo.

Para Kalmanovitz, este concepto problemàtico y fundamental en la dimensión existencial afro, tanto que fue elevado a la categorìa de canon tanto literario, social y cultural por una de las obras cimeras de la literatura afroamericana, en el cual se basa su aplicaciòn descriptiva hoy, es solamente "un problema etèreo".

Y en seguida, sin rigor alguno, se lanza a intentar hacer comprender a sus lectores de què trata el asunto, basado en las argumentaciones de los presentadores de la colecciòn. Su explicaciòn resulta obvia en el contexto, solo añade dudas sobre lo que son hechos establecidos. Aunque para èl autores como Oscar Collazos, Manuel Zapata y Candelario Obeso no son "tan invisibles", estoy seguro que Kalmanovitz, como la mayorìa de colombianos, sin perjuicio de los privilegios de clase y educaciòn del mismo Kalmanovitz, no ha leìdo a esos autores.

Tanto Kalmanovitz como yo, por ejemplo, jamàs fuimos instruìdos en la educaciòn bàsica acerca de estos autores. Ambos, con algo de suerte por inserciòn dentro de un ambiente especìfico, debimos  pasar por un proceso arduo para siquiera oir hablar de ellos. Y oir hablar, no es lo mismo que conocer, por lo tanto la duda que Kalmanovitz propone queda desmantelada.

Aunque un autor como Collazos es rotundamente conocido en el mismo ambiente que Kalmanovitz habita, las preguntas implìcitas en la publicaciòn de la Biblioteca afro quedan ìntegras: ¿Què ha dicho Collazos en tèrminos literarios acerca de su condiciòn de afrocolombiano? ¿Còmo un afrocolombiano prominente es percibido en la atmòsfera cultural colombiana? ¿De què està hecha la aproximaciòn literaria de Collazos?

En el pasado, una de los trabajos màs relevantes en la exposiciòn y anàlisis de los significados de la obra de Candelario Obeso lo realizò el profesor Fals Borda ¿Cuàntos colombianos conocen esta obra?
Por mucho que Manuel Zapata Olivella sea el escritor afrocolombiano màs famoso de todos los tiempos ¿en realidad Kalmanovitz conoce su obra? ¿no habrà Kalmanovitz, en el secreto de su intimidad, descubierto algo màs significativo y magnìfico en la obra de Zapata publicada en esta colecciòn, uno de cuyos fragmentos ha utilizado para argumentar en su artìculo?
¿Que tan relevantes, agudas y vigentes son las preguntas planteadas por Zapata?

Kalmanovitz ironiza de nuevo quejàndose de que la colecciòn sòlo irìa a regiones de mayorìa afro, por lo que el intento de "visibilizaciòn" en realidad ùnicamente operarìa hacia el interior, y sugiere, ignorando de un lado uno de los propòsitos de la estrategia, que pretende difundir a estos autores allì de donde surgieron y en donde tampoco se conocen, que tal estrategia es un extraña tàctica de algùn tipo de divisionismo o contradicciòn con la construcciòn de la "cultura nacional" por la que Zapata tanto abogò.
Tal interpretaciòn es peregrina, insustancial y odiosa, no se afirma en hechos concretos.
Y en esa misma vìa Kalmanovitz acusa tambièn a las "minorìas y marginados" de identificarse ahora màs "con otras minorìas y marginados de otras partes del mundo".
Y aunque esa observaciòn es apenas el pàlido reflejo de una interpretaciòn acomodaticia y falaz, me encantarìa recordarle a Kalmanovitz si los fundamentos en los que se basa la cultura hegemónica colombiana que se ha propuesto como "guarda del linaje de la cultura de Europa", para citar a August Wilson, no son la expresiòn de su identidad con las minorìas supremacistas y hegemònicas de otras partes del mundo.

Aùn hoy, Kalmanovitz, y la publicaciòn para la que trabaja, escriben abrumadora y mayoritariamente sobre aquellas culturas con las que su clase se identifica.

Todavìa hoy, si yo quisiera ser tan autoreconocidamente cìnico como Kalmanovitz, dirìa que la concepciòn de su trabajo como periodista cultural, consiste en sostener una fe evangèlica y pìa de obra civilizadora problanca, con lo que quiero significar prooccidental y en mucho excluyente.

Kalmanovitz y otros comentaristas culturales, reclaman a las "minorìas y otros marginados" aquello que ellos mismos practican desde siempre y ademàs pretendiendo la continuaciòn, ya clàsica, de poner la culpa sobre la vìctima. Aquella narrativa emoliente e insidiosa del cuentico sobre que "ellos mismos se discriminan".

Si uno es serio y tiene el suficiente candor para ir al fondo, reconocerìa que un proyecto como la Biblioteca de literatura afrocolombiana presenta màs aspectos interesantes y positivos.
No me importa que Kalmanovitz y otros se quejen porque el Ministerio de cultura gaste mil millones de pesos en algo en lo que jamás habìa gastado. Y que el gasto ademàs, haya sido planeado, concebido y ejecutado por la primera ministra de cultura afrocolombiana, o negra, para mayor dolor de Kalmanovitz y los madarines tradicionales de la cultura.

A todas luces, Kalmanovitz y muchìsimos otros no entienden y no quieren entender la grave naturaleza del Estado de las cosas.
Le echan vainas a Santander para que las entienda Bolìvar.



 
  




La presencia de los invisibles

Carátulas de los libros de la Biblioteca de Literatura Afrocolombiana.

Literatura

El Ministerio de Cultura lanzó, en la pasada Feria del Libro de Bogotá, la Biblioteca de Literatura Afrocolombiana: 20 volúmenes de textos de escritores colombianos negros. ¿Para qué sirve esta inversión editorial del Estado? ¿Visibilizará a los invisibles? ¿Quién los va a leer?

Por: Manuel Kalmanovitz G.
Entre los reunidos, la palabra clave era “visibilizar”. Aunque también estaba su opuesto “invisibilizar” y sus derivaciones “invisibilizados” e “invisibles”. Como si hablaran de una epidemia.
 
Se trataba del lanzamiento, en la pasada Feria del Libro de Bogotá, de la caja de literatura afrocolombiana que editó el Ministerio de Cultura. Es complicado lo que rodea a esta caja, porque el problema de la invisibilidad es tan serio como difícil de tratar. Lo que sí tiene es que suena bien, suena poderoso, como si fuera cuestión sobrenatural, de magia o hechicería. Pero es una hechicería especial, combatible desde lo burocrático, entonces no es para que nadie pierda la cabeza. Así, la presentación de la colección firmada por la ex ministra Paula Marcela Moreno Zapata se titula “Haciendo visibles a los invisibles”. La fe en lo que la burocracia puede lograr a veces sorprende, ¿no?
 
Con las mejores intenciones, el Ministerio pensó que la respuesta residía en hacer algo extremadamente sólido, real, material. Qué es lo que ofrece esta caja: la solidez de 19 libros y cinco kilos de páginas, carátulas y la caja donde viene todo. Aunque también queda la sensación de que algo tan sólido no logrará resolver un problema tan etéreo.
 
¿En qué consiste este problema de invisibilidad? Varios de los participantes en el lanzamiento explicaron que hay una deuda histórica con los escritores afrocolombianos que por varias razones, entre ellas el color de su piel y el hecho de que su cultura se transmita oralmente, se han visto excluidos del canon de la literatura colombiana.
 
Manuel Zapata Olivella condensa una versión de esa idea en uno de los editoriales de la revista Letras Nacionales de 1965, incluida en una antología de sus escritos que viene en esta caja, y en la que cuestiona a quienes no creen en la existencia de una cultura nacional: “En los conflictos políticos y económicos contemporáneos hay quienes, defendiendo intereses particulares, niegan la existencia de una literatura en pueblos que fueron o son oprimidos. A despecho de sus propias aseveraciones, se apresuran a destruir la literatura nativa —tradiciones, folclor, archivos, idiomas— y cuando les es imposible incinerar, empecinadamente niegan los valores objetivos”.
 
Esa es la invisibilidad: se hacen cosas, se escriben libros, se habla y se cuenta, pero nadie escucha. O el que escucha dice que no oyó nada. Aunque acá cabe observar que la situación en que nos encontramos y que esta caja ilustra es la opuesta a la que vivió Zapata Olivella en 1965. Ahora, la cultura nacional que defendía se pone en duda y no desde la tradición europea, como sucedía entonces, sino desde adentro, desde las minorías y los marginados, que encuentran más cosas en común con minorías y marginados de otras partes del mundo que con lo que constituía esa “cultura nacional” oficial.
 
El gran problema de aproximarse a este proyecto es que acá —y en iniciativas similares— confluyen cuestiones estéticas, históricas, académicas, políticas y burocráticas que se sobreponen y confunden.
 
Porque está claro que en el transfondo hay una avalancha de injusticias históricas que empezaron con la esclavitud, que continuaron con el racismo, con el abandono de grandes zonas del país por parte del Estado y con el desconocimiento de sus particularidades culturales (reconocidas tardíamente en la constitución de 1991).
 
Eso, a un nivel. Luego está la cuestión burocrática, el sentido de oportunidad que aprovechó la ministra: mil millones de pesos que llegaron dentro del programa de celebración del bicentenario y de los cuales se usaron 700 para esta caja (los 300 restantes se usaron para una caja de literatura indígena). Y esta suma es particularmente significativa en un ministerio con un presupuesto reducido —para entender las proporciones, la Biblioteca Nacional gasta eso anualmente.
 
El componente político está claro en la selección de los autores: hay escritores de la costa Atlántica, la Pacífica y de San Andrés y Providencia. Como escogiendo uno o dos invisibles por región y no dejando ninguna de lado.
 
Entonces tiene eso esta caja: algo calculado, como si hubiera sido pensada para que los políticos la llevaran a las regiones y mostrar así, con cinco kilos de libros, que sí hicieron algo, que sí se preocupan por sus constituyentes. De esa magia sí es capaz la burocracia. Aunque, ahí lo que se visibiliza no son tanto los autores, sino el ministerio mismo en general y la gestión de la ahora ex ministra en particular.
 
¿Qué se escogió para visibilizar? El comité editorial, compuesto por Roberto Burgos Cantor, Ariel Castillo Mier, Darío Hernando Restrepo, Alfonso Múnera Cavadía y Alfredo Vanín Romero (este último es también, aparentemente, uno de los invisibles, porque la caja incluye la reedición de dos libros de poesía suyos en un solo tomo), escogió una gama amplia de textos que van desde el siglo XIX hasta el presente.
 
En la selección también colaboraron varias universidades (la del Valle, la de Cartagena, la Nacional sede Caribe) que con el tiempo han creado programas académicos dedicados a reflexionar sobre la literatura afrocolombiana. Esta arista académica ofrece el canon literario que respalda esta caja.
 
Aun así, no todos los visibilizados son igual de invisibles. En la caja, de hecho, hay desde invisibles bastante visibles (el poeta Candelario Obeso, Óscar Collazos, el ya mencionado Zapata Olivella) hasta verdaderos invisibles (los mineros, agricultores, folcloristas y maestros que contaron las historias recopiladas por Baudilio Revelo Hurtado en el volumen dedicado a la tradición oral en el Pacífico), con toda una gama en el medio.
 
También fueron plurales a la hora de los géneros representados. Están los artículos de Zapata Olivera, hay un libro de ensayos de Rogerio Velásquez Murillo, muchos tomos de poesía (aparte de la de Vanín y Obeso están Jorge Artel, Helcías Martán Góngora, Pedro Blas Julio Romero, Hugo Salazar Valdés, Rómulo Bustos Aguirre y una antología de mujeres poetas recopilada por Guiomar Cuesta y Alfredo Ocampo), hay cuentos (Carlos Arturo Truque, Lenito Robinson Abrahams, Óscar Collazos y la recopilación de Revelo) y novelas (Arnoldo Palacios, Zapata Olivella, Hazel Robinson Abrahams y Gregorio Sánchez Gómez). Es, entonces, un esfuerzo plural de arriba hasta abajo.
 
La pregunta que vale la pena hacerse es si esta caja tan sólida, si estos cinco kilos de libros afrocolombianos, realmente lograrán acabar con esa maldición de la invisibilidad de la que habla la ex ministra en su introducción. Y esa es una pregunta difícil de responder.Melba Escobar, ex coordinadora del área de literatura, decía que le gustaría que pasara con estos libros lo que pasó con las ediciones de Colcultura de los años 70, que hasta el día de hoy se encuentran por ahí, en las bibliotecas de las casas, entre los vendedores ambulantes de la séptima, en las casetas de libros usados de toda Colombia. Que se regaran por el país y por las casas hasta ser tan comunes que uno dejara de notarlos.
 
Pero la monumentalidad y solidez de la caja no alientan su circulación por ese circuito. Además está el hecho de que del tiraje de 4.000 cajas, sólo 400 están a la venta (precio sugerido: 250.000 pesos). Y 400 cajas de 19 libros seguramente no alcanzarán a satisfacer el mercado de las ventas callejeras de todo el país.
 
¿A dónde van las cajas? A escuelas, universidades y bibliotecas, especialmente de las zonas con mayor población afrocolombiana. En ese sentido, pareciera que el objetivo de la caja no fuera visibilizarlos ante la cultura nacional, esa que defendía Zapata Olivella, sino ante sí mismos. Y, qué pena el cinismo, pero también visibilizar ante ellos las actividades del Ministerio de Cultura en general y, en particular, de la ex ministra.
 
Porque si el objetivo real fuera todo ese cuento retórico de la visibilización, habría que encontrar cómo llegarle a la mayor cantidad de gente posible y hacerlo en la edad cuando se forma esa idea de la cultura nacional, es decir, en el colegio.
 
Habría entonces que proponer un cambio en los pensums escolares de literatura, luego organizar talleres con maestros y alumnos; en fin, toda una labor grande pero poco vistosa (de paso, si ese fuera el objetivo, los prólogos académico y llenos de notas de pie de página que acompañan a muchos de los 19 libros estarían mejor en revistas indexadas que acompañando los textos).
 
El problema es que, si hiciera todo esto, al final no habría nada que mostrar. Nada aparte de la visibilización, que es inmaterial.
 
Si se hiciera todo esto, una caja como esta sería innecesaria. Porque si los libros están en los pensums, ahí aparecerán las editoriales que los publiquen. Y si se hacen tirajes grandes y baratos, terminarán en ese circuito del que habla Escobar, en las calles, en las casetas, en las bibliotecas de las casas.
 
Pero ahí, los políticos no tendrían nada que llevar en sus viajes, la ministra no tendría nada que prologar, los medios nada que comentar. La labor se habría hecho, pero los invisibles serían ellos y eso es algo que ningún político ambicioso puede permitirse.

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