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Se dice que la española cuando besa es que besa de verdad. Pues bien:
Lionel Messi, cuando juega, es que juega de verdad. Cuando pone la
marcha, no hay quien le frene. Busca siempre el camino más corto al gol.
Es letal. Devastador.
Es un tesoro a proteger, por el bien del fútbol en general. No nacen
cada día, ni cada año, ni cada década, jugadores de su talento. Hay que
protegerle (como a todos) de los defensas desaprensivos. Que los hay. No
como años atrás, porque antes, sin televisión, los carniceros del área
campaban a sus anchas, y se llevaban por delante todo lo que se movía
fuera de lo normal. Un día, hace años, el más universal de nuestros
escultores, Eduardo Chillida, nos contaba en una tertulia que había que
penalizar a los defensas con el mismo tiempo de inactividad que el
jugador que habían lesionado. Era la única manera de intentar evitar la
violencia desproporcionada.
El gran escultor guipuzcoano hablaba con conocimiento de causa. Él era
un extraordinario guardameta de la Real Sociedad, una de las mayores
promesas del fútbol español, hasta que una tarde, un delantero del
Madrid fue a su caza y acabó con su carrera futbolística. El destino
quiso que perdiéramos un gran portero pero ganáramos al mejor escultor
de todos los tiempos. Y es que en aquellos años de la posguerra, algunos
delanteros eran tan o más verdugos que algunos de los caciques del área.
Los viejos socios barcelonistas (al igual que de otros clubs ) recuerdan
todavía algunos casos sangrantes. Uno, a finales de los años cuarenta,
cuando el Barcelona del uruguayo Enrique Fernández arrasaba en el
campeonato. En tres años, dos ligas. Fernández trajo tres argentinos,
los tres delanteros y buenísimos: Florencio Caffaratti, Marcos Aurelio y
Mateo Nicoláu, éste último de origen mallorquín. Eran una maravilla,
sobre todo Florencio, que regateaba y chutaba como nadie. Duró menos que
un pastel a la puerta de un colegio. Una tarde, en un Barcelona-Español,
Florencio armó el taco y levantó los olés continuados de las gradas. Un
defensa españolista durísimo, acabó con la carrera deportiva de
Florencio para siempre. Ya nunca más llegó a ser lo que había sido.
Otro caso bárbaro, con Kubala como protagonista. Jugaban Barça-Athletic
de Bilbao y Laszy tenía la tarde inspirada. Regateaba a uno, a dos, a
tres. A todos los que se le pusieran por delante. Incluso esperaba a
alguno que se levantara del césped para volverle a regatear. (Hay que
decir que a Kubala, a veces, le gustaba provocar con el balón y los
codos). En una de las jugadas, un ariete del Athletic de Bilbao, cruzó
todo el campo y cuando Kubala se encontraba junto al córner, recibió una
patada tan tremenda que de la camilla fue directo al quirófano. Tres
meses sin jugar
De éstas jugadas, en todos los campos se han visto y vivido, y no hay
ningún club que pueda decir de esta agua no he bebido y0. Ni el Barça.
Defensas como Biosca/Gallego/Eladio/Migueli....los ponían por corbata a
los rivales. El que diga lo contrario, es que su fanatismo le enciega.
Ahora, el gran peligro que corre por los campos españoles es Lionel
Messi. Su forma de jugar, de regatear, de encarar (y hasta su picaresca)
le convierten en caldo de cañón. Actualmente, la multitud de cámaras
condiciona más a los defensas, pero los siguen existiendo que se olvidan
del mundo que les rodea, se les cruzan los cables, y se llevan incluso a
su padre por delante.
Messi, por su juventud, quizá no es consciente del peligro que corre su
espectacular y maravillosa forma de jugar.
Pero Messi necesita, además, de otra protección. La externa. La de los
que apuntan y señalan. Y la de los envidiosos. Messi ya ha entrado en el
cielo de las envidias. Por varias razones. Messi es un autodidacta. A
nadie le debe nada. Fichó por el Barça más por insistencia suya y de su
padre que por acierto de los ojeadores del club. Ahora, todo el mundo lo
ha descubierto. Pero lo cierto es que fue él y su padre quienes (a
través de Minguella) llamaron a la puerta del Barça de forma
reiterativa. Rexach dijo sí, como podía haber dicho no. Una vez fichado,
en las categorías inferiores era ya un espectáculo. Un matador del área.
Pero seguían sin creer demasiado en él. Argumentaban su escasa estatura
para triunfar, aunque ya estaba sumergido a un tratamiento hormonal para
traspasar la barrera del 1,50 a la que parecía destino. Las hormonas le
ayudaron a crecer un poco más. No lo suficiente para que el cuadro
ténico azulgrana siguiera confiando en sus posibilidades. Fue la llamada
de Pekerman, su éxito personal en el Mundial-Sub-20, lo que le abrió las
puertas del Gamper. Y la armó. Sólo faltó aquella noche que Fabio
Capello le dedicara los mayores elogios para que Txiki/Rijkaard y la
directiva reaccionaran, entre otras cosas, porque ya tenía un pie en el
Espanyol.
Messi se ha convertido en un pequeño gran gigante en el Barça. Pero aún
así y todo, le pasan facturas. Ya denuncié el otro día el impresentable
artículo de Johan Cruyff sobre el argentino pidiendo para él una
sanción. Y cuando Cruyff apunta, es que la directiva, sino apunta,
anota. Y es que digan lo que digan, al igual que Ronaldinho, no es santo
de la devoción de ellos. Porque no es "su fichaje". Y esto funciona así.
En el caso de Cruyff no es de extrañar. Nunca ha querido ni argentinos
ni brasileños en sus equipos. Siempre les ha tenido celos. Basta repasar
su historial. En sus ocho años como entrenador del Barça jamás tuvo un
argentino en su plantilla. Y eso que tuvo de todo, incluso novios y
maridos de sus hijas. Pero argentinos, ninguno. Y brasileños tuvo dos, y
casi más por imposición que por devoción. Y los dos le duraron nada.
Aloisio fue un defensa de paso, y Romario, pese a su excepcional
rendimiento goleador, no sobrevivió el año y medio como azulgrana.
Cansado de Cruyff, se fue uno de los brasileños más letales que ha
tenido el Barça.
Ahora, el objetivo es Lionel Messi que, para colmo, se entiende bien con
Ronaldinho y Deco, lo que en el Barça está penalizado. De momento, por
una escapada de veinticuatro horas a Qatar, ya ha sido amenazado. Lo
nunca visto. Y es que Messi, además de tener que vigilar a los
desaprensivos zagueros que le toquen en turno, tendrá que estar con los
ojos bien abiertos a los mandamientos de Cruyff. Porque en el Barça,
para Laporta y su junta, no hay otro mandamiento que el que firma el
profeta. Y Messi, a sus veinte años, ya está en el ojo del huracán.