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Padre Pio (DVD)
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Carlo
Carlei |
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Conmemoramos
hoy a san Francisco de Asís que, entre sus muchas virtudes, nos da ejemplo
especialmente notorio de la virtud de la pobreza. Como es sabido,
Francisco, de familia acomodada y con un futuro "prometedor", en el
sentido humano y material de la palabra, quiso desprenderse de su hacienda
y de los posibles proyectos de progreso mundano, para dedicarse a Dios y a
la difusión del Evangelio. Esa opción suya, que podría parecer para los
ojos de muchos un ideal poco interesante, resultó, en cambio, enormemente
atractiva para cientos y miles que, siguiendo su ejemplo, se han
desprendido de los bienes terrenos para seguir más libremente a Dios,
animando a todos a descubrir en Él el auténtico valor para los
hombres.
Meditamos,
pues, en la contingencia y fragilidad de los bienes terrenos y en el
ejemplo de pobreza que nos ofrece este gran santo que hoy celebramos, a
quien podemos encomendarnos para que el Señor nos conceda amar esta virtud
–la pobreza–, que él calificaba de "señora" para significar su
importancia. Las cosas, incluso las que se nos presentan con su atractivo
más atrayente, no dejan en ningún caso de ser caducas; bienes que nos
llenan –y sólo hasta cierto punto– hoy o durante una temporada; tal vez en
algún caso, por "toda la vida", pero nada más. Y es que, para un hombre
con fe, esto es muy poco, porque es muy poco "toda la vida". Sería, por
tanto, un contrasentido incoherente proponerse, como objetivo de nuestra
vida entera, la felicidad que puedan proporcionar las
riquezas.
Por lo
demás, cuando las riquezas se valoran en sí mismas, se conviertan en un
poderoso obstáculo para la santidad, para la posesión de Dios, único
objetivo que puede colmarnos en plenitud. Se hace necesario, por tanto, un
efectivo desprendimiento de los bienes terrenos –que san Francisco
practicó con heroísmo– y es condición para la Caridad: para el amor a
Dios, en que consiste la santidad: Nadie puede servir
a dos señores, porque o tendrá aversión al uno y amor al otro, o prestará
su adhesión al primero y menospreciará al segundo: no podéis servir a Dios
y a las riquezas. Así se expresaba Jesús, para dejarnos claro que
la preocupación por los bienes materiales, en sí mismos, no es compatible
con la salvación. Agradezcamos al Señor los medios materiales de que
disponemos, fomentando incluso la ilusión de poder contar con más y
mejores medios, pero que sean instrumentos para servirle
mejor.
Recordemos
lo que decía Jesús, Señor nuestro, en otra ocasión: La
sal es buena; pero si hasta la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? No
es útil ni para la tierra ni para el estercolero; la tiran fuera. Quien
tenga oídos para oír, que oiga. El dinero es bueno, podríamos
decir: lo que poseo y aquello que me ilusiona lograr es bueno, pero si se
desvirtúa porque lo amo en sí mismo y no para servir mejor a Dios, para la
santidad, que es mi fin en la vida, entonces resulta inútil; más aún,
nefasto, por cuanto se interpone como obstáculo entre Dios y yo. En
cambio, si busco en Dios mis riquezas: esos tesoros a los que nos anima
Jesús de diversos modos, entonces no sólo mantengo el "capital" sino que
lo incremento asombrosamente: No amontonéis tesoros en
la tierra, donde la polilla y la herrumbre los corroen y donde los
ladrones socavan y los roban. Amontonad en cambio tesoros en el Cielo,
donde ni polilla ni herrumbre corroen, y donde los ladrones no socavan ni
roban. Porque donde está tu tesoro allí estará tu
corazón.
Conviene,
por consiguiente, que nos preguntemos si tenemos la impresión de gastar
para Dios, de invertir propiamente en el Cielo. San Francisco, dándonos un
ejemplo heroico, abandonó todos sus bienes, cuando su familia y amigos
esperaban que administrara con acierto su fortuna. Sólo él consideró que
su mejor negocio sería "invertir" en la Vida Eterna propia y en la Vida
Eterna de los demás. Es, en efecto, muy importante, por una parte, conocer
el veradero valor de los bienes materiales: escaso en realidad en sí
mismo, por grande que sea su atractivo; muy útiles, en cambio, como
instrumentos imprescindibles para servir a Dios, en nuestra condición de
seres corpóreos. Por otra parte, es preciso tener claro en qué consiste
ser rico de verdad: en la posesión de Dios, en la Bienaventuranza. Dios no
espera de todos, sin embargo, un abandono absoluto de las posesiones, ya
que se necesitan de ordinario para desenvolverse de un modo normal en la
sociedad. Nos pide, en cambio, que no pongamos nuestro corazón en las
cosas, pues sabe Dios que nada distinto de Él puede darnos la
felicidad.
Aprendamos,
de la mano de Nuestra Madre, esta lección que Nuestro Padre Dios enseña a
sus hijos pequeños, porque queremos hacernos y aprender como
niños. |