viejas lecturas que refrescan el aire nuevo cargado de naftalina capitalista

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Mikel Orrantia -tar

no leída,
1 feb 2011, 13:10:011/2/11
a ASKATASUNA-2025-LIBERTAD
Cómo me hice socialista

Especial: Jack London*

31-1-2011 - www.kaosenlared.net/noticia/como-me-hice-socialista


Es bastante justo decir que yo llegué a ser socialista de manera muy
semejante a aquella por la cual los teutones se convirtieron en
cristianos, me hicieron a golpes. No solamente no estaba buscando al
socialismo en la época de mi conversión, sino que lo estaba
combatiendo. Era muy joven e inexperto, no sabía mucho de nada, y
aunque nunca había oído hablar de una escuela llamada individualismo,
cantaba el himno de los fuertes con todo mi corazón.
Eso sucedía porque yo mismo era fuerte. Por fuerte quiero decir que
tenía buena salud y fuertes músculos, posesiones ambas fácilmente
comprobables. En mi niñez había vivido en las haciendas de California,
en mi adolescencia repartiendo diarios en las calles de una saludable
ciudad del oeste, y en mi juventud, en las aguas cargadas de ozono de
la bahía de San Francisco y del Océano Pacífico. Me gustaba la vida al
aire libre y trabajaba a cielo abierto en los trabajos más duros. Sin
aprender ninguna profesión, pero deslizándome de ocupación en
ocupación, observé el mundo y lo consideré bueno, hasta en lo más
insignificante. Permítanme repetir, ese optimismo se debía a que yo me
sentía sano y fuerte, sin preocupaciones de dolores ni debilidades,
nunca rechazado por el patrón porque pareciera incapaz, siempre apto
para encontrar un trabajo como paleador de carbón, como marinero, o un
trabajo manual.
A causa de todo esto, exultante con mis pocos años, capaz de
mantenerme firme en el trabajo o en la lucha, era un individualista
desenfrenado. Era muy natural. Era un triunfador. Por eso yo llamé al
juego, mientras observaba cómo se desarrollaba, o pensaba que lo
hacía, un juego apropiado para HOMBRES. Ser un HOMBRE era escribirlo
con grandes mayúsculas en mi corazón. Arriesgarse como un hombre,
pelear como un hombre y hacer el trabajo de un hombre (aun por la paga
de un niño), eran cosas que me llegaban profundamente y que se
apoderaban de mí como ninguna otra. y miraba hacia adelante la
perspectiva de un brumoso e interminable futuro en el que, jugando lo
que creía que era un juego de HOMBRES, continuaría viajando con una
salud inagotable, sin accidentes y con músculos siempre vigorosos.
Como digo, ese futuro era interminable. Podía verme a mí mismo,
bramando por una vida sin final como una de las rubias bestias de
Nietzsche, vagando lujuriosamente y conquistando por mi plena
superioridad y fuerza. En cuanto a los desafortunados, los enfermos,
los achacosos, los viejos y mutilados, debo confesar que había pensado
muy poco en ellos, excepto que vagamente sentía que, fuera de los
accidentes, podían ser tan buenos como yo si lo deseaban con verdadero
ahínco y trabajar igualmente bien. ¿Accidentes? Bueno, representaban
al DESTINO, también deletreado con mayúsculas, y yo no estaba rondando
el DESTINO. Napoleón había tenido un accidente en Waterloo pero eso no
enfrió mi deseo de ser otro moderno Napoleón. Más adelante, el
optimismo emanado de un estómago que podía digerir hierro viejo y de
un cuerpo que se reía de la fatiga, me impedía pensar en los
accidentes relacionándolos, ni aun remotamente, con mi gloriosa
persona.
Espero haber dejado en claro que estaba orgulloso de ser uno de
aquellos a quienes la Naturaleza había dotado de mejores armas. La
dignidad del trabajo era lo que me impresionaba más notablemente en el
mundo. Sin haber leído a Carlyle ni a Kipling, yo creaba un evangelio
del trabajo que oscurecía el de ellos. El trabajo era todo. Era
santificación y salvación. El orgullo que me invadía después de un día
de duro trabajo sería inconcebible para ustedes. Es casi inconcebible
para mí, ahora que recuerdo. Yo era el más verdadero esclavo del
trabajo que un capitalista haya explotado nunca. Desatender el trabajo
o fingirme enfermo ante el hombre que me pagaba el sueldo era un
pecado, primero, contra mí mismo, segundo, contra él. Lo consideraba
un crimen, solamente inferior ala traición y tan malo como ella.
En suma, mi alegre individualismo estaba dominado por la ética
burguesa ortodoxa. Leía los diarios burgueses, escuchaba a los
predicadores burgueses y oía las trivialidades de los políticos
burgueses. Y no dudo que, si otros acontecimientos no hubieran
cambiado el curso de mi vida, habría llegado a ser un rompehuelgas
profesional ( uno de los héroes norteamericanos del presidente Eliot),
tendría mi cabeza y mi capacidad de procurarme el sustento aplastada
por un garrote empuñado por algún militante de los sindicatos.
Alrededor de esa época, cuando volvía de un viaje de siete meses por
el mar, ya doblados los dieciocho, se me puso en la cabeza irme a
vagabundear. Sobre pescantes u oscuros equipajes, peleé mi camino
desde el oeste abierto, donde los hombres doman fuerte y el trabajo
anda a la caza del hombre, a los congestionados centros laborales del
este, donde los hombres eran pequeñas papas arrugadas y cazaban un
empleo por todo lo que poseían. y en esta nueva aventura de bestia
rubia me encontré a mí mismo considerando la vida desde un ángulo
totalmente diferente. Había caído del proletariado en lo que los
sociólogos gustan llamar el décimo sumergido, y comenzaba a descubrir
la forma en la que era reclutado ese décimo.
Encontré allí a toda clase de hombres, muchos de los cuales habían
sido alguna vez tan buenos como yo e igualmente bestias rubias;
marineros, soldados, trabajadores, todos torcidos, deformados y
doblegados por el trabajo, las fatigas y los accidentes y arrojados a
la ventura por sus amos como tantos caballos viejos. Yo golpeaba las
dragas y daba portazos con ellos o temblaba en el pescante de los
coches y en los parques de la ciudad, escuchando mientras tanto
historias de la vida real que habían comenzado con tan buenos
auspicios como la mía, con digestiones y cuerpos iguales o mejores a
los míos, y que terminaron ante mis ojos en los mataderos, en lo más
profundo del abismo social y mientras escuchaba, mi mente comenzó a
trabajar. La mujer de la calle y el hombre del arroyo respiraban junto
a mí. Ví tan vívidamente el cuadro del abismo social como si fuera
algo concreto, y en lo más profundo los ví a ellos, y a mí, un poco
más arriba, colgando de la pared resbaladiza merced a toda mi fuerza y
sudor Confieso que el terror se apoderó de mí. ¿Qué sucedería cuando
fallasen mis fuerzas? Cuando fuera incapaz de trabajar hombro con
hombro con los hombres fuertes que hasta ayer todavía no habían
nacido?. Allí y entonces hice un gran juramento. Era así, más o menos:
Todos los días he trabajado duramente con mi cuerpo, de acuerdo con el
número de días he trabajado, y justamente por eso estoy más cerca del
fondo del pozo. Saldré fuera de él, pero no podré hacerlo mediando mis
músculos. No haré más trabajos pesados y que Dios me castigue con la
muerte si hago otra vez con mi cuerpo más de lo que necesariamente
deba hacer. y he estado ocupado desde ese momento en escapar del
trabajo pesado.
Incidentalmente, mientras recorría vagabundeando unas diez mil millas
por Estados Unidos y Canadá, me extravié en las cataratas del Niágara,
fui prendido por un alguacil de un feudo de caza, se me negó el
derecho a defenderme y fui sentenciado inmediatamente a treinta días
de prisión por no tener residencia fija y medios visibles de ganarme
la vida. Esposado y encadenado a un puñado de hombres en las mismas
condiciones, fui llevado en un carro por el campo a Buffalo,
registrado en la Penitenciaría del condado de Erie; tuve mi cabeza
pelada y afeitado mi crecido bigote, fui vestido con las ropas rayadas
de los convictos, compulsivamente vacunado por un estudiante de
medicina que practicaba con nosotros, encerrado en un calabozo y luego
puesto a trabajar bajo la mirada de guardias arma dos con Winchester;
todo por aventurarme a la manera de las bestias rubias. No agregaré
más detalles, aunque podría insinuar que algo del pletórico
patriotismo nacional hervía a fuego lento y se filtraba del fondo del
alma por algún lado. Por lo menos desde esa experiencia él encuentra
que se preocupa más por los hombres, las mujeres y los niños que por
imaginarias líneas geográficas. Volvamos a mi conversión. Pienso que
es manifiesto que mi exuberante individualismo me fue quitado a
martillazos y que otra cosa me fue colocada de la misma forma. Pero,
de la misma manera que había sido un individualista sin saberlo, ahora
era un socialista sin saberlo, o sea, un socialista no científico.
Había nacido nuevamente, pero no me había rebautizado, y andaba de un
lado a otro para encontrar qué era. Corrí a California y abrí los
libros. No recuerdo cuáles abrí primero. Es un detalle sin importancia
de cualquier manera. Yo ya era Eso, cualquiera que fuese, y con la
ayuda de los libros descubrí que Eso era el Socialismo. Desde ese día
he abierto muchos libros, pero ningún argumento económico, ninguna
demostración lúcida de la lógica e inevitabilidad del socialismo me
afecta tan profunda y convincentemente como fui afectado el día en que
por primera vez vi las paredes del abismo social crecer a mí alrededor
y me sentí deslizándome hacia abajo, hacia abajo, hacia el matadero,
en el fondo.
*Jack London, uno de los mejores escritores de Estados Unidos, nació
un día como hoy (12 de enero de 1876 – 22 de noviembre de 1916), Autor
de ‘Colmillo Blanco’, ‘The Call of the Wild’ (traducida en español
como La llamada de lo salvaje y La llamada de la selva), y otros
cincuenta libros, fue socialista convencido desde muy joven.
Un Andalú|31-01-2011 19:37
Gracias por recordarme el día del nacimiento de Jack London.
Recomiendo leer su obra. A parte de los libros que recomienda el
articulista, tiene otros con gran carga ideológica, como son ‘El talón
de acero’, ‘Asesino SL’, ‘Gentes del abismo’, y uno autobiográfico
‘Martín Edén’. Tiene muchos relatos cortos, muchos se desarrollan en
los mares del sur o en las tierras del norte cuando la fiebre del oro.
También le gusta situar relatos en épocas primitivas, en estas
resaltaría La fuerza de los fuertes. Yo diría que el propio Jack
London es un personaje sacado de uno de sus relatos.
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