Comentario |
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Relatos de Walter LingánMiguel Rodríguez Liñán |
Acerca de los cuentos del libro de Walter Lingán: Oigo bajo tu pie el humo de la locomotora / Ich höre unter deinem Fuß den Rauch der Lokomotive (edición bilingüe), Free Pen Verlag, Bonn, 2005 (70+85 pp).
Nadie, absolutamente nadie puede aleccionar a nadie, sobre todo si estamos frente a un escritor ya provisto de sello personal, en cosas del arte literario, en poesía, yo menos, por supuesto. Digo esto de entrada porque los comentarios que siguen parecen serlo, aunque no lo son, Dios me libre de dar consejos, de trasudar moralina seudo pedagógica, Dios me libre de pontificar, de aconsejar, de pretender poseer la razón, o de lo que es peor: dármelas de bacán. Si algun día me las doy de bacán, que Dios me fulmine como Zeus, como Thor, como Changó, con una lanza-rayo, que caigan esta osamenta y corpachón convertidos en ceniza. Pero como Dios no existe, sin dármelas de bacán, requisito que siento como un condición sine qua non en cosas del arte y, sobre todo, en la vida misma, diré como siempre lo que me suene acertado, con toda la libertad del caso como corresponde, esta vez a propósito de un libro de Walter Lingán. Sin conocerlo personalmente, lo considero un amigo, por eso me permito darle hacha y machete sin estilete, por nuestra literatura, y porque la calidad de su producción puede soportarlo sin mella. Una que otra flor con forro de seda en la lengua, nada más, pero esquivando escrupulosamente la posibilidad de reventar cohetes por esto y lo otro. Aunque no parezca, soy muy pero muy serio en esto del arte y de la literatura. Empecemos, pues, con unas muy significativas, aunque algo misteriosas, palabras de Georges Bataille:
J’envisage l’animalité d’un point de vue étroit, qui me semble discutable, mais dont le sens apparaîtra dans la suite du développement. De ce point de vue, l’animalité est l’immédiateté, ou l’immanence.[Enfoco la animalidad desde un punto de vista estrecho que me parece discutible, pero cuyo sentido aparecerá en lo que sigue del desarrollo. Desde este punto de vista, la animalidad es la inmediatez o la inmanencia.]
Me parece que esto de la animalidad, tratada con cautela, no le resta vigor al tejido orgánico de un texto literario de cualquier pelaje, que a nuestro juicio necesita propender a la voluptuosidad, al goce que suscitan las palabras, para semejarse más a la vida y a sus razones de ser, que son el placer y la dicha (casi digo éxtasis, pero suena medio «místico»). Pero como la exageración me fascina, empezamos así, exageradamente, para referirnos al título de la obra: Oigo bajo tu pie el humo de la locomotora. Mis oídos-orejas perciben resonancias surrealistas, en el sentido que éstos decían detectar la poesía, la genuina, la que viene desde la noche inmemorial, hasta en los afiches publicitarios, en las noticias deportivas de los periódicos, en los letreros de trabajos públicos, en todos sitios, cotidiana y omnipresente, como un milagro de todos los días. Es un título de la puta madre, como se dice. Abro con cautela el volumen, imaginariamente, vía internet, ya que el original en sólido desapareció junto a otros libros y ropajes cuando fui expulsado de mis penúltimos aposentos, una especie de albergue Cruz Roja que regenta con mano dura un ex-coronel (con cara de chancho) de la Legión Extranjera, cuyo nombre no quiero recordar. Lloriqueando por los libros perdidos, también por mi pobre ropita y otros cachivaches, recordando rencoroso estos avatares recientes, me comuniqué con Walter Lingán y acepté de buena gana —siempre lo siento como una forma de honor— comentar este libro de título impresionante, que ya había ojeado en París, en casa del poeta Jorge Tafur, mientras estudiábamos los techos de Clignancourt bajo las frondas-acordes de Mozart. Walter es afecto a los títulos así, hiperbólicos, impresionantes. Otro de sus libros, con su respectivo juego de palabras, retruécano, retorcedura de pescuezo semántico, se titula: Los tocadores de la poca elipsis, que me parece dirigirse a ciertos miembros de nuestra fauna, de esos que escriben sin elipsis. Este detalle me permite imaginar algo de su personalidad, que debe ser muy sensible, hipersensible, hiperestética, dolorosa, o sea sentimental y romántica en el sentido que conocemos, pero también como los poetas del Movimiento Romántico... un pensamiento para el viejo Johann Gottfried von Herder. Siento algo de pudor, de pronto timidez, pero no como atributo negativo, en Walter, aunque sólo me refiero a su elección de las palabras, las coge como con pinzas, creo, e incluso con respeto. Literariamente hablando, tal procedimiento es eficaz según el material que se trata. Mi primera opinión, copiada de los surrealistas, es que no hay que respetar a la literatura, esa vieja medio putona, a veces pintorroteada y alharacosa. Hablo de esto para ver, a medida que lea, cuánto se parece la escritura al escritor, detalle que me parece bueno resaltar en todo grafómano de raza, de cuño. No sé de dónde saca esos títulos rimbombantes, llenos de palabras pero no exentos de significado, sonoros pero no vacíos, para nada huecos ni decorativos, que parecen resumir su hiper-sensibilidad o hiper-estesia —cosas de artista, por si acaso—.
Cuando ingresé a la sala, mi padre cerró el libro que leía y a tientas lo depositó sobre la mesita de centro.
—Lo sé —dijo en tono algo solemne —te fastidia todo esto.
Al cerciorarse, una vez más, de mi acostumbrado desconcierto, agregó:
—Lo siento, pero nadie podrá separarnos.
Entonces, más tranquilo, sin darle más importancia al asunto, me puse a su lado y le pedí que siga leyendo.
Desde que murió mi padre, hace diez años, se repite diariamente esta ceremonia. No hago, mejor dicho, no puedo hacer nada por escapar de su fantasmal compañía. Y ahora hemos comenzado a leer las Novelas ejemplares de Cervantes.
(…) Casi toda la noche pensé en la muerte. Súbitamente, en la madrugada, un extraño impulso me arrastró hacia la ventana y me empujó al vacío, a la nada. Desde la altura vi mi cadáver tirado sobre la cinta negra de la calle. Me sorprendió su rostro intacto, pálido, ojeroso, agobiado por las penas, por los olvidos indecibles. (…) Desde mi ventana percibo ya el olor de mi carne putrefacta.
Ella se levanta de la cama y un olor sensual se desata, un obsceno aroma la acompaña por toda la casa. Sus enaguas inaguran los amaneceres con más luz en el rabo de mis ojos, en la yema de mis deseos. Se lleva una mano a su sexo, volcán que pare estrellas infinitas y multiplica el fuego de mis sentidos. «Cómo me huelo», dice. Sonríe con malicia pelumbrosa que cubre su bajo vientre, amoroso fogón de océanos transparentes. «Uf, cómo huelo, dios mío», dice colocando sus dedos de piano en su naricita. Son tus perjúmenes mujer los que me sulibeyan / los que me sulibeyan son tus perjúmenes de mujer…
(…) Amanece de golpe, hecho que me obliga a incorporarme violentamente para iniciar la rutina de cada día. El frío entumece mis ángulos, mis células. Angustiado bebo el café a sorbos cortos. Los techos de las casas lucen un blancor demoníacamente angelical. Cuando Lorena solía entrar en la cocina, con el albornoz abierto mostrando las historias escritas en la redondez de sus perfectos secretos, cerraba el libro, la besaba entonces en el lóbulo de la oreja, en la boca somnolienta. (…)
(…) En todos sus movimientos había una extrema delicadeza, una desmesurada suavidad. En cada una de sus ternezas no había señales de la más mínima violencia pasional, más bien, contenían una serenidad que lindaba con la quietud de la muerte. Tanto amor, tanto… Tan extraviadas se encontraban en sus bríos amorosos que no advirtieron cuando me asaltaban los celos, la envidia; esas ganas de levantarme, de cogerlas de los cabellos, de aplastar sus angelicales rostros contra las metálicas puertas del tranvía, de golpearlas con saña hasta triturarle los huesos, hasta que sus pómulos de cristal manaran, incontrolables, toda la sangre de sus venas. Un monstruoso sentimiento de odio me consumía, entonces me vi arrojando sus cadáveres en el paradero Lindenburg del tranvía de la línea 9.
(...) El resuello de sus fauces se disolvía en el ambiente casi helado de la puna. En el corredor, frente a la puerta destartalada de la choza, sentada en una vieja banca, estaba Raquel Welch. Su belleza cinematográfica desafía furiosa al abandono. En silencio se levanta y señala el horizonte desamparado. Así como Hace un millón de años. Admiro la lindura de sus medidas perfectas, el movimiento intacto de sus dedos, la firmeza de sus caderas, de sus monumentales piernas. Mis ojos no alcanzarán jamás a ver toda la desgracia que sembraron la soldadesca, dijo. Una ola de cuchilllos tenebrosos se agolpa en los bolsillos de mi existencia. El perro flaco, enmudecido por el terror experimentado, se arrastra hasta los pies de la famosa estrella de cine. La bella mujer vuelv a ocupar su emplazamiento. En el fondo marítimo de su mirada felina bebe la tarde gris sus efluvios de dulzura. (...)
Hacía calor y Telémaco, vestido con una delgada túnica blanca, subió y se sentó al filo de una gigantesca taza llena con café colombiano de marca alemana. Sus pies chapotearon y el café se encrespó, se levantó en una sucesión de espinas oscuras que le mancharon la ropa. A la superficie del café afloraron enormes erizos blanquinegros dispuestos a trepar por los contornos de sus piernas, pero, después de algunos fallidos intentos, decidieron abordaar el montículo de arena que mostraba su morro amarillo sobre el otro filo de la taza. Penélope, su madre y activa tejedora, que veraneaba en esa isla arenosa, frotaba con mucho cuidado las piernas con Nivea 12 para proteger su piel de los rayos solares, luego continuó con los brazos, el vientre, el contorno de los senos. Ulises, que descansaba con el sombrero puesto sobre la cara, le ayudó a pasar la loción por la espalda. Los senos blancos de Penélope desaparecían tras las olas espumosas del café (...)
Pertuis, 17 de mayo del 2007
De este libro, los siguientes cuentos han aparecido y continúan disponibles en Ciberayllu:
Los
fantasmas persiguen la sed de mis sandalias (2003)
Un mirlo
canta sobre mi tonelada desnuda (2002)
Un OVNI en el
microondas de Olympia (2002)
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© 2008, Miguel
Rodríguez Liñán
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Rodríguez Liñán, Miguel: «Relatos de Walter Lingán» , en Ciberayllu [en línea]
, 2 de enero del
2008.
<http://www.ciberayllu.org/Comentario/MR_WalterLingan.html>
(Consulta: 22 de enero del 2008).
entero.
No importa, tendremos que inventarla otra vez
Jorge Luis Borges ( Diálogos - Seix
Barral - Barcelona - 1992- pg. 26 )»
Saludos,Melina