Tras las huellas de Vilcabamba la Grande
Una expedición coruñesa consigue llegar hasta Vilcabamba la Grande, la ciudad perdida de los incas, y halla en la selva los restos de las edificaciones del último reducto de la resistencia indígena a los españoles, que luchaban bajo las órdenes de Francisco Pizarro
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El mapa más antiguo que se conserva de Vilcabamba la Grande.
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Este hallazgo podría equipararse al que representó en su día el de Machu Pichu?
–Pues yo creo que ha sido muchísimo más difícil, porque en torno a
Machu Pichu, cuando la redescubrieron, aún había gente, campesinos y
agricultores viviendo por allí cerca, pero en el caso de Vilcabamba lo
único que hay es selva, selva pura y salvaje. Además, la región de
Vilcabamba forma una barrera con unas veinte montañas que superan, la
mayoría, los cinco mil metros de altitud. Eso sí, se debe tener claro
un aspecto muy importante: Machu Pichu representa el esplendor del
imperio y, por lo tanto, de la arquitectura inca, en cambio a
Vilcabamba hay que entenderla como una ciudad de resistencia, levantada
por y para la guerra.
El periodista, historiador y explorador coruñés Santiago del Valle
lleva doce años dedicando gran parte de su tiempo a esa que todavía
llaman "la Atlántida de los incas", una ciudad que permanecía perdida
desde hacía casi cuatrocientos años, una ciudad en la que se dan la
mano la historia, la magia, el mito y la leyenda. Pero no ha sido hasta
este último verano, después de progresivas aproximaciones, que ha
logrado al fin encontrar los restos de treinta y cinco de aquellas
antiguas casas que constituyeron el último reducto de resistencia
indígena a los españoles, una villa que en su configuración original
debió de constar de "unas trescientas viviendas y un palacio", calcula
Santiago.
Fue la curiosidad periodística, allá por 1997, lo que llevó a Del Valle
a Perú para realizar un documental sobre la extraviada Vilcabamba
basándose en los escritos, los mapas, las pistas y los indicios que,
curiosamente, habían legado otros dos hombres también gallegos: el
coruñés Juan Díez de Betanzos y el pontevedrés Pedro Sarmiento de
Gamboa. "Este tal Pedro Sarmiento, todo un personaje
—relata Santiago— desempeñaba el puesto de alférez real de las tropas
que, al mando de Martín Hurtado de Arbieto, se disponían a lanzar el
asalto final a Vilcabamba antes de que se percatasen de que toda la
ciudad ardía en llamas por orden de su rey, Túpac Amaru. Aquel ejército
español acampó en un lugar llamado Pampaconas, y ese fue el primer dato
del que partimos para reconstruir la ruta hacia Vilcabamba la Grande".
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Los expedicionarios en las cataratas del río Choquezafra, que se adentra en la selva y llega a la legendaria ciudad. |
EL OTRO IMPERIO
Para explicar la existencia y la propia construcción de Vilcabamba
debemos remitirnos a las crónicas de la conquista española del Perú,
planeada y ejecutada por un Francisco Pizarro que, partiendo de Panamá
en 1531, se dispuso, una vez que Hernán Cortés había sometido al otro
gran imperio americano, el de los aztecas, a combatir a los incas. Para
su objetivo, Pizarro se vio favorecido por las circunstancias, pues los
incas en aquel momento estaban divididos en dos facciones, cuyos
líderes, por cierto, eran hermanos: Huáscar y Atahualpa. Tras la muerte
de éstos, sólo el sumo sacerdote del Sol, Vila Oma, se percató del
grave peligro que aquellos extranjeros blancos suponían para la
población indígena —a la que, literalmente, estaban machacando a la par
que robando todo el oro y las joyas de templos y palacios— pero no
consiguió unir nuevamente a los suyos sino que, por el contrario, el
caudillo sucesor de la facción más poderosa, el joven Manco Inca
Yupanqui, se alió con Pizarro seguramente intentando sacar partido
ayudándole con sus fieles en la toma de las ciudades de Cajamarca y
Cuzco e incluso en la fundación de Lima. Pronto, no obstante, se daría
cuenta Yupanqui de su gravísimo error ante la rapiña llevada a cabo por
los españoles y, así, en 1536 decide levantarse contra los invasores
iniciando una guerra de resistencia que se prolongó hasta el 24 de
junio de 1572, precisamente el día en que las tropas españolas entraban
en una Vilcabamba que olía a cenizas.
Manco Inca está considerado el primero de los cuatro monarcas del
denominado Imperio Neoinca de Vilcabamba cuyo territorio de poder
efectivo se asentaba sobre el actual departamento de Cuzco cuya
capital, del mismo nombre, se hallaba paradójicamente bajo total
control español desde la mentada alianza entre Pizarro y Manco.
A Yupanqui le sucedió su hijo, Sayri Tupac, "cuya figura y actuación
—según el historiador Alfredo Moreno Cebrián— ha sido motivo de
diversas investigaciones. Unos consideran que es un traidor al imperio
y otros ensalzan su heroísmo por abandonar Vilcabamba en pro de la
seguridad del reducto ya que, según los seguidores de esta opinión,
Sayri no era el legítimo heredero, sino su hermano Túpac Amaru".
El siguiente monarca, Tito Cusi, hermano mayor de Sayri
y de Túpac, rescató la política bélica de Manco Yupanqui
desde Vilcabamba, "baluarte
que —seguimos a Moreno Cebrián— recobró el prestigio anterior como foco
de lucha contra los europeos". Después de asestar sucesivos y serios
golpes a las tropas españolas, Tito Cusi creyó haber llegado a una
posición adecuada para negociar con el invasor: a cambio del
reconocimiento de vasallaje al rey de España, éste permitía que el
territorio del Imperio Neoinca permaneciese bajo su posesión.
Este acuerdo, sin embargo, no fue respetado por ninguna de las partes:
mientras los principales capitanes de Cusi, sintiéndose traicionados,
se rebelaron y asesinaron al mismísimo enviado real a las
negociaciones, Atilano Anaya, el nuevo virrey Francisco de Toledo,
hombre enérgico y de "carácter excesivo", ordenaba una feroz ofensiva
contra Vilcabamba.
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Del Valle con otros expedicionarios, montañeros escalando el Nevado Choquezafra y la excavación de una vivienda. |
Con
este panorama, y tras la "confusa" muerte de su antecesor, accedía al
trono, por fin, Túpac Amaru, cuyo papel, para Santiago del Valle, no
tiene la trascendencia que usualmente se le ha dado: "Túpac Amaru
—sostiene Del Valle— fue víctima de las circunstancias, y yo creo que
jamás llegó a controlar la situación: ni entre los suyos ni,
obviamente, frente al enemigo español, aunque es cierto que ordenó
quemar la ciudad y que su intención era que las tropas españolas,
desabastecidas, se debilitasen para poder contraatacarlas desde la
selva y reconquistar así la ciudad. Pero la verdad es que fracasó".
En otras fuentes, Túpac Amaru está considerado incluso en el Perú de hoy un mito de la resistencia ante los españoles,
al punto de que, en el siglo XVIII, el independentista José Gabriel
Condorcanqui adoptó su nombre autoproclamándose Túpac Amaru II.
En esta línea de valoración positiva se mueve el citado historiador
Alfredo Moreno Cebrián, quien atribuye efectivamente a Túpac la
organización de todo un ejército para la defensa de Vilcabamba
basándose en tesis de cronistas de la época que narraron "lo
encarnizado de los enfrentamientos y la tenacidad de los indígenas que,
poco a poco, tuvieron que replegarse hasta la misma ciudad". Cebrián
también sostiene que Túpac "abandonó la ciudad después de ordenar que
fuesen quemadas sus casas y los depósitos de víveres, iniciando un
peregrinaje hacia la selva en busca del territorio de los manaríes,
donde pensaba reorganizar sus huestes". Su "aventura" duraría poco:
unánimemente, los historiadores datan la fecha de su ejecución por los
españoles a finales de 1572, es decir, en cualquier caso tan sólo meses
después de la caída de Vilcabamba.
EJECUCIÓN
El último rey inca fue decapitado en la plaza central de Cuzco y ese
mismo día debió de comenzar su conversión en mito tal y como relatan
cronistas coetáneos que redactaron que mientras subía al patíbulo "una
multitud de indios vieron el lamentable espectáculo (y sabían) que su
señor iba a morir (y) ensordecieron los cielos, haciéndolos reverberar
con sus llantos y lamentos". Fray Gabriel de Oviedo, acreditado testigo
ocular de la ejecución, llegó a escribir que las últimas palabras de
Túpac, en quechua, fueron éstas: "Madre Tierra, atestigua cómo mis
enemigos derraman mi sangre".
Túpac Amaru, no obstante, sí acertó en una de sus previsiones: los
españoles no iban a durar mucho en Vilcabamba la Grande, pero ya no
tanto porque la ciudad hubiese sido arrasada y faltasen alimentos, sino
porque sobrevivir allí, en medio de la selva, se convirtió en
insostenible. De manera que, una vez abandonada, años después se
procedería a la fundación de Vilcabamba la Nueva en un territorio más
accesible que se conoce como San Francisco de la Victoria: esa es la
Vilcabamba que hoy aparece en los mapas del Perú moderno.
La búsqueda de la verdadera ubicación de la ciudad perdida arranca ya
del siglo XIX, pero hasta que la expedición gallega se puso en marcha,
todas las
"Vilcabambas" encontradas resultaron, al cabo, un fraude. Así, en 1847,
Françoise Angrand creyó haberla descubierto, pero la confundió, al
igual que le ocurriría al explorador Antonio Raimondi en 1865, con la
llamada Choquericao.
En 1911, Hiran Bingham, que encontró las ciudades de Espíritu Pampa,
Vitcos y la mismísima Machu Pichu, también se apuntó entre sus logros
el hallazgo de la "Atlántida" peruana, pero más tarde se demostraría
que la última capital inca tenía que estar situada mucho más al oeste.
ERRADOS
Otros exploradores, historiadores, arqueólogos e investigadores que
cayeron en el error de creer haber encontrado a la auténtica Vilcabamba
la Grande fueron Luis Ángel Aragón (1943), Santander Caselli (1965) y
Gene Savoy (1966), así como, en expediciones muy cercanas en el tiempo
a las encabezadas por Santiago del Valle, Renzo Franciscuti, Edmundo
Guillén, Víctor Angles y Vincent R. Lee.
Después de haber localizado, además de la ansiada Pampaconas, otra
antigua ciudad inca, Rangalla, Santiago del Valle se entusiasmó con "el
tema" de Vilcabamba: "La identificación de ambas ciudades —refiere— nos
permitió avanzar en el estudio de la red de comunicaciones de los incas
de Vilcabamba. A partir de esos datos dirigí dos nuevas expediciones.
En 1998, junto con Xosé Anxo Vidal Pan, identificamos los restos de
Intihuatana y Lambas que nos permitieron orientar la tercera
expedición, en julio de 1999, en la que localizamos lo que parecían los
primeros restos de la vieja capital de los incas, hecho que quedaría
confirmado en 2001 por el arqueólogo enviado por el Instituto Nacional
de Cultura del Perú, Luis Guevara".
Un año tras otro, Santiago del Valle no ha parado de organizar
expediciones a aquella zona: "Ya tengo muchos amigos allí, aunque cada
vez que voy he de buscarme un patrocinio, una financiación, lo cual no
deja de ser otra aventura más", comenta. En esta última, subvencionada
por la Agencia Española de Cooperación Internacional y Desarrollo, se
llevó consigo a tres alpinistas "para que escalasen a algunos de los
montes que circundan la región, como el majestuoso Nevado Choquezafra,
considerados sagrados por los incas, y allí también hemos encontrado
huellas".
El pasado martes día 4, Santiago del Valle presentó en la Sociedad
Geográfica de Madrid los últimos resultados de este singular e
histórico hallazgo: "Es sólo un adelanto de lo mucho que, estoy seguro,
todavía se esconde en Vilcabamba la Grande".
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Juan de Betanzos y Pedro Sarmiento
Todo
parece indicar que los gallegos Juan de Betanzos y Pedro Sarmiento de
Gamboa se conocieron y se trataron mucho, al punto de que hay crónicas
que incluso los hacen coincidir el mismo día, a la misma hora y en el
mismo lugar: el de la ejecución de Túpac Amaru en Cuzco, y no
precisamente para deleitarse con ella, sino demostrando simpatía hacia
la causa indígena.
De Pedro Sarmiento se conservan abundantes datos
biográficos y, tal como señala Santiago del Valle, estamos sin duda
ante un personaje pero que muy especial de nuestra historia.
Explorador, escritor, historiador, astrónomo, científico, humanista...
se le conoce en muy diversas facetas, y la de soldado en realidad sólo
era una de ellas. Su figura aparece unida no ya sólo a la toma de
Vilcabamba, sino también a otros destacados acontecimientos como las
luchas contra el pirata Drake, la exploración del Estrecho de
Magallanes o la guerra de Flandes. Eso, por no hablar de las peliagudas
relaciones que mantuvo con el Santo Oficio debido a su inclinación por
las "artes ocultas". Autor de numerosísimos informes, suya es también
la obra Historia de los Incas. Fascinado por la navegación, fallecería
en alta mar a finales de junio de 1592.
De Juan de Betanzos, según investigaciones de Carmen Martín Rubio (que
ha colaborado con Santiago del Valle) se especula que formaba parte de
la primigenia expedición que comandaba Pizarro en su invasión del Perú
y que se hallaba entre las tropas que apresaron a Atahualpa. Se sabe
que se casó con una princesa inca, Cuxirimay Ocllo, a la sazón la
"mujer principal" del caído Atahualpa.
Su matrimonio le permitió conocer a fondo la cultura incaica y hasta
aprender su idioma preponderante, el quechua, cualidades que le
permitieron ser reconocido como "negociador" entre indígenas e
invasores durante las sucesivas guerras.
Juan Díez de Betanzos es autor de Suma y narración de los incas que,
escrita entre 1551 y 1558 en Cuzco, constituye el primer legado
histórico referido a la genealogía de los incas y uno de los documentos
etnográficos más importantes del mundo andino.