A propósito del materialismo dialéctico (III)

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UNIVERSIDAD SOCIALISTA JOSE CARLOS MARIATEGUI

no leída,
23 may 2009, 12:08:1123/5/09
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¡Todos para uno, uno para todos!
 

El presente título tiene que ver con la lucha de ideas en el frente único. La polémica útil fortalece la unidad del frente. Las motivaciones claras que traemos al debate necesariamente favorecen crear nuestra identidad y saber en qué consiste la claridad de nuestra unión. Si esto lo sabemos mantener, no hay riesgo que los “dos conejos” puedan seguir polemizando sin ser derrotados por “el lobo”, según la preocupada alerta alcanzada por el compañero Héctor Félix.

Se suman al debate otros temas más,  que gracias a la persistente “provocación” (es de resaltar las comillas en sentido propositivo) que el compañero Miguel Aragón nos acicatea de cuando en cuando. Se trata de la relación existente entre los términos “doctrina-método” y “doctrina-movimiento”. Menester al problema planteado expongo mi opinión.

 Es correcto y justo cuando consideramos el marxismo como una doctrina. También lo es cuando lo consideramos como un movimiento. Igualmente es correcto considerar el marxismo como un método. Sobre todo cuando obra “en la historia como evangelio y método de un movimiento de masas” [1].

Entonces, no debemos contraponer doctrina a método, calificando escolásticamente la doctrina como exclusiva a principios petrificados. Tampoco debemos contraponer doctrina a movimiento, usando erróneamente similar procedimiento para separar uno del otro, sin ver la conexión interna entre ambos. Hay una conexión dialéctica entre ambos conceptos solo si los concebimos desde el MATERIALISMO DIALECTICO.

Con esa visión, por ejemplo, Mariátegui supo distinguir que el marxismo es la doctrina del cambio histórico[2]. Por ello, Mariátegui, sin oponerse al materialismo dialéctico, supo reconocer que: “El Socialismo es un método y una doctrina, un ideario y una praxis.”[3] Así como afirmó que: “El socialismo, a partir de Marx, aparecía como la concepción de una nueva clase, como una doctrina y un movimiento… ” [4]

No puedo acusar a Miguel Aragón de deshonestidad, porque en directo he constatado su voluntad y esfuerzo por contribuir con el socialismo en nuestro país. En cambio, sí puedo criticarlo, porque a mi juicio utiliza (en el sentido que interpreta) equivocadamente las citas de Marx y Engels. Puedo también “reprenderlo” (aunque parezca una altanería de mi parte) porque en los textos Mariátegui ve más la letra que el espíritu de sus ideas. Con todo, pues, debo de luchar conmigo mismo para ser objetivo y justo en mis posiciones críticas a las ideas y a las actitudes del apreciado compañero, porque sé que es un hombre de valía para el socialismo, aunque –a mi entender– se equivoque de tanto en tanto, pues con sus yerros nos permite aferrarnos más a la luz del marxismo, del leninismo y, también, porque no, del maoísmo. No digo marxismo-leninismo-maoísmo ya que podría ocasionarle, tal vez, un mal disgusto y, probablemente, tendría sobre mí los calificativos de “palabreja”, “términos bastardos”, “dónde fue dicho eso”, etc.

No obstante tiene todo el derecho de opinar, como cualquiera de nosotros, porque digo yo, parafraseando a Mariátegui, que el movimiento socialista no es una unánime academia. Y dentro de éste cabe el debate franco y abierto. Mas en el proceso, conscientes de nuestras limitaciones y errores, podemos rectificarnos para el buen provecho de nuestra causa. De no ser así, tampoco debemos maltratarnos como personas, pues pudiendo insistir en nuestros criterios y actitudes, sean erradas o no, solo necesitamos deslindar de forma clara y definida, actuando siempre con honestidad. Nada más. Así sabremos lo que cada quien piensa y hace. Luego, el árbitro de la práctica social dará su veredicto ante el cual tendremos que acatar humildemente su dictamen, puesto que somos materialistas dialécticos. Si no lo hacemos, entonces la petulancia y el egoísmo nos devorarían, alejándonos del proletariado y de su causa. Y de allí solo hay un paso para beneficiar al enemigo de clase. Tanto Miguel Aragón como mi persona, así como tantos otros compañeros, estamos totalmente ajenos a ese deseo. Pero, como sabemos, ésta sola condición no basta, puesto que tenemos que procurar ser materialistas militantes, como aconsejaba Lenin. Solo habría que especificar, ahora, militantes en el materialismo dialéctico, a lo cual, por supuesto nunca se habría opuesto el maestro Lenin, pues él subrayó intensamente la cualidad dialéctica de la filosofía materialista del marxismo.

En su carta que dirige al compañero Pedro Quintana, de fecha 11.11.08, Miguel aborda una variedad de temas que merecen ser comentados adecuadamente en otro momento y espacio, ya que el motivo del presente artículo ha sido solamente opinar sobre la motivación subyacente que existe en la forma cómo Miguel interpreta los textos de Marx y Engels a juzgar por los títulos que pone a sus dos recopilaciones suyas que nos ha alcanzado[5]. Sostiene que toda la concepción de Marx no es una doctrina, sino un método; así como que el marxismo no es una doctrina, sino un movimiento.

Es conocida la ferviente adhesión de Miguel al pensamiento de Mariátegui. Y sin poner en duda este hecho, tenemos el derecho, entonces de preguntar: ¿Por qué no “acata” las afirmaciones mariateguianas que, en ningún momento y ninguna parte de su obra, tanto teórica como práctica, no contraponen las ideas de Lenin a las de Marx?

Mayor es nuestra exigencia cuando él mismo nos emplaza a mostrar textos explícitos de Mariátegui sobre tal o cual tema, pero que, sin embargo, él mismo no los cumple al tener frente a sus ojos textos de Mariátegui que refutan su errónea interpretación de contraponer doctrina a método y de doctrina a movimiento. ¿Acaso vamos a contraponer también la posición de Mariátegui a la de Marx o la de Mariátegui a la de Lenin?

El quid del problema está en que si nos apartamos del materialismo dialéctico, obligadamente caeremos en estas incoherencias. Mariátegui no lo hizo nunca, como tendrá que aceptarlo Miguel, pues conociendo José Carlos el libro “Materialismo empiriocriticismo”, jamás se opuso al materialismo dialéctico[6].  O, si no, prueben en mostrarnos un texto de JCM donde explícita o implícitamente haya podido hacer tal negación del materialismo dialéctico. Todo lo contrario, pues al compilar textos para su libro “Defensa del marxismo” dio muestras de su adhesión al materialismo dialéctico que sostuvo Lenin, quien, a su vez, supo interpretar que el concepto “filosofía dialéctica” usada por Federico Engels al denominar así al materialismo marxista, no podía ser otra que el materialismo dialéctico, y que a partir de ese momento fue la denominación válida de la filosofía del marxismo.

Aprovecho esta ocasión para agradecer públicamente al compañero Gustavo Pérez Hinojosa por la entrega del artículo de Néstor Kohan “Materialismo dialéctico o teoría de la praxis”, artículo que niega el carácter marxista del concepto materialismo dialéctico usado por Lenin, mediante el inapropiado procedimiento de utilizar la crítica de Grasmci a la línea dogmática que anidó buen tiempo en la Internacional Comunista, especialmente contra lo que se conoció como “el manual” (para referirse a la base filosófica del “manual”, que es el materialismo dialéctico, se decía el DIAMAT, y para referirse al materialismo histórico se decía HISTMAT). Actitud dogmática achacada a Nicolás Bukharin primero; luego a F. Konstantinov quien redactó el Manual “Fundamentos de la filosofía marxista-leninista”. Incluso, la crítica alcanzó a Stalin a quien los revisionistas atacaron fuertemente por haber escrito “Fundamentos del leninismo” y “Cuestiones del leninismo”; especialmente por su folleto “Materialismo dialéctico y materialismo histórico”.

Néstor Kohan hace vano intento de cambiar la filosofía del materialismo dialéctico por lo que él llama, sin entender el sentido en que usó este término Gramsci, “filosofía de la praxis”. Solo como un anticipo a una opinión más amplia, alcanzo lo que escribí el 17.02.08 en mi artículo “Preferencias del ‘Más  allá’ del marxismo”[7]: “En un pasaje, esclareciendo bien su posición y deslindando con el revisionismo de Vandervelde, líder de la II Internacional, JCM escribió: “Paralelamente al libro de de Henri de Man, Vandervelde examina la Théorie du Materialisme Historique (Teoría del Materialismo Histórico) de Bukharin. Y su conclusión comparativa es la siguiente: “Si hubiese que caracterizar con una palabra –excesiva por lo demás– las dos obras que acaban de ser analizadas, tal vez se podría decir que Bukharin descarna al marxismo so pretexto de depurarlo, en tanto que de Man lo desosa, le quita su osamenta económica, so capa de idealizarlo”. De esta comparación –reconoce José Carlos– Bukharin sale, sin duda, mucho mejor parado que de Man, aunque todas las simpatías de Vandervelde sean para este último. Basta considerar que la Theórie du Materialisme Historique es un manual popular, un libro de divulgación, en el que por fuerza el marxismo debía ser reducido a un esquema elemental. El marxismo descarnado, esquelético de Bukharin, se mantendría siempre en pie, llenando el oficio didáctico de un catecismo, como esas osamentas de museo que dan una idea de las dimensiones, la estructura y la fisiología de la especie que representan, mientras el marxismo desosado de Henri de Man, incapaz de sostenerse un segundo, está condenado a corromperse y disgregarse, sin dejar un vestigio duradero” (Defensa del Marxismo, p. 98).”

Yo participo del criterio de Mariátegui. Respecto al DIAMAT si bien tendió al esquematismo y posibilitó a la actitud metafísica de quienes no comprendieron (¡y hasta ahora no lo comprenden!) las limitaciones reales que tiene obligadamente un manual de divulgación, se debe de resaltar su aspecto positivo que estriba en que sirvió para divulgar entre las masas la filosofía marxista. Lo más pernicioso habría sido dejar sin huesos al materialismo dialéctico, aunque también es perjudicial convertirlo en algo pasivo al limitar el método dialéctico a una suerte de doctrina escolástica.

13.11.08.

Charles Jaime Lastra Domínguez.

 


[1] JCM. “Defensa del marxismo”. Pág. 41: “La crítica marxista estudia concretamente la sociedad capitalista. Mientras el capitalismo no haya tramontado definitivamente, el canon de Marx sigue siendo válido. El socialismo, o sea la lucha por transformar el orden social de capitalista en colectivista mantiene viva esa crítica, la continúa, la confirma, la corrige. Vana es toda tentativa de catalogarla como una simple teoría científica, mientras obre en la historia como evangelio y método de un movimiento de masas.” Aquí podemos encontrar: Doctrina (evangelio), método y movimiento, todos unidos sin contraponerse uno a otros, más, al contrario, en una relación dialéctica entre principios-medios-objetivos.

[2]“El dogma es entendido aquí como la doctrina de un cambio histórico. Y, como tal, mientras el cambio se opera, esto es, mientras el dogma no se transforma en un archivo o en un código de una ideológica del pasado, nada garantiza como el dogma la libertad creadora, la función germinal del pensamiento.” Defensa del Marxismo, página 124.

[3] JCM. “Ideología y Política”, Pág. 222.

[4] JCM. “Defensa del marxismo”. Pág. 72.

[5] Adjunta a la carta en referencia, Miguel Aragón alcanzó dos documentos de recopilación de citas de Marx y Engels, cuyos títulos son: “Toda la concepción de Marx no es una doctrina, sino un método” y “El socialismo no es una doctrina, sino un movimiento”. Documentos difundidos por Internet. La carta en mención circuló por esta misma vía el 11.11.08

[6] He repasado la relación de libros que JCM tuvo en su Biblioteca, basada en la fuente que aparece en el libro “Mariátegui, influencias en su formación ideológica” de Harry E. Vanden. Pág. 126, primera edición 1975 por la Biblioteca Amauta, donde aparece el texto siguiente: Lenin, V.I., Materialisme et empiriocritisme. París: Librairie de l’Humanité, 1923.

Se conoce también que JCM refiere esta obra en su décima sétima  conferencia, contenida en su libro “Historia de la crisis mundial” pág. 168, donde aparece el siguiente texto: “…luchó por diferenciar a los marxistas de los que no lo eran. Tomó parte en la revolución de 1905 al lado de los obreros de Moscú. En 1907 emigró a Finlandia y luego al extranjero. En esa época escribió su libro “Materialismo y empiriocriticismo.”(El subrayado es nuestro)

[7] “Preferencias del ‘más allá’ del marxismo”. Artículo en respuesta a unas notas de Gustavo Pérez Hinojosa. Publicado por Internet en febrero del 2008.

 

Gustavo Pérez Hinojosa

no leída,
24 may 2009, 1:33:0524/5/09
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¿Materialismo dialéctico o filosofía de la praxis? 
 
 
 

Se sabe que en América y en el mundo la revolución vencerá, pero no es de revolucionarios sentarse a la puerta de su casa para ver pasar el cadáver del imperialismo. El papel de Job no cuadra con el de un revolucionario. 

                      Segunda Declaración de La Habana

              4 de febrero de 1962 
               

                  En el comienzo fue la acción. 

J. W. Goethe 
 
 

¿Cómo resistir la esclerosis dogmática? ¿Cómo garantizar que la filosofía marxista no se petrifique ni se momifique en una apología encubierta del orden existente? ¿Cómo recuperar la dimensión disruptiva achatada, vapuleada y puesta en sordina hasta el cansancio por la vulgata de los manuales?

  En primer lugar, pongámonos de acuerdo. No hay salida del laberinto si seguimos apelando a la envoltura ontologizante con que se cubrió y maniató el martillo crítico de Marx. La negatividad de la dialéctica solo puede golpear con toda su magnitud contra el poder si se la desgaja de la cosmología naturalista. Aferrarla a la pasión, a la voluntad, a la praxis colectiva de los miles de hombres y mujeres que luchan contra la explotación y la dominación. El capitalismo no caerá por mandato ineluctable de las semillas y los árboles ni del agua que hierve y pega un salto de cantidad en calidad. Dejemos esas puerilidades para la etapa primitiva del marxismo, para el marxismo subdesarrollado.

  Rescatemos de su filtro ontologizante la médula profundamente crítica y revolucionaria que caracteriza y define a esta filosofía, a este método, a esta concepción del mundo y de la vida. Para ello hoy resulta absolutamente imprescindible destacar el opacado y vilipendiado —como "idealista subjetivo"— lugar central que en ella ocupa la categoría de praxis. Praxis que no significa nada más que la acción y la actividad práctica humana de transformación del mundo objetual. Si el marxismo no apuesta al todo o nada en función de la práctica deja de ser revolucionario y se transforma en otra cosa. Si ello ocurriese, como decía Mariátegui, ya no es marxismo.

  Si todos los problemas solo pueden ser planteados y comprendidos a partir de su relación con la actividad práctica humana, entonces el marxismo puede ser considerado con Gramsci como un humanismo absoluto. Humanismo que frente a toda tentación metafísica implicará inexorable y contemporáneamente un historicismo también absoluto: "La filosofía de la praxis es el ‘historicismo’ absoluto, la mundanización y terrenalidad absoluta del pensamiento, un humanismo absoluto de la historia. En esta línea hay que excavar el filón de la nueva concepción del mundo", alertaba el italiano.

  ¿Que solo somos soportes de relaciones sociales?, ¿meros portadores de ideología?, ¿simples mensajeros de un discurso que tiene vida propia? Las modas pasan, los furores se disipan... Hoy debe reconocerse que los determinismos económicos, ideológicos, discursivos, no han logrado derribar con su lógica de hierro al régimen capitalista. Perdida la seguridad que otorgaban esas doctrinas donde el sujeto humano era un mero efecto de estructura —o de superestructura o de lenguaje o de discurso o de poder, etc.—, y su comportamiento podía describirse como se analiza el mecanismo físico de un reloj o el software de una computadora, todo se ha vuelto azar, discontinuidad, irracionalidad y fragmentación. El estructuralismo dio pie, en su fracaso, al posestructuralismo y este —¿para qué seguir creyendo en un centro estructural, que en definitiva sigue siendo sujeto?— al posmodernismo. Un viaje de ida, un itinerario previsible, cuya estación de salida afincaba en la tramposa seguridad absoluta de haber borrado al sujeto de la racionalidad histórica. El punto de llegada —¿podía ser de otro modo?— condujo no solo a eliminar teóricamente al sujeto sino también las estructuras, los centros y las determinaciones sobredeterminadas de las estructuras, e incluso a los grandes relatos totalizadores que pretendían aprehenderlas racionalmente. La frialdad del estructuralismo marxista derivó en el calor sofocante y pegajoso de la renuncia a todo proyecto de emancipación. Un calor que apesta y ahoga. La dureza metálica de una historia sin sujeto, de un sujeto sujetado en los moldes de acero de las personificaciones históricas, dejó su lugar ahora ocupado por una blandura gelatinosa y babeante de "pensamiento débil" y moral fláccida.

  ¿Y la praxis? ¿Y la política? ¿Y las luchas anticoloniales, de liberación nacional, antimperialistas, anticapitalistas, socialistas? ¿Y la revolución? Sí, la revolución. ¿Solo queda margen para las luchas fragmentarias, puntuales, corporativas, circunscriptas a los micromundos inmediatos de cada uno de los movimientos sociales? ¿No hay posibilidad de articular los múltiples sujetos en una totalidad integradora, tratando de que la riqueza de la diversidad no se convierta en fragmentación? Nuevamente... ¿y la praxis?

  Precisemos, entonces, cuál es la significación de la expresión “envoltura ontologizante” —una feliz expresión de Adolfo Sánchez Vázquez— que hemos utilizado al caracterizar lo que fue la principal dirección filosófica del marxismo dogmático. El referente de este concepto apunta hacia la principal tendencia que reviste la filosofía del marxismo si es entendida como un materialismo dialéctico. Concebir el marxismo como tal implica seguir girando en torno del problema de los grados y las jerarquías ontológicas de lo real (“la materia”) así como la relación del ser con el pensar, o el de la naturaleza objetiva con el hombre. Problema que en la génesis histórica del DIAMAT, como ya hemos visto, fue originariamente formulado por Engels.

  Con el objetivo de superar definitivamente esta tradición hermenéutica y las consecuencias políticas que de ella se derivan en la “deducción-aplicación” de los esquemas lógicos universales al terreno sociohistórico latinoamericano, intentaremos reconstruir el pensamiento marxiano centrándonos en su dimensión praxiológica. En esta otra dirección, la filosofía del marxismo ya no puede ser concebida como un materialismo dialéctico, pues su problema fundamental no es ni nunca ha sido ontológico (relación del ser con el pensamiento al margen de la práctica).

  En realidad es una filosofía de la praxis que aborda los problemas fundamentales de la filosofía y la política —sobre todo de la política, que es lo que más nos interesa— en relación con la actividad práctica humana, que pasa de esta manera a tener la primacía desde un punto de vista antropológico (puesto que el hombre se constituye a partir de, en y por la praxis), histórico (puesto que la historia no es más que la historia de la praxis humana y resultado contingente de la actividad de los seres humanos), gnoseológico (porque la práctica es el fundamento del comienzo, de los métodos y del fin del conocimiento, así como su criterio de verdad), ontológico (pues el problema de las relaciones entre el hombre y la naturaleza, o entre el pensamiento y el ser, no puede resolverse al margen de la praxis), económico (en tanto la economía no es más que el ámbito de las relaciones sociales de producción, distribución, intercambio y consumo que los seres humanos establecen entre sí en el curso del desarrollo de su actividad histórica) y definitivamente político (pues el poder se constituye en el espacio social de las relaciones de fuerza entre los seres humanos y sus prácticas). Lo que articula esta inmensa y voluminosa cantidad de problemáticas —hoy abordadas por cada una de las disciplinas sociales— es la actividad humana. El sujeto humano en actividad es núcleo de verdad histórica, a condición de que no quede reducido al sujeto entendido como un individuo aislado, egoísta y mezquinamente calculador (el Robinson Crusoe del cual se reía Marx), cuya caricatura de racionalidad hoy han adoptado acríticamente los "marxistas" analíticos y todo el individualismo metodológico.

  Un antecedente obligado al cual nos debemos remitir en el intento de repensar a Marx desde esta nueva perspectiva filosófica es la obra de aquel hereje comunista italiano, quien enfrentando la recientemente constituida “ortodoxia” denominó al marxismo —retomando la botella lanzada al mar por Labriola— “filosofía de la praxis”. Lo hizo por razones de censura carcelaria, pero también y sobre todo porque consideraba que la categoría central de su corpus teórico era la “praxis”. En los Cuadernos de la cárcel, Nino —como lo llamaban sus amigos y compañeros— cuestionaba la división de la filosofía de la praxis en dos pliegues doctrinarios mecánica y abstractamente separados: 1) una “doctrina de la historia y de la política” (el denominado “materialismo histórico”), y 2) una doctrina filosófica general (perteneciente a la tradición materialista, a la que se le agregaba el aditamento “dialéctico”). Esta separación mecánica no solo es identificable en el rudimentario DIAMAT sino también en el sofisticado pensamiento de Althusser. En uno y otro se intenta reconstruir la "filosofía ausente" en El capital: desde el materialismo ontológico uno, desde la epistemología estructural el otro. Pero en ambos hay separación.

  En estos cuadernos —cuatro años posteriores a la proclamación del DIAMAT como filosofía oficial de la Internacional por parte de Bujarin y de la publicación de los Siete ensayos de nuestro Mariátegui—, Gramsci somete a crítica al autor de Teoría del materialismo histórico. En su critica sostiene que en Bujarin la doctrina de la política y la historia era concebida como la sociología del materialismo metafísico (o sea, la deducción-aplicación de los axiomas del materialismo en general al estudio de todas las sociedades). Sociología que debía ser construida teóricamente, según Bujarin, siguiendo el método de las ciencias naturales.

  En cambio, Gramsci veía como inaudito que tal materialismo en general fuera concebido como una metafísica naturalista mecanicista válida para todo tiempo y todo lugar, lo que equivalía a considerarlo como "un universal abstracto fuera del tiempo y del espacio". La terminante caracterización gramsciana del “materialismo dialéctico” como una “metafísica” proviene de su concepción según la cual "escindida de la teoría de la historia y de la política, la filosofía no puede ser más que metafísica, mientras que la gran conquista en la historia del pensamiento moderno, representada por la filosofía de la praxis, es precisamente la historización concreta de la filosofía y su identificación con la historia".

  Leyendo desde hoy en día y desde nuestra realidad latinoamericana estas formulaciones gramscianas, ¿qué utilidad práctica tendría el marxismo desengachado de la política y la historia? Podría ser, sí, un instrumento cognoscitivo más —aséptico y neutralmente valorativo, como muchas veces se lo concibe en la Academia—, radicalmente ajeno a la praxis de transformación. Pero si así fuese, si se convirtiera simplemente en uno de los tantos discursos que andan dando vueltas por allí —”que hay que tener en cuenta, por supuesto"...— y se abandonase definitivamente la vocación por el poder ¿seguiría siendo marxismo?; ¿por qué no cambiarle entonces de denominación?

  La apuesta gramsciana implica que si es verdad que el marxismo se sustenta en el materialismo, este “nuevo materialismo” (como lo denomina Marx en la décima tesis sobre Feuerbach) no es una nueva metafísica teórica —una nueva praxis de la filosofía o un nuevo discurso de la ciencia, acumulativamente sumado a los anteriores— sino que constituye un materialismo praxiológico cualitativamente diferenciado del tradicional.

  Es praxiológico en una doble dimensión: en primer lugar, porque concibe la relación del ser humano con el mundo como una relación activa, práctica, transformadora, y en segundo lugar, y principalmente, porque el pensamiento filosófico y teórico marxiano no pretende dar una nueva “interpretación del mundo” (aunque se la conciba como una nueva “práctica teórica”) sino que está dirigido centralmente a guiar la revolución social a través de uno de los polos privilegiados de la actividad humana: la praxis política revolucionaria, el ejercicio de la hegemonía. Aunque se lo quiera castrar, dándole una tarjeta de invitación para sentarlo a la mesa e integrarlo "democráticamente" al almuerzo equidistante de los otros discursos en danza, debemos apostar a romper esta comunión de los santos, esta tolerancia amistosa, esta (seductora) invitación al desarme. La praxis política tiene que seguir guiando seriamente nuestra reflexión. Si queremos continuar impugnando radicalmente el morboso festín de los satisfechos y los atragantados, no hay otra posibilidad.

  Especifiquemos entonces los motivos que nos llevan a seguir empleando un término tan problemático como el de “materialismo”. Optamos por hacerlo porque la teoría de Marx prioriza en su explicación de los procesos sociales las condiciones materiales de existencia del hombre en sociedad y sus actividades productivas en el nivel histórico-social. El materialismo remite a lo social, a lo histórico, no al elemento natural físico-químico. La materialidad de la que nos habla Marx es la de la praxis social.

  Si el materialismo es entendido y circunscrito estrictamente en el nivel histórico-social y se lo concibe centrado en la praxis transformadora, no tiene ya nada que ver con el materialismo metafísico del DIAMAT (o el de Bujarin que critica Gramsci) que plantea la prioridad ontológica de la materia en sí, como “realidad objetiva” al margen del hombre y de su actividad práctica, por sobre el espíritu. Tampoco tiene ningún punto de intersección con el materialismo gnoseológico propio del realismo ingenuo que postula la primacía del mundo objetivo existente independientemente de cualquier sujeto que lo observa por sobre la conciencia que “lo refleja”. Los ejemplos pueriles de los manuales.

  A partir de estas consideraciones sería oportuno repensar el status filosófico que corresponde a El capital y qué es lo que analiza Marx en él. Si su filosofía fuera “materialista” en el sentido tradicional de la palabra, entonces el objeto de El capital sería el estudio de la relación del ser humano con la naturaleza objetiva-material pensada a partir de la centralidad de la categoría de fuerzas productivas. A quien intente leerlo de este modo se le escapará completamente el objetivo que perseguía Marx, quien no por casualidad eligiera como subtítulo explicativo del libro la crítica de la economía política. ¡Cuánta actualidad tiene esa crítica en el mundo contemporáneo, cuando el horizonte social y cultural del capital y el reino de la religión mercantil todo lo inundan, todo lo atraviesan! ¡Cuánta actualidad en momentos en que hasta una importante porción de socialistas visualizan como eternamente insuperable la sociedad del mercado!

  Esta crítica tiene como presupuesto la relación —abstracta y común a todas las épocas— del ser humano con la naturaleza a través del trabajo pero se despliega en otro nivel de determinación de mayor concreción que es el que le otorga su principal status filosófico: el de las formas sociales que adopta la praxis humana.90 Es solo a partir de la separación metodológica que realiza Marx entre “materia” y “forma social” 91 de la actividad humana y de sus productos objetivados como este último puede realizar la crítica de la confusión ahistoricista en la que cae la economía política, estudiando al mismo tiempo los avatares históricos que reviste la praxis humana en el modo de producción capitalista. Luego, es lógico inferir que si bien su filosofía tiene como presupuesto la naturaleza y la relación que el hombre establece con ella, no obstante, su contenido principal se encuentra en la investigación de la actividad humana transformadora y de sus formas históricas diferenciales.

  La gran fuerza hegemónica del capital, a fines del siglo XX y comienzos del XXI, reside justamente en haber convencido a millones —mediante el terror y el consenso— de que el capital y el modo de vida que conlleva no tienen historia. Son eternos, insuperables, ahistóricos. "Siempre hubo y siempre habrá ricos y pobres" reza un refrán popular, hijo de la derrota política. En la vida cotidiana, en cada una de las actividades de todos los días, en el trabajo, en el amor, en las profesiones, en el estudio, nos han convencido de que hay capitalismo para rato. Y en función de ello debemos adaptarnos y actuar. Como es obvio, lo único que resta es el "sálvese quien pueda... y si sobra algo es para mí". Allí reside el núcleo último de la hegemonía cultural de los poderosos.

  ¿Acaso el marxismo como teoría política de la rebelión no debe intentar cuestionar esta "evidencia natural" hasta las últimas consecuencias? ¿No es esa su principal tarea en el orden teórico de este agitado comienzo de milenio?¿Es posible cuestionarla prescindiendo pues del historicismo?
 
 
(fragmento de "Marx en su (Tercer) mundo"
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Por la Derrota Total del Imperialismo.
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César Aizcorbe Ugarriza
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