El cambio en Cuba
"Cambio en Cuba" se vuelve una frase de connotaciones sumamente diferenciadas y sumamente parcializadas. Pienso que abusaría de mis lectores si volviera a expresar aquí mis apreciaciones sobre la institucionalidad política cubana, sobre la configuración de su economía, inevitablemente abigarrada y caótica después de medio siglo de bloqueo. Y sobre el significado del peso del mismo, la más versátil y cruel medida de este género, prodigio de un despiadado ingenio de dominación, diseñado y desarrollado para eliminar por asfixia a un régimen social aplastando las condiciones de vida de su pueblo, para pasarle la cuenta a los líderes por haber mantenido la soberanía y la justicia a costa de todo. "Todo" ha significado, a veces, no poder evitar el incremento del nivel de austeridad en que se tiene que vivir por no estar dispuestos a doblegarse.
Si existe un sistema socioeconómico en la América Latina exento de la posibilidad de ser calificado de inmovilismo es el cubano. Los cincuenta años transcurridos, bajo la hostilidad sostenida de los Estados Unidos, han llevado al país a navegar con esfuerzos azarosos por mantener el rumbo dentro de un esquema independiente de justicia social, equidad, y solidaridad internacional, que el proyecto cubano se había propuesto desde sus inicios; historia expuesta hasta la saciedad por economistas, politólogos, sociólogos e historiadores cubanos, y también por hombres y mujeres de letras, e incluso por muchos otros profesionales, en estudios críticos, muchos de ellos en debate franco desde la academia, desde proyectos e iniciativas de desarrollo, desde publicaciones, con las posiciones oficialistas.
Pero la oposición, externa e interna, cubana y no cubana, puede llegar a ser tan maniquea como el oficialismo. Para sus lecturas también existe una única mirada: y según esa mirada, en Cuba domina el inmovilismo, porque ningún cambio que no esté encaminado a sumarse al carril del mercado capitalista, y a la democracia concebida dentro de los cánones liberales, a los espejismos del consumo sin límites y la lógica de "tener más", a la ética del automóvil, les entusiasma. Es una lectura, y es lamentablemente la más difundida.
No sólo fuera de Cuba, también afecta a parte de la población de la Isla porque no se vive en una cápsula. Además, es cierto que fuera de la asistencia de salud, la educación, el empleo asegurado, y otros beneficios sociales, la cápsula habría podido dar muy poco.
Esta lectura rechaza, ignora, oculta la mirada crítica proveniente de la academia cubana, a menos que esta cruce la frontera de las propuestas. Porque se puede afirmar que en la esfera del diagnóstico de la realidad cubana puede darse incluso un nivel de razonamiento crítico en los adversarios que coincida con las críticas posibles desde la visión favorable al sistema. La discrepancia salta inconfundible, sin embargo, en las propuestas de respuesta a la realidad criticada.
De modo que lo que se suele llamar el fenómeno de "la sucesión" en Cuba supone el final de la conducción de Fidel, marcada fuertemente por la legitimidad carismática, a la conducción de Raúl, que es posible prever que combinará un proceso de fortalecimiento de la responsabilidad institucional, y un énfasis más acentuado en la revisión de patrones de disciplina social. La continuidad se refiere a los principios del sistema, y no al estilo de dirección. Como afirma Boaventura de Sousa Santos, "Ningún líder carismático tiene un sucesor carismático. La transición solo puede ocurrir en la medida en que el sistema reemplaza al carisma".
Esta transición va a suponer en Cuba una sucesión, todavía difícil de prefigurar en tiempo y profundidad, de reformas dentro del proceso revolucionario. En torno a la transición cubana prefiero también remitir al lector a una fuente relativamente reciente y polémica, en la cual participan trece estudiosos cubanos. Pero no creo que los giros transicionales que se produzcan en el entorno cubano contengan trazos que puedan satisfacer las aspiraciones de que los cubanos acepten un sistema afín, de conjunto, a los gustos liberales en la política y en la economía. Lo cual no significa que en la agenda no pueda estar (debe estar, a mi juicio) una diversificación de la estructura económica que contribuya a incentivar las dinámicas de crecimiento sin volver a introducir esquemas de explotación del trabajo y de acumulación capitalista. Y del mismo modo, un carril de avance en la
participación democrática que podría recuperar virtudes del esquema liberal, pero de ningún modo volver al mismo.
El lector puede objetar de nuevo mi argumentación, en tanto no me sitúo en un discurso de apertura cubana hacia Washington sino de apertura de Washington hacia Cuba. Volveré a tener que darle la razón, pero no veo otra salida porque Cuba fue sacada del sistema mundial por los Estados Unidos (presuntamente excluida, y esa es otra arista válida de la historia de Cuba en el último medio siglo: la historia de los avatares de una exclusión imperfecta).
Cuando alguien me preguntaba recientemente, en un panel, cuál era el modelo de desarrollo económico cubano, me puso de golpe ante la dura evidencia de que no tenía la posibilidad de responderle con pocas palabras. El bloqueo impidió a la economía cubana articular un modelo económico coherente en la primera década de poder revolucionario. La forzó así para acogerse al modelo soviético hasta que este se desmoronó, y se extremó desde entonces en impedir que pudiera rebasar metas cortoplacistas de subsistencia.
De las cinco décadas que ha cumplido el proyecto social nacido de la revolución, las dos últimas reflejan las políticas de supervivencia a las cuales el país se vio forzado por la desconexión y caída de su economía. En mi opinión hoy se hace prácticamente imposible definir un modelo de desarrollo cubano, si es que alguien puede demostrar que este existe. Para nosotros no se trata, sin embargo, de un fracaso, sino una tarea pendiente.
Para concluir ahora este panorama coyuntural me voy a colocar en los episodios del escenario más inmediato.
Primer reportaje de una apertura dudosa
Se ha recordado en estos días que el presidente Obama, cuando se hallaba en campaña para el Senado de los Estados Unidos en 2004, aseveró que la política aplicada durante cincuenta años hacia Cuba no había arrojado los resultados que se esperaban y había que cambiarla. Tan remota es su alusión a esta necesidad de cambio que cualquier ingenuo pensaría que no podría estar fuera de su visión presente. Sería un error, pues para él, es tan remota como para ni recordarla a derechas como una toma de posición ante el problema, como insinuó en la conferencia de prensa ofrecida en Puerto España el 19 de abril pasado. Allí se hizo claro que ya no se inclina en el mismo ángulo. "El pueblo cubano no es libre" afirmó, y dijo que esa era su lodestone, su North Star. Para seguir con suavizantes tales como "No vamos a cambiar de política de un
día para otro".
En definitiva, que el primer episodio cubano del profeta del cambio llegado al trono del imperio comporta también la primera decepción. En el fondo no nos deja mucha diferencia de sus antecesores más recientes: siempre la política del condicionamiento: te colocas como te decimos que tienes que colocarte y verás como te comenzamos a tratar de otro modo.
Horas antes de su llegada a Puerto España, el presidente Obama hizo pública la decisión de levantar las últimas restricciones que había adoptado su antecesor sobre los viajes de los ciudadanos de origen cubano al extranjero, y sobre las remesas familiares. También abrió una perspectiva de conversación para acuerdos en telecomunicaciones. En declaraciones posteriores, incluida la cumbre, comenzó ya a reclamar el "gesto" gubernamental de Cuba en reciprocidad:
Hay algunas cosas que el Gobierno cubano pudiera hacer. Ellos podrían liberar presos políticos, podrían reducir el recargo a las remesas, en correspondencia a las políticas que hemos aplicado de permitir a las familias de cubano-americanos enviar remesas, porque resulta que Cuba impone un enorme recargo, ellos le sacan una enorme ganancia. Esto sería un ejemplo de cooperación donde ambos gobiernos estarían trabajando para ayudar a la familia cubana y elevar el nivel de vida en Cuba.
El propio Fidel Castro, que ha confesado seguir con mucha atención todos los pasos de Obama y que no ha regateado reconocimientos a las muestras de inteligencia que el nuevo presidente suele dar, pero que tampoco se ha tragado críticas donde cree que las debe hacer, ha comentado al respecto:
Todos los países cobran determinadas cifras por las transferencias de divisas. Si son dólares con más razón debemos hacerlo porque es la moneda del Estado que nos bloquea. No todos los cubanos tienen familiares en el exterior que envíen remesas. Redistribuir una parte relativamente pequeña en beneficio de los más necesitados de alimentos, medicamentos y otros bienes es absolutamente justo.
Hacer lo que todo sistema social está en necesidad y facultades de hacer representa para el régimen cubano una reprobación especial. Quien puede recibir remesas disfruta del privilegio de ponerse por encima, a veces muy por encima, del nivel de consumo de la población que no cuenta con esa posibilidad, que es la mayoría. Lo normal es que los dispositivos de amparo de un Estado responsable aseguren que una parte de ese ingreso tenga un destino social.
No es aquí que quisiera centrar, sin embargo, mi observación, sino en otro aspecto del problema. Con la decisión de flexibilizar viajes familiares y remesas, que sin duda debemos recibir con espíritu positivo, el presidente Obama da respuesta a una demanda de la comunidad cubano-estadounidense, lacerada por un gesto de fanatismo de su antecesor que, viciado por no dejar paso por dar contra su vecino cubano, no tuvo en cuenta que esta decisión podía contribuir a enajenarle el voto de la Florida para el candidato republicano en la elección presidencial. Obama le retribuye a La Florida lo que Bush le quitó. Y, ¿por qué no?, también da una muestra liminar de desprejuicio hacia Cuba.
O, mejor dicho, la hubiera dado de no apostrofarla con condicionamientos posteriores. Con la espera del "gesto" de la parte cubana. Del "gesto" que han buscado en vano todos sus antecesores.
Tendrán lugar cambios en Cuba, pienso yo, más de los que hasta ahora se han dado. Probablemente algunos en correspondencia con el cambio de escenario latinoamericano y con la consolidación de la Alianza Bolivariana para las Américas como sistema de integración, y el funcionamiento del Sucre como patrón de cambio para la región. Pero de ningún modo se van a hacer mirando a lo que reclaman desde Washington, sino al beneficio e intereses de los pueblos de esta región. Tampoco habrá que atribuirlos, en lo fundamental, a diferencias entre el estilo de Fidel y el estilo de Raúl, sino a las determinaciones que provea el escenario de cambio regional.
La espera del gesto desde el imperio recuerda la metáfora del monstruo engendrado en el traspatio del rey para aplastar a los súbditos que se rebelan. Así es el bloqueo: Eisenhower lo inició con la supresión de la cuota azucarera y el suministro de petróleo, Kennedy proveyó el tronco definitorio con el embargo de mercancías, Jonhson añadió tentáculos o garras con la extensión del embargo a medicinas y alimentos, y posteriormente con el ingenio de la ley de ajuste cubano; y así se sumaron matices hasta que después de desintegrada la economía soviética y las de su periferia, un presidente malicioso aprobó la Ley Torricelli que imponía la cuarentena a los cargueros que hubieran atracado en puertos cubanos, y otro, con fama de simpático, que lo siguió, aprobó la Ley Helms-Burton para sancionar a todo empresario de terceros países que
se vinculara a Cuba y no sé cuantas cosas más. Esta legislación pasaba al Congreso la competencia de legislar las modificaciones al cuerpo jurídico sustantivo levantado contra Cuba.
Sería motivo de risa, de no ser trágico, escuchar siempre que el tema cubano no es una prioridad en la política de los Estados Unidos, sin que esto se corresponda con una explicación para que se le asigne prioridad a los esfuerzos por aplastar la soberanía de un país tan insignificante. Como si el reclamo de normalización fuese un gesto de vanidad de los gobernantes cubanos. "Cinismo" es la palabra que define esa afirmación que tan a menudo se escucha.
Tantas atrocidades habían sido legisladas, que a George W. Bush debe haberle costado mucho ingeniar nuevas garras para el monstruo y acabó haciéndole crecer las uñas, para que sus zarpazos fuesen más intensos. Al final llega Barack Obama, que promete el cambio y da el paso al frente con Cuba: le lima las uñas al monstruo, corrigiendo así el último exceso de Bush Jr. A cambio, el presidente enseguida exige un cambio: ni más ni menos todo lo que exigieron sus antecesores, aunque el monstruo sigue ahí.
Es posible que el presidente Obama pensara que este paso iba a satisfacer a los estadistas latinoamericanos que participaron en la cumbre de Puerto España, pero al parecer nadie se engañó con el alcance de su decisión. El reclamo por el levantamiento del bloqueo a Cuba se convirtió allí en un elemento central. Y al parecer la actuación de Obama decepcionó a muchos de los presentes. Y de los ausentes que buscaban ver un verdadero cambio en las proyecciones hacia nuestra América. No sólo por su laxitud ante el tema del bloqueo a Cuba sino también, y principalmente, por carecer de propuestas para la periferia inmediata de los Estados Unidos con vistas a afrontar los efectos de la crisis en marcha, que ya han comenzado a sentirse.
Comentario final
Considero que este es el escenario en el cual nos desenvolvemos. No hay motivos para dejar de ver en Barack Obama un presidente con las luces que han faltado a sus antecesores inmediatos; quizás el de mayor talla política desde John F. Kennedy. Tal vez en esta ocasión el lastre de las proyecciones de la Organización de Estados Americanos engarrotó sus posibilidades de un despliegue más espontáneo por parte de Obama. La falsedad sobre el consenso del documento, la ausencia de los temas de preocupación central de los gobernantes de la región en el mismo, la excesiva insistencia en la legitimación de la Organización de Estados Americanos (OEA) como institución, cuando el desacuerdo hacia de sus posturas y hacia el compromiso que la presencia de los Estados Unidos implica, obliga a buscar otra asociación. Los caminos de Obama no se han revelado aún, me inclino a creer.
Además, solo podrá cambiar la política de los Estados Unidos hacia Cuba un presidente capaz de cambiar la política hacia su propio pueblo, hacia las clases más necesitadas, hacia los desamparados, hacia las víctimas de los eventos climáticos, de los desalojos, hacia los desempleados, los abandonados por la falta de asistencia médica. Hacer frente, en una palabra, a los males creados por el sistema dentro del mapa de La Unión, para contar con la comprensión de la responsabilidad de contribuir a aliviar los males que La Unión ha contribuido a crear en el mundo. La culminación de un cambio exitoso exige que su mirada bascule, de los reclamos orientados al rescate de las altas finanzas, a los de dar seguridad a la población e iniciar la transformación de las coordenadas del liderazgo norteamericano.
¿Será capaz Obama? ¿Lo comprenderá? ¿Se percatará de la oportunidad perdida si no se decide a asumirla? |